Kaiser
El silencio que quedaba tras la batalla era casi insoportable.
Todo el aire estaba cargado de humo y ceniza, y mi corazón latía tan fuerte que temí que los niños pudieran escucharlo.
Ellos estaban a salvo, escondidos en la cripta, protegidos por Luna y Vlad. Sin embargo, al mirar a Adeline, sentí que el mundo se sostenía únicamente en sus hombros.
—Está todo listo —dijo, con la voz tan firme que parecía atravesar el aire—. Amara no tendrá más víctimas.
—Espero que esto termine hoy —susurré
—. No puedo soportar más sangre, Adeline. No después de todo lo que hemos perdido.
Me miró con esos ojos que lo veían todo, que me juzgaban y al mismo tiempo me entendían.
—La sangre termina cuando yo termine —dijo, dejando que cada palabra se hundiera en mí—. Y si tú no lo haces, entonces yo.
No dije nada. No había nada que pudiera decir. Solo asentí, sabiendo que todo se decidiría en los próximos minutos.
———
Adeline
La vi antes de que ella pudiera moverse. Amara estaba sola, arrogante, con la confianza de quien cree que nada puede tocarla.
—Así que al final eres tú la que decidió jugar con la muerte —dijo, su sonrisa venenosa cortando el aire—. No podrás salvarlos todos.
—No se trata de mí —contesté, con cada músculo tenso—. Se trata de ellos.
Mi mirada se clavó en los niños que sabía estaban seguros. Sus ojos, llenos de miedo y esperanza, eran el combustible que me mantenía en pie.
Entonces escuché la voz de Nolan, tan fuerte como el rugido de un lobo:
—¡Detente, Amara! Esto termina hoy.
Ella lo miró con desprecio y un leve titubeo apareció en su rostro. Ese instante fue todo lo que necesitaba.
—No necesito tu protección —le dije a Nolan—. Esto es mío.
El aire se cargó, la tensión se volvió casi tangible. Cada segundo contaba.
La oscuridad giraba a su alrededor, maliciosa, como un viento que quería arrastrarlo todo.
—Crees que puedes detenerme —dijo Amara, con voz como cuchilla—. Soy la que controla esta noche.
—No controlas nada —respondí—. Solo destruyes lo que no puedes tener.
Su ataque vino como un remolino, y yo lo desvié con la fuerza que la luna me había dado, con cada músculo tenso, cada latido de mi corazón en sincronía con la luz que me recorría.
—Eres fuerte —gruñó, jadeando—. Pero esto no termina hasta que uno caiga.
—Entonces caerás tú —dije, con un rugido que salió de mi garganta, dejando salir toda la furia y el dolor acumulado—. Por cada niño que quisiste destruir. Por cada alma que robaste.
Nolan se interpuso, lanzando hechizos que desviaban parte de su ataque.
—¡Adeline! —gritó—. No te arriesgues tanto.
—¡Los niños son mi responsabilidad! —respondí—. ¡Y yo no pierdo a los míos!
Nuestros poderes chocaron. La oscuridad y la luz se encontraron, explotando en un espectáculo de energía que hizo temblar la tierra.
Amara retrocedió por primera vez, y su furia se mezcló con incredulidad.
—Esto no puede ser... —susurró—. ¡No puedo... perder contra alguien como tú!
—No soy alguien —dije—. Soy la que protege lo que tú nunca podrás destruir.
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Nolan
No podía quedarme quieto viendo cómo Adeline cargaba contra Amara sola.
Mis manos temblaban mientras lanzaba hechizos, desviando ataques que podrían haberla alcanzado.
—¡Cuidado! —grité cuando un remolino negro pasó rozando su pierna.
Ella me miró un instante y asentí. Su confianza en mí me dolía y me hacía sentir inútil, pero sabía que no podía detenerla.
Entonces vi la apertura: Amara había gastado demasiada energía, confiada en que su magia negra era superior.
—¡Ahora, Adeline! —grité—. ¡Es tu momento!
Y ella lo aprovechó. Un movimiento rápido, certero, una explosión de luz pura. Amara gritó mientras su oscuridad se quebraba y se disolvía.
El silencio cayó, pesado, absoluto.
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Adeline
Su grito fue como un látigo que me recorrió el alma. Pero yo no dudé.
Cada golpe que lancé, cada hechizo, cada movimiento estaba cargado con años de dolor, pérdida y promesas que no podía romper.
Y luego, silencio.
Amara yacía derrotada, su mirada fija en mí solo un instante antes de que la oscuridad se la llevara.
Mi respiración era pesada, mi cuerpo temblaba, pero la luna sobre mí me dio fuerza para sostenerme.
—Lo hiciste... —dijo Nolan, acercándose—. Lo lograste.
Asentí, sin palabras, mientras observaba cómo la amenaza finalmente desaparecía.
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Kaiser
La vi salir del humo, agotada, con la respiración irregular y la piel aún marcada por la luna.
La guerra había terminado. Los fantasmas de Sophia y de todos los que habíamos perdido finalmente parecían descansar.
—Lo hiciste bien —susurré—. Protegiste lo que más amamos.
Ella bajó la cabeza, agotada, pero su mirada decía más que mil palabras.
—No fue solo por ustedes —dijo—. Fue por todo lo que me negaron... por todo lo que ellos merecían.
Tomé su mano, sentí la fuerza en sus dedos, y miré a los niños, luego a Nolan, y finalmente a la luna que brillaba sobre nosotros.
Por fin había paz.
—Terminó —susurré—. Por fin.
Y mientras la luna nos cubría con su luz blanca, supe que habíamos sobrevivido... y que nada volvería a quebrarnos.