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Acababa de entregarle mi virginidad al príncipe de Irlanda cuando, de repente, su padre, el rey, nos interrumpió y escuché las palabras que rompieron mi corazón en pedazos.
—Te acostaste con una plebeya. Esto es ridículo. Mañana es tu maldita boda, ¿entiendes el escándalo que sería si esto llega a los tabloides? "El príncipe Nolan Reid cambia a su hermosa prometida por una cualquiera" —escupió con desdén el rey.
—Nadie se va a enterar —respondió el príncipe, como si lo que hubiéramos compartido no significara nada.
Un zumbido llenó mis oídos. Mis ojos se nublaron, y mi mente no dejaba de repetirme lo mismo: se casa mañana.
Me llevé una mano al pecho, sintiendo como si me hubieran incrustado una piedra en él. Una cosa era haberme entregado a un hombre soltero que no buscaba compromiso, pero otra... haberle entregado mi pureza a un hombre comprometido.
Me aparté de la puerta, cayendo de rodillas sobre la alfombra. Las lágrimas comenzaron a cubrir mis mejillas.
El rey tenía razón, para el príncipe, solo he sido... una cualquiera.