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Aileen Lynch
El susurro de su voz fue como una chispa que encendió un fuego dentro de mí, dejándome completamente en llamas. Las manos fuertes del príncipe me empujaron contra la pared cercana, y su boca demandante tomó la mía.
Era la primera vez que un hombre me besaba. Nunca nadie... nunca había sido besada. Mis piernas estaban temblorosas, sus manos acariciaban mis mejillas, haciéndome olvidar el resto del mundo.
—Yo nunca he besado... —susurré sobre sus labios—. Perdón, soy un poco torpe...
—No, no eres torpe —dice agitado, tomando mis caderas—. Eres perfecta.
Sus labios se encajaron en los míos, su lengua abrió paso, invadiendo mi boca. Oh, cielos… este hombre sabía usar la lengua para besar, y era delicioso sentirla enredarse con la mía.
El príncipe parecía urgido, sus labios aplastaban los míos con intensidad. Me estaba tocando por doquier, y algo en mí quiso tocarlo también, así que alzo mis manos para tocar su cuello. Como si hubiera anticipado mi movimiento, soltó mi rostro, se apartó un poco y, sujetando mis muñecas, las levantó sobre mi cabeza, presionándolas contra la pared.
—No me toques —dijo con una voz ronca, cargada de placer.
—¿Pero por qué? —susurré, sin entender, mientras intentaba recuperar el aliento que parecía haberse perdido en algún lugar.
—No permito que me toquen durante el sexo, ni en ningún momento íntimo.
—No entiendo...
Me hizo callar colocando un dedo en mis labios, acariciando el contorno de mis labios.
—No permito que me toquen, Aileen. Nadie me toca, no hago el amor de forma romántica; solo yo puedo tocarte.
—No entiendo —repetí. No sabía mucho del sexo, pero se suponía que los amantes se tocaban, ¿no?
—Si quieres irte y librarte de esto, puedes hacerlo... tienes treinta segundos —se pega a mí nuevamente, lamiendo mis labios con la punta de su lengua—. Si te quedas, voy a tener sexo contigo toda la noche, sin parar.
—Solo contésteme una pregunta —pedí con la voz entrecortada.
—No —me cortó.
—Solo quiero saber, ¿cuál es la razón de eso?
Suspiró y pegó sus labios a mi cuello, respirando pesado.
—Solo una mujer me tocó en toda mi vida —toma mi mandíbula con fuerza—. Una traidora que me hizo sufrir por un amor que no podía tener, y en ese momento decidí que ninguna otra mujer volvería a tocarme.
—No todas las mujeres son malas —protesté.
—¿Quieres estar conmigo? Debe ser bajo mis condiciones.
Mientras hablaba, sacó del bolsillo la corbata que llevaba antes.
—¿Quieres esto sí o no? Yo no obligo a mujeres.
Estaba proponiéndome sexo, la respiración se me cortó. Yo era una niña prácticamente, se suponía que nunca sería el tipo de mujer que se acostaría con un desconocido. No era una idiota, era evidente que el príncipe solo quería sexo y yo solo sería una aventura pasajera para él.
—Yo… yo… —intenté hablar, pero las palabras no salieron.
—Eso es todo lo que puedo ofrecerte: sexo. No hay posibilidad de que haya algo más entre nosotros —deja claro con firmeza.
¿Qué posibilidades tenía una chica de Kinsale de vivir algo así? Vamos, no sería algo malo perder la virginidad con un príncipe. ¿Qué locura más grande podía cometer? Al menos tendría algo para contar a mis nietas cuando anden de chismosas cuestionándome.
—¿Aileen? —el príncipe me sacó de mi trance.
—Soy virgen —le solté.
Si alguien tendría que parar esto sería él, porque yo me sentía hipnotizada, mi cerebro no me funcionaba, tal vez a él no le gustaban las inexpertas, si se desilusionaría y me echaría.
—¿Eso es un problema? —preguntó mientras tomaba mis muñecas y ataba la corbata en ellas.
No lo detuve, dejé que me atara las manos. Quizás estaba en un trance, quizás quería rebelarme y hacer una locura por primera vez en la vida.
—No tengo experiencia... —dije, sintiendo el calor en mi rostro.
Levanté la vista y observé cómo hacía un nudo en mis manos, tan apretado que sería imposible desatar.
—La experiencia debe llevarla el hombre, no la mujer —murmuró, sus ojos fijándose en los míos.
De repente el príncipe tenía los ojos más oscurecidos, el semblante le había cambiado por completo.
—Tengo gustos peligrosos —admite—. Pero contigo me portaré bien.
—Déjame tocarte. No te enamorarás de mí —protesté, haciendo un puchero.
Me tomó del cuello, besándome allí con fuerza. La electricidad me recorrió entera.
—Tu inocencia es muy peligrosa, me puedo volver adicto a ella —sus manos van a mi blusa y empieza a desatarla—. No deberíamos estar aquí, no deberíamos estar a punto de hacer esto, pero lo deseo. Necesito sentir tu cuerpo, necesito saber cómo suenan tus gemidos, soy un egoísta y tú ya perdiste tu oportunidad de escapar.
—Yo...
—No permitiré que te retractes —advierte, y cerré los ojos cuando sentí sus labios dejar deliciosos besos en el nacimiento de mis pechos, haciéndome estremecer.
Debería rechazarlo, no aceptarlo. Pero, el cerebro no me funcionaba, y la razón me había dejado hace tiempo.
—¿Soy la primera mujer a la que le quitarás la virginidad?
—Sí —murmuró, rozando su barba contra mi mejilla.
—Entonces prométeme que seré siempre la primera. Que no habrá otra virgen. Así no me sentiré tan insignificante por perder mi virginidad con un hombre al que nunca volveré a ver —tragué saliva cuando empezó a bajarme la parte inferior de mi ropa—. Promételo.
Nolan me miró profundamente con esos intensos ojos azules que parecían traspasar mi alma.
—Te lo prometo, muñeca preciosa —dijo.
Y le creí. Cerré los ojos, permitiendo que sus labios se unieran a los míos. Mi corazón dio un salto cuando me cargó en brazos y me llevó a su cama. No había vuelta atrás, le iba a entregar mi inocencia.
(...)