El corazón del Príncipe

Capitulo 4

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Aileen Lynch

No podía quedarme un minuto más en ese lugar, no después de descubrir la verdad. No sería capaz de mirar nuevamente al hombre que, minutos atrás, me había arrebatado algo tan íntimo como mi virginidad.

Me puse la ropa como pude, con la vista nublada por las lágrimas; si bien no esperaba nada a cambio, tampoco esperaba esta humillación.

—Despertaste del sueño, Cenicienta —musité para mí misma, y la voz me salió entrecortada—. Las mujeres como yo no tenemos finales felices...

Ya no me importaba si el rey seguía allí o no. Caminé hasta la puerta, la abrí y, para mi sorpresa, solo estaba el príncipe.

—Mi padre ya se fue... podemos seguir hablando —dijo, volviendo su mirada hacia mí, y fue entonces cuando se dio cuenta de que ya estaba vestida.

—Aileen, ¿qué pasó? ¿Por qué estás llorando? —se encaminó hacia mí para tocarme.

—¡No! —extendí mi mano para detenerlo antes de que pudiera acercarse. Sentía mi pecho oprimido, las lágrimas quemándome los ojos.

Me sentía sucia, burlada. Y lo peor de todo era que me lo merecía, por rebelde. Por terca, por soñadora e irresponsable.

—¿Qué pensaste que era? ¿Una cualquiera? ¡Me convertiste en tu aventura sexual a solo horas de casarte! —solté un sollozo fuerte, sintiéndome la peor cosa del mundo, avergonzada conmigo misma por haber disfrutado de aquella primera vez.

—Puedo explicarlo, Aileen. No es lo que piensas…

—¿No lo es? ¿No te casas mañana? —lo cuestioné.

—Sí, me caso, pero…

—¡Basta, Nolan! No intentes justificar lo que no tiene justificación. Estás comprometido, te casas mañana, solo me usaste. Y lo peor es que yo lo permití, pero no sabía que te ibas a casar. No me hubiera entregado a ti sabiendo que eras de otra.

—¡Escúchame! —insistió, y le di un manotazo para que no me tocara.

—Solo déjame irme, por favor —le imploré, sintiendo que las lágrimas no pararían.

—Déjame al menos pagarte el teléfono… —intentó decir, como si eso pudiera redimir algo.

—No quiero nada tuyo. No quiero que parezca que estoy aceptando algo a cambio de lo que pasó.

—¡Deja de decir tonterías! —me cortó, pero no intentó detenerme mientras avanzaba hacia la puerta.

Dios mío, yo no era una mala mujer, me conservé pura todos estos años solo para entregarle mi virginidad a un hombre comprometido.

—Respóndeme algo. —Me giré para mirarlo por última vez—. ¿En algún momento podría haber sido yo la mujer con la que te casarías?

—No, Aileen —bajó la cabeza—. No eres el tipo de mujer para alguien como yo.

Sus palabras fueron como una puñalada en el corazón. Dolió, dolió como nunca antes había sentido. Ni siquiera lo pensó, respondió de inmediato, sin dudar, con frialdad. Parpadeé varias veces, intentando contener las lágrimas que llenaban mis ojos.

—Espero nunca volver a verle, príncipe —el pecho me ardía, el alma me pesaba—. Espero que nunca sepas lo que es ser usado y burlado como lo has hecho conmigo hoy.

—Aileen...

—Y, si depende de mí, nunca más te cruzarás en mi vida.

Abrí la puerta, pero antes de que pudiera salir, sentí su mano sujetando mi muñeca.

—Deja que uno de mis choferes te lleve —pidió.

—Sé cuidar de mí misma —respondí, girando una última vez para mirarlo.

Esos intensos ojos azules no tenían el mismo efecto que antes.

—Prometí cuidarte, lo voy a cumplir.

—Eso ya no importa, no después de saber que eres un mentiroso. —Intenté zafarme de su agarre, pero él no me soltó.

—No mentí, solo omití algo…

—Omitiste algo esencial. No nací para ser amante de nadie, Nolan. Me heriste, me hiciste creer que podía ser especial, pero nada de esto fue real —carraspeé para no quebrarme ahí mismo—. Como dijo su majestad, no soy la mujer para alguien como usted.

—Estás entendiendo mal, Aileen —gruñó, visiblemente irritado.

—No tenemos nada más que decirnos. Respete a su prometida y no vaya por la vida rompiendo la dignidad de otras mujeres, no es justo.

Esta vez tiré de mi brazo con más fuerza, y finalmente me soltó. Caminé rápidamente hacia el ascensor, y para mi fortuna, las puertas se abrieron justo a tiempo. Sentí cómo él intentaba acercarse, pero presioné el botón para cerrarlas lo más rápido posible.

No quería verlo más, no quería enfrentar ese rostro que minutos antes me parecía perfecto y ahora solo me llenaba de desespero. El pensamiento de que mañana sería su boda y yo no era más que una amante de turno me consumía.

No contuve las lágrimas. Se deslizaron por mi rostro mientras bajaba la mirada.

Yo siempre sería la Cenicienta en esa historia, solo que esta vez no había final feliz.

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Nolan Reid

—No dejen sola a la chica, y si es necesario, síganla hasta su casa. No quiero que nada le pase —ordené a mi seguridad.

Pasé una mano por mi cabello, como si quisiera arrancármelo de la frustración. Tomé una botella de coñac del minibar, sintiéndome una mierda de hombre. Esto no debía terminar así, Aileen no debía salir de aquí aturdida, sintiéndose así.

Quería explicarle todo, era evidente que era una mujer buena, ingenua. No sé por qué carajos sus lagrimas me carcomían por dentro, apenas era una desconocida.

Fui un completo idiota; no tenía derecho a quitarle la virginidad. No así, nuevamente mi parte despreciable y egoísta le ganó a la cordura. Nada de lo que me diga a mí mismo justifica lo que le hice a ella.

—Soy una bestia, soy despreciable... —me bebí el vaso completo de la bebida, quemándome la garganta.

Eso era lo único que faltaba: que me emborrachara como loco el día antes de mi boda.

Hacía mucho tiempo que no veía una belleza como ella. Fui hechizado, me dejé llevar por los deseos de mi cuerpo, quería sentir la textura de algo tan puro entre mis manos. Luego, solo debía dejarla ir. Una muchacha así no podía atarse a un enfermo como yo. En el fondo, fue mejor que las cosas terminaran como terminaron.




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