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Aileen Lynch
Ava estaba sentada sobre mi regazo, sosteniendo su biberón con ambas manos mientras bebía su leche despacio. Sus ojos azules, llenos de curiosidad, se enfocaban en el reflejo de la ventana. Cada tanto, sonreía y movía sus piececitos con entusiasmo.
—¿Te gusta cómo se ve tu cabello, mi amor? —le pregunté mientras pasaba un cepillo suave por sus mechones oscuros.
—Bonito, mamá —murmuró con su vocecita tierna, haciendo una pausa para beber otro sorbo.
—Claro que sí, porque es el cabello más bonito del mundo —le dije, dándole un beso en la coronilla.
Ella rió, una risa dulce y melodiosa que siempre lograba derretirme.
Ally, mi hermana, estaba sentada en el sofá detrás de nosotras, mirando su celular, pero sabía que estaba prestando atención.
—Ally, necesito que recuerdes todo lo que te dije sobre los pagos —le recordé mientras desenredaba con cuidado un nudo en el cabello de mi hija.
—Sí, sí. Agua el día quince, luz el veinticinco, y el gas lo dejas programado. Ya me lo dijiste como mil veces, Aileen —respondió con tono de fastidio, pero me lanzó una sonrisa para tranquilizarme.
—Solo quiero estar segura. No quiero que te quedes sin servicios mientras no estoy —insistí, pasando mis dedos por el cabello de Ava para peinarlo en dos coletas simétricas.
—Yo puedo cuidar la casa, mamá —interrumpió Ava con un puchero.
Ally rió y dejó su celular.
—Mírala, ya se cree grande.
—Tú todavía eres mi bebita, ¿verdad? —le pregunté, apretando su mejilla con ternura.
—Sí, pero puedo ayudar —respondió, inflando su pecho como si estuviera muy orgullosa de sí misma.
—Lo sé, mi amor, pero esta vez Ally cuidará la casa, y tú y yo iremos a nuestra nueva casa por un tiempo —le expliqué con suavidad, temiendo que la idea de mudarnos la confundiera o la inquietara.
—¿Nueva casa? —preguntó, dejando el biberón de lado.
—Sí, es una casa grande con un jardín precioso. Vas a tener mucho espacio para correr y jugar.
Sus ojos se iluminaron y empezó a aplaudir.
—¡Quiero flores, mami! Muchas flores.
—Habrá flores, princesa. Muchas flores —le aseguré mientras le colocaba un lacito blanco en cada coleta.
Ally observaba la escena con una sonrisa burlona.
—Te va a costar despedirte de esta niña, ¿verdad?
—¿Ava? Nunca me despediría de ella. Siempre estará conmigo —respondí con firmeza, abrazando a mi pequeña con fuerza. Ella me devolvió el abrazo, apoyando su cabecita en mi pecho.
—Mami, te amo —dijo con dulzura.
Mi corazón dio un vuelco, y sentí cómo mis ojos se llenaban de lágrimas.
—Y yo te amo más, mi princesa.
—No más, mamá. Yo amo más —insistió, frunciendo el ceño, como si fuera un argumento que no estaba dispuesta a perder.
—Está bien, tú ganas —le dije, besando su nariz.
Después de terminar de peinarla, la dejé jugar un rato con sus bloques en el suelo mientras terminaba de darle a Ally las instrucciones necesarias.
—Por favor, mantén todo limpio y no te olvides de regar las plantas. Y si necesitas algo, no dudes en llamarme —le dije, sintiendo cómo la ansiedad empezaba a apoderarse de mí de nuevo.
—Aileen, relájate. Todo estará bien. No es como si fuera a dejar que la casa se caiga a pedazos —dijo, rodando los ojos.
—Es que nunca he estado lejos de casa tanto tiempo… y mucho menos en una situación como esta —confesé, bajando la voz para que Ava no escuchara.
Mi hermana se acercó y puso una mano en mi hombro.
—Eres la persona más fuerte que conozco. Si alguien puede manejar esto, eres tú. Además, tienes a Ava. Esa niña es todo lo que necesitas para seguir adelante.
Miré a mi hija, que intentaba encajar dos bloques con una concentración absoluta. Sus labios se movían mientras murmuraba instrucciones a sí misma.
—Sí, tienes razón. Ella es mi fuerza.
Cuando terminé de organizar las últimas cosas, tomé a Ava en brazos y le di un beso en la frente.
—¿Lista para una nueva aventura, princesa?
—¡Lista, mamá! —respondió con entusiasmo, envolviendo sus brazos alrededor de mi cuello.
Y, aunque mi corazón estaba lleno de miedo y nerviosismo, sentí una chispa de esperanza. Mientras tuviera a Ava conmigo, podía enfrentar cualquier cosa, incluso un futuro lleno de incertidumbre.
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Narrador Omnisciente
Los gritos resonaban en toda la mansión, haciendo eco en las paredes antiguas que habían visto generaciones de realeza. Nolan Reid estaba sentado en su habitación, con las cortinas negras cerradas a cal y canto, bloqueando la luz del sol que intentaba colarse. Los muebles eran tan oscuros como su humor, y el aire estaba cargado de tensión.
—¡Inútiles! ¡Ni siquiera saben traer un café caliente! —vociferó, lanzando la taza que acababa de probar contra la puerta. La porcelana estalló en mil pedazos, mientras el mayordomo, pálido como una sábana, recogía los restos en silencio.
—Señor, yo… —intentó decir algo, pero Nolan lo interrumpió.
—¡Fuera de mi vista! ¡Si no puedes hacer algo tan simple como esto, no te necesito aquí! —gruñó, con los puños apretados.
El mayordomo salió corriendo, y Nolan se dejó caer en el sillón, pasando una mano por su cabello oscuro. Todo lo irritaba: el café, los colores de las paredes, los cuadros que decoraban la mansión, incluso el aire que respiraba.
«¿Cómo demonios voy a vivir sin memoria?», pensó, golpeando el reposabrazos con frustración. Desde que había despertado después de la última cirugía, su vida era un constante recordatorio de lo que había perdido. Las caras que lo rodeaban eran desconocidas, y las pocas cosas que le contaban sobre su pasado no hacían más que enfurecerlo.
La puerta se abrió de golpe, sin previo aviso, y allí estaba ella: la matriarca de la familia Reid, su abuela. Una mujer de cabello plateado, con una presencia tan imponente como la misma corona que su familia defendía.