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Aileen Lynch
La puerta de la habitación del príncipe era imponente, de madera oscura, con detalles tallados que parecían susurrar secretos antiguos. Tragué saliva, ajustando la bandeja entre mis manos, mientras sentía el peso de la responsabilidad caer sobre mis hombros.
Era mi primera vez entrando a su santuario, y el simple pensamiento me hacía temblar.
La última vez que le había visto, me sostuvo la mano, como si me reconociera.
Golpeé suavemente la puerta, pero no hubo respuesta. Inspiré profundamente y, armándome de valor, empujé la pesada hoja. Al entrar, la oscuridad me envolvió como un manto. Las cortinas negras cubrían completamente las ventanas, dejando la habitación en penumbra.
—Señor… príncipe Nolan —llamé, mi voz casi un susurro. No hubo respuesta.
Avancé con pasos inseguros, sintiendo cómo el aire parecía más denso aquí. La habitación olía a madera antigua, a libros y algo más, algo que no pude identificar. Me acerqué a una de las ventanas y, con un suspiro, decidí que un poco de luz no haría daño.
Corrí ligeramente una de las pesadas cortinas, dejando que un rayo de luz dorada penetrara en la habitación. Antes de que pudiera apartarme, una figura emergió de las sombras, imponente y con una presencia que hizo que mi corazón saltara en mi pecho.
—¡¿Qué demonios crees que estás haciendo?! —rugió Nolan, su voz grave y furiosa resonando en la habitación.
Di un grito ahogado y, en mi sobresalto, solté la bandeja. El estruendo de la porcelana rompiéndose contra el suelo fue ensordecedor.
—Lo siento, yo... solo quería traerle su merienda... —balbuceé, retrocediendo mientras él avanzaba, sus ojos azules brillando con intensidad en la penumbra.
—¿Quién te dio permiso para abrir las cortinas? —preguntó, acercándose más.
Cada paso suyo parecía llenar la habitación de una energía que me intimidaba y me hacía temblar. Llevaba el cabello más largo y definitivamente no se había afeitado en días, pero por alguna razón, ese aspecto rudo y salvaje solo lo hacía ver más atractivo.
—Yo... pensé que un poco de luz podría ser agradable… —intenté explicar, mi voz temblorosa mientras mantenía la mirada fija en sus ojos, tratando de no parecer más vulnerable de lo que ya estaba.
Él se detuvo frente a mí, tan cerca que sentí su calor. Sus rasgos eran duros, con una belleza que resultaba casi intimidante. Sus ojos recorrieron mi rostro con una intensidad que hizo que me sonrojara.
—¿Quién eres? —preguntó, bajando ligeramente el tono, aunque su voz seguía siendo demandante.
Sentí una punzada de decepción al darme cuenta de que ni siquiera me recordaba, pero según su historial médico, el príncipe presentaba amnesia. Su olor, tan varonil, me impactó, recordaba su deliciosa colonia...
—Soy Aileen Lynch, su nueva enfermera —respondí bajito, casi tartamudeando.
—¿Otra más? —gruñó, cruzándose de brazos y lanzando una mirada al desastre en el suelo—. Parece que no pueden enviarme a alguien que no sea un completo desastre.
El comentario me hirió, pero traté de no demostrarlo. Apreté las manos contra mi vestido, intentando mantener la compostura.
—Lo siento mucho, príncipe Nolan. No volverá a suceder —dije, bajando la mirada.
Un silencio tenso se extendió entre nosotros. Sentí su mirada fija en mí, analizando cada detalle de mi rostro, como si tratara de encontrar algo en mí que no podía recordar.
—¿Nos hemos visto antes? —preguntó de repente, con un tono que parecía menos severo y más curioso.
Mi corazón dio un vuelco. ¿Quería que me recordara? No, con ese carácter que se traía, no. Sentí que el color subía a mis mejillas mientras su mirada seguía clavada en mí.
—¿Por qué lo pregunta, su majestad? —respondí, intentando que mi voz sonara más firme de lo que realmente me sentía.
—Ese cabello… —dijo, levantando una mano como si fuera a tocarlo, pero deteniéndose antes de hacerlo con frustración—. Es tan rojo, tan brillante. Siento que lo he visto en otra parte.
Mis manos temblaron mientras ajustaba el delantal.
—Hay muchas pelirrojas en Irlanda, señor —argumenté rápidamente, con una sonrisa nerviosa que no logró disimular mi incomodidad.
Él inclinó ligeramente la cabeza, como si no estuviera convencido de mi respuesta. Sus ojos se fijaron en los míos, y por un momento, sentí que podía ver más allá de mis nervios, como si intentara desentrañar algún secreto.
—Tal vez… —murmuró, dando un paso hacia atrás finalmente, rompiendo la tensión—. Pero si vuelves a abrir las cortinas sin mi permiso, serás despedida al instante. ¿Entendido?
Asentí rápidamente, sintiendo el alivio mezclarse con el latido acelerado de mi corazón.
—Sí, señor. Entendido.
Él se giró hacia la oscuridad de la habitación, dándome la espalda.
—Y limpia ese desastre antes de salir —ordenó, con un tono más cansado que molesto.
—Sí, príncipe Nolan —respondí, inclinándome para recoger los pedazos de porcelana mientras intentaba calmar mis pensamientos desbocados.
Mientras me agachaba, no pude evitar mirar de reojo su figura. Era como una bestia herida, atrapada en una jaula de oscuridad y furia.
«Baja la mirada, ¡no tienes derecho a mirarle!», me reprendí a mí misma.
Mis dedos temblaban mientras intentaba recoger los pedazos de la bandeja rota sin hacer más ruido.
Una vez termine, me apresure a salir de la habitación y cerrar la puerta detrás de mí.
Una vez fuera, me apoyé contra la pared, soltando el aire que ni siquiera me había dado cuenta de que estaba conteniendo. Mi corazón latía con fuerza, y mis manos todavía temblaban.
«¿Qué demonios fue eso?», pensé, cerrando los ojos e intentando calmarme.
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Nolan Reid