Washington D. C.
Evangelina Marlowe
Han pasado dos semanas desde nuestra luna de miel, desde que mi vida cambió de un modo que aún intento comprender. Nunca imaginé que un matrimonio por conveniencia pudiera sentirse… tan tranquilo. No perfecto, pero tranquilo.
Ezra está feliz, y eso es lo que más me importa. Su sonrisa brilla más seguido, duerme mejor, come con apetito y ha vuelto a reír con esa libertad que me hacía tanta falta escuchar. Rowan tiene mucho que ver con eso.
Es casi de noche cuando escucho la puerta principal abrirse. Ezra suelta los lápices de colores y corre por el pasillo.
—¡Row! —grita con alegría.
La escena ya se ha vuelto parte de nuestra rutina. Yo me levanto de la mesa y lo sigo con la mirada, viendo cómo Rowan se inclina para recibir el abrazo del niño. Lo levanta con facilidad, riendo cuando Ezra empieza a contarle, atropelladamente, todo lo que hizo durante el día.
—Grace y yo hicimos galletas —dice Ezra, muy serio—. Pero no nos salieron redondas, se rompieron.
—Las galletas rotas también saben bien —responde Rowan, fingiendo un tono solemne que hace reír al niño.
Cuando se sientan a la mesa, el ambiente se llena de algo que no sé describir. Es familiar y cálido. Como si esta escena siempre hubiera existido y nosotros solo estuviéramos retomándola.
Ezra habla sin parar entre bocados, contándole a Rowan sobre los dibujos que hizo, las historias que inventó y las carreras que ganó en el jardín. Rowan lo escucha con atención, respondiendo cada comentario, sin distraerse ni un segundo. Esa paciencia suya… es algo que admiro más de lo que me atrevería a decir en voz alta.
Yo los observo en silencio, dejando que esa paz me abrace. Hace mucho que no sentía un hogar así, tan seguro.
Después de cenar, Grace se lleva a Ezra a dormir. Rowan me pregunta si quiero acompañarlo al patio, y acepto. Trae una botella de vino y dos copas. Nos sentamos uno al lado del otro en los sillones del porche trasero, bajo el suave resplandor de las luces que cuelgan del techo.
—Lo siento, debí preguntar antes. ¿Quieres vino o te preparo un té? —pregunta, con una sonrisa ligera.
—Vino. Hoy quiero vino —respondo, y él me sirve sin decir nada.
Tomamos en silencio un rato, escuchando los grillos, el murmullo del viento, el lejano ladrido de algún perro. Rowan parece cómodo, relajado. Yo también lo estoy y ese detalle me sorprende. Hace semanas, apenas podía mirarlo sin sentirme tensa. Ahora, puedo estar a su lado y sentirme… bien. A salvo.
—Te has adaptado muy rápido —dice de pronto, sin apartar la vista del jardín.
—Supongo que no tenía otra opción —respondo, con una sonrisa tímida.
—Tal vez. Pero igual lo estás haciendo muy bien.
Lo miro, buscando ironía o condescendencia, pero no hay nada de eso. Solo sinceridad, y eso es algo que admiro de él. Rowan no habla por hablar.
Bajo la mirada hacia mi copa, moviendo el líquido con lentitud.
—No sé si estoy haciendo algo bien, pero… Ezra está feliz. Eso basta.
—Y tú —dice, interrumpiendo mis pensamientos—, ¿estás feliz?
Su pregunta me toma por sorpresa. No porque no tenga respuesta, sino porque nadie me la había hecho en mucho tiempo. Respiro hondo y lo pienso por unos segundos.
—No lo sé. No obstante, estoy tranquila. Y eso… eso es más de lo que esperaba hace unas semanas.
Rowan asiente, como si entendiera exactamente lo que quiero decir. Bebe un sorbo de su copa y se recuesta en el respaldo, mirándome de reojo.
—Tranquilidad, eso es un buen comienzo.
Sonrío sin poder evitarlo. Es tan fácil hablar con él, se siente tan natural. Como si mis palabras no necesitaran filtros ni defensas. El silencio vuelve, pero esta vez no es incómodo. Es un silencio amable, de esos que dicen más que cualquier conversación.
Levanto la vista y lo observo. Tiene la mirada perdida en el horizonte, el vaso entre las manos, el gesto sereno. Parece que nada lo perturba, y por alguna razón, eso me calma también. Me gusta esta sensación. Esta rutina simple que no pedí, pero que, poco a poco, empiezo a disfrutar. No sé qué pasará mañana, ni si algún día podré corresponderle del modo en que él parece quererme.
Pero esta noche… Esta noche solo quiero disfrutar de la paz que trae su compañía.
Cuando el vino se acaba, él se levanta para recoger las copas. Antes de entrar, me mira por encima del hombro.
—Duerme bien, Evangelina.
—Tú también, Rowan.
Se aleja con pasos tranquilos, y yo me quedo mirando la puerta cerrarse detrás de él.
No sé en qué momento empecé a confiar tanto. Solo sé que su presencia ya no me asusta. Me da calma y esa calma… puede ser el principio de algo más.
***
Al día siguiente me despierto temprano, como siempre. Ezra ya está en pie antes que yo, lleno de energía y curiosidad, dispuesto a conquistar cada rincón de la casa como si fuera una nueva aventura. Lo ayudo a vestirse, desayunamos con Grace y luego él sale al patio con una de las trabajadoras que le tiene paciencia infinita. Yo me quedo adentro, mirando por la ventana cómo corre y ríe bajo el sol.