El corazón que nos unió

Capítulo 14: Incondicional

Washington D. C.

Evangelina Marlowe

Han pasado dos días desde que Rowan se fue, y la casa parece más grande, más silenciosa, más vacía. Ezra ha preguntado por él cada pocas horas, al punto de que ya no sé cómo distraerlo. «Row va a volver pronto», le repito una y otra vez, aunque la palabra «pronto» empieza a perder sentido cuando pasan las horas y el teléfono solo trae su voz a través de una pantalla.

El primer día, Ezra estaba inquieto, pero jugó con sus carritos, pintó, hasta se durmió en mis brazos como siempre. Hoy, en cambio, está diferente. Hace pucheros, se niega a comer y su mirada se llena de lágrimas cada vez que escucha el sonido del celular, creyendo que será su Row. Y cuando no lo es, se aleja, decepcionado, sin decir una palabra.

Yo también empiezo a extrañar a Rowan más de lo que quisiera admitir. La casa, aunque siempre ha sido suya, me resultaba un refugio. Ahora, sin él, se siente ajena otra vez. Echo de menos su presencia, su manera de mirar a Ezra con ternura, incluso su forma de caminar con ese aire controlado y decidido. Pero sobre todo, echo de menos las pequeñas cosas: la taza de café que compartíamos algunas mañanas, su voz grave llamando al niño, los pasos que resonaban por el pasillo. Y las charlas nocturnas.

Sin embargo, junto con esa melancolía hay otra cosa que me ronda la cabeza: la fotografía. Esa imagen que encontré por accidente y que desde entonces no puedo sacar de mi mente. Cada vez que cierro los ojos la veo con claridad: el niño de cabello oscuro, sonrisa traviesa y la mujer que lo abraza, tan parecida a Grace que me deja sin aliento. No sé si debería preguntar, pero algo dentro de mí teme la respuesta.

Grace me nota distraída y suspira cada vez que me sorprende mirando al vacío.

—Ven, ayúdame con el jardín —me dice esta mañana, como quien sabe que la mejor medicina para el alma es el trabajo.

Acepto, agradecida. Ezra corre detrás de nosotras, feliz de poder jugar entre las flores. Grace le da una pequeña pala y le dice que puede ayudar a «hacer casitas» para las plantas nuevas. Mi hijo se entusiasma tanto que en cuestión de minutos tiene las manos, y el rostro, cubiertos de tierra.

—Mira, mamá, soy un árbol —grita, alzando los brazos como si fueran ramas.

No puedo evitar reír. Le tomo varias fotos con el celular mientras él sigue jugando, haciendo montículos y hablando con un insecto que dice ser su amigo nuevo. Grace ríe también, y la casa parece tener vida otra vez.

Le envío una de las fotos a Rowan con un simple mensaje de saludo. Tardo unos minutos en recibir respuesta, pero cuando el teléfono vibra y leo su contestación

Rowan: Los extraño más de lo que imaginan.

Algo se me aprieta en el pecho. Ezra salta de emoción cuando ve la imagen de Rowan en la pantalla y empieza a hablarle, aunque sabe que solo está grabando un mensaje.

—Row, mira mi cara, ¡soy tierra! —dice entre risas.

Grabo el momento y se lo mando a Rowan. Imagino su sonrisa al verlo; puedo sentirla incluso a la distancia. Grace me observa desde el otro lado del jardín, con los guantes llenos de tierra y esa mirada que parece atravesar todo.

—Le haces bien, ¿sabes? —dice de repente.

—¿A quién? —pregunto, un poco sorprendida.

—A los dos. A Ezra, porque le has dado la calma que necesitaba. Y a Rowan… porque desde que llegaste, él parece más humano.

No sé qué responder. Grace no suele decir cosas así, pero cuando lo hace, son tan certeras que me dejan sin palabras. Solo sonrío con timidez y bajo la mirada, removiendo la tierra a mi alrededor.

El sol cae y Ezra se queda dormido en una manta, rendido después de tanto jugar. Lo llevo a la cama y lo cubro con cuidado. Me paro frente a la ventana y veo que Grace recoge las herramientas y entra en la casa.

Miro el cielo anaranjado y me pregunto dónde estará Rowan exactamente. Si también estará mirando el atardecer, si pensará en nosotros como yo pienso en él. Tal vez está rodeado de números, pantallas y empleados, luchando contra el caos, pero aún así, hay algo que me dice que no deja de tenernos presentes.

Abro de nuevo el celular. Vuelvo a ver las fotos de Ezra y luego las que he tomado cuando hacemos videollamadas. En una captura, Rowan aparece sonriendo, y no sé por qué, pero mis ojos se llenan de lágrimas. Lo extraño, por raro que parezca. Y me odio un poco por ello, porque todavía no entiendo quién es realmente.

La fotografía escondida en su libro sigue atormentándome. ¿Por qué la tenía allí? ¿Quién era esa mujer que tanto se parece a Grace? ¿Y por qué nunca me ha hablado de su madre o de su infancia? Hay algo en él, una parte que mantiene cerrada, y ahora empiezo a temer lo que podría encontrar si abriera esa puerta.

Pero por hoy decido no pensar más. Me acerco a Ezra, beso su frente y susurro:

—Tu Row volverá pronto, mi amor. Lo prometo.

El viento sopla, moviendo las hojas y trayendo consigo un murmullo que me hace sentir acompañada. Quizá es mi mente, o quizá es la promesa de que, cuando Rowan vuelva, las respuestas que busco por fin saldrán a la luz.

Y aunque no sé si estoy lista para escucharlas, sé que tarde o temprano lo haré.




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