El corazón que nos unió

Capítulo 15: Verdad a medias

Washington D. C.

Rowan Callahan

El cansancio me pesa en los huesos, pero es un tipo de cansancio que no me molesta. De esos que vienen después de un día largo, pero lleno de cosas buenas. Ezra no me dejó ni respirar, y no me quejo. Lo tuve pegado a mí desde que llegué, arrastrándome por el jardín, mostrándome sus juguetes, enseñándome cada dibujo nuevo como si el mundo dependiera de ello. Y yo, claro, lo seguí en todo.

Jugué, corrí, reí. Y por primera vez desde que me fui, sentí que respiraba tranquilo.

No me pesa haber regresado antes de tiempo. Cuando Grace me llamó anoche para decirme que Ezra no paraba de llorar, no lo dudé ni un segundo. Pasé toda la noche con el equipo técnico, resolviendo lo que pude, y al amanecer ya estaba en el avión. Lamentando no haber delegado más antes porque ahora nada de lo que hay en mi empresa es más importante que ese niño… o que ella.

El problema técnico era un error en los servidores de respaldo de la división de software médico que desarrollamos hace tres años. Un fallo de sincronización que detuvo el sistema principal de una clínica entera. Algo grave, sí, pero no irreversible. Lo solucioné a medias antes de partir, y el resto puede esperar.

Cuando vuelvo a mirar el reloj, el día se ha ido. Ezra duerme profundo, agotado después de tantas horas de juegos, con una sonrisa pequeña en el rostro. Evangelina dejó que fuera yo quien lo llevara a la cama, luego de lo mucho que él insitió. Así que me acerco para cubrirlo con su manta y le paso una mano por el cabello. Esa imagen me desarma. Hay una paz en él que me hace querer prometerle mil veces que no lo dejaré, que nunca más tendrá que llorar así.

Al salir de su habitación, paso frente al estudio, y mis pasos se detienen. Sé que Evangelina estuvo aquí. Lo noté al llegar: un libro movido, un detalle minúsculo que solo alguien obsesivamente ordenado notaría. Y ese soy yo. Con eso pude hacerme una idea de lo que había descubierto.

El momento de enfrentarme a ella ha llegado. La encuentro en el patio. Está sentada en la mecedora, con una manta sobre las piernas y la mirada perdida hacia el jardín. El viento mueve algunos mechones de su cabello y la luz tenue de la terraza le da ese aire tranquilo que siempre me deja sin palabras. Hay algo en ella que me ancla, incluso cuando no dice nada.

Voy a la cocina, preparo té, y regreso con dos tazas humeantes. No digo nada cuando me acerco, solo le tiendo la suya.

—Gracias —susurra, sin mirarme.

Nos quedamos así, uno al lado del otro, mirando la oscuridad. El silencio no es incómodo, pero sé que algo flota en el aire. Algo que ella quiere decir, y yo temo escuchar. Doy un sorbo al té, más por tener las manos ocupadas que por necesidad. Finalmente, rompo el silencio.

—¿Vas a contarme qué pasa? —pregunto, con la voz baja.

Ella aprieta la taza entre los dedos, sin levantar la mirada.

—Encontré algo —dice al fin.

Su tono me pone en alerta. Trago saliva y la miro, aunque ella sigue concentrada en el vapor del té.

—Estaba en tu oficina —continúa—. No entré con mala intención, solo… quería distraerme. Y entonces vi un libro, lo abrí y… una foto cayó.

La respiración se me detiene. Mi mente repite sus palabras en bucle: una foto cayó. Confirmando mi sospecha. Ella me mira al fin, con esos ojos azules que parecen ver más de lo que uno quiere mostrar.

—Era una mujer, muy parecida a Grace, abrazando a un niño. Tú, supongo.

No respondo. No puedo. El corazón me late tan fuerte que lo escucho en mis oídos. No esperaba que eso saliera a la luz tan pronto, no así. Sospechar es diferente a confirmar y, no importa lo mucho que me haya preparado para ello, no estoy muy listo. Evangelina sostiene mi mirada, buscando respuestas. Y yo… no sé por dónde empezar.

Todo lo que tenía enterrado desde hace años se mueve dentro de mí como un torrente. El pasado que creí haber dejado atrás vuelve con fuerza. No por culpa de ella, sino porque el simple hecho de que lo haya visto me obliga a enfrentar lo que nunca he contado a ningún extraño.

Abro la boca, pero las palabras no salen. Me quedo mirando el vapor de mi taza disiparse en el aire, intentando ordenar mis pensamientos. Podría mentir. Podría decirle que era una fotografía vieja y que no soy yo. Podría esquivar la verdad, como he hecho durante tanto tiempo. Pero ella merece más que eso.

—Evangelina… —empiezo, con la voz apenas audible.

Ella espera.

Y yo la miro, sabiendo que lo que diga después cambiará muchas cosas.

—Esa foto… —Respiro hondo, sintiendo el peso de lo que está por salir.

Y justo ahí, en ese segundo suspendido entre lo que soy y lo que fui, entre lo que ella sabe y lo que ignora, el silencio nos envuelve. No sé si tengo el valor para continuar. Estoy dudoso sobre si ella está lista para escucharme. Solo sé que ya no puedo seguir ocultándolo. Evangelina sigue mirándome con paciencia y siento que sus ojos me atraviesan. No me presiona, y aun así siento que el peso de su silencio me obliga a hablar.

—Esa mujer de la foto… —Hablo de nuevo, sintiendo la voz un poco más firme—, sí, es Grace.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.