El corazón que nos unió

Capítulo 17: Amistades

Washington D. C.

Evangelina Marlowe

Rowan siempre se levanta temprano, lo escucho por el pasillo cuando pasa por mi habitación y decido levantarme para alcanzarlo antes de que se vaya. Se gira al escuchar mis pasos y se detiene. Alza su mano y acaricia mi mejilla, un gesto suave que me provoca un cosquilleo cálido en el pecho. Me acerco un poco más por inercia, porque su cuerpo me llama como si fuera un refugio.

—Me voy —susurra—. Tengo una reunión temprano.

Inclina su rostro y me roza los labios con un beso tan suave que me deja queriendo más. Me sonríe como si lo supiera.

—Está bien —le tomo la mano—, nos vemos en la tarde.

—Llegaré a tiempo —me asegura—. Por cierto, hablé con Daphne. Vendrá hoy a revisarlo. Solo un chequeo de control, para estar tranquilos y hacer una actualización a su historia clínica.

—Gracias por hacerte cargo.

Aprieta mi mano y añade, con esa honestidad que jamás he recibido de un hombre:

—Haría cualquier cosa por ustedes. Cualquier cosa, Evangelina.

Se me aprieta la garganta. A veces no sé qué hacer con tanta ternura, entrega y protección. Lo despido en la entrada y lo veo alejarse. Todavía tengo la sensación de sus labios en los míos.

***

A media mañana, cuando escucho el timbre, siento un súbito ataque de nervios. Noto mis manos tensas mientras camino hacia la puerta. No conozco bien a Daphne, apenas las veces que la vi cuando Ezra estaba enfermo, pero recuerdo muy bien la impresión que me dio: elegante, profesional, brillante. Una mujer que parece tener su vida completamente ordenada.

Y además… la prometida del hermano de Rowan. Quiero agradarle, quiero que piense bien de mí.

Abro la puerta y ella está allí, con su cabello recogido en una coleta alta y un vestido sencillo pero impecable. Su sonrisa es cálida, sus ojos claros, observadores.

—Evangelina —me saluda con un tono amable y seguro—. Qué gusto verte otra vez.

—Hola, doctora… digo, Daphne. Pasa, por favor.

Me hace un gesto como si quitara importancia y entra con naturalidad. Ezra llega corriendo apenas la ve, sonriendo grande. Ella se agacha para recibirlo como si fuera un pequeño torbellino familiar, y de inmediato siento cómo mis nervios aumentan. Ella y Ezra se llevan muy bien. Claro que sí. Es encantadora.

Subimos a su habitación para la revisión. Yo me quedo a un lado, observando y preguntando cuando ella me lo permite. Sus movimientos son rápidos y seguros; sus explicaciones son claras. Me impresiona lo natural que le sale aquel equilibrio entre profesionalismo y dulzura.

Cuando termina, le pasa la mano por el cabello a Ezra y le guiña un ojo.

—Estás más fuerte que la última vez. Sigue así, campeón.

Ezra sonríe orgulloso y baja corriendo a buscar a Grace, dejándonos solas. Le hago una seña y ambas salimos de la habitación, siguiendo los pasos de Ezra hasta la cocina. Grace y él están fuera en el jardín. Daphne respira hondo, estira la espalda, y me mira con una expresión divertida.

—Y bien… tú pareces más nerviosa que él.

Me sobresalto. —¿Nerviosa? No, no… claro que no. Solo… quería que todo saliera bien.

Ella arquea una ceja, burlona, pero no cruel.

—Evangelina, por favor. No pasa nada si no te agrado.

—Sí me agradas —respondo rápido. Demasiado rápido.

Ella suelta una carcajada suave, una risa seca y elegante que solo tienen las personas que bromean a cada rato sobre sí mismas.

—Estoy bromeando. Lo digo porque estabas tensa. Y porque muchas mujeres se intimidan conmigo al principio. No sé por qué. Tal vez porque siempre llevo batas blancas —dice con un tono teatral, como si fuese un monstruo de hospital.

Me hace sonreír.

—Supongo que me intimida que seas tan… preparada. Y exitosa. Se nota que eres una mujer muy capaz.

—¿Y eso te incomoda? —pregunta con curiosidad sincera, no a la defensiva.

—No —respondo despacio—. Solo… me hace pensar que yo no tengo nada de eso. Que vengo de un lugar muy diferente.

Daphne se cruza de brazos, apoyándose contra la encimera de la cocina.

—Evangelina, no tienes que compararte conmigo. Somos personas distintas, con historias distintas. Y por lo que sé… tú has sacado adelante a tu hijo sola. Eso ya es más fuerte que cualquier título colgado en la pared.

Me quedo callada, sin saber qué decir o qué responder. Sus palabras me golpean de manera inesperada.

—Además —añade con una sonrisa cómplice—, no me interesa que me admires. Me interesa que podamos llevarnos bien. Vamos a vernos bastante seguido.

Asiento, sintiendo un calor agradable en el pecho. Mientras hablamos, noto cómo Daphne baja una mano hacia su vientre con un gesto instintivo. No es evidente; es un roce suave, protector. Pero lo reconozco.

La observo un segundo más, y cuando ella se da cuenta, se congela apenas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.