El corazón que nos unió

Capítulo 18: Conmovidos

Washington D. C.

Rowan Callahan

Daphne no ha dicho una sola palabra desde anoche. Ni una. Ni siquiera un susurro. Es como si su voz se hubiera quedado atrapada en ese cuarto de hospital, junto con todo lo que perdió. La sentamos en el asiento trasero del coche y Evangelina se queda a su lado durante todo el trayecto, hablándole suave, con esa dulzura suya. Daphne solo sostiene sus propias manos y mira por la ventana.

No sé cuántas veces la he observado en silencio desde que salimos del hospital. No para vigilarla. Para asegurarme de que esté bien. No puedo perderla también; tampoco puedo permitir que se rompa sola.

Cuando por fin entramos a la mansión, Ezra se nos lanza encima como un torbellino de energía. Corre directo hacia Evangelina primero, luego hacia mí, y yo lo abrazo como si necesitara ese contacto para mantener los pies en la tierra.

—Row —dice, aferrándose a mi cuello—. No me vayas a dejar.

—No lo haré —le respondo, besándole la sien—. Nunca.

Ezra sonríe, pequeño y confiado, y entonces ve a Daphne detrás de mí. Y se le ilumina el rostro.

—¡Daphne!

Ella se detiene. Apenas reacciona. Y cuando Ezra abre los brazos para abrazarla, algo en su rostro se desmorona. Se agacha para estar a su altura y Ezra la rodea con sus brazos sin dudar. Y es ahí, en ese instante, cuando Daphne empieza a llorar. Lágrimas grandes, silenciosas y devastadoras.

Me quedo quieto. No quiero interrumpir ese momento. Porque si hay algo que puede atravesar el dolor más denso, es un niño que abraza sin pedir explicaciones.

—¿Por qué llora? —pregunta Ezra, mirándome con esos ojos enormes.

Evangelina se acerca, se arrodilla junto a ellos y acaricia la espalda del niño.

—Porque está triste, cielo —le dice con suavidad—. A veces las personas lloran cuando les duele algo por dentro.

Ezra aprieta los brazos alrededor del cuello de Daphne, más fuerte ahora, como si quisiera protegerla él también.

—Está bien —dice con esa seriedad que solo él puede tener a su edad—. Row lo va a arreglar todo. Él siempre arregla todo.

Las palabras de mi hijo, porque lo considero mío, me atraviesan con fuerzas. No sé si soy el hombre que Ezra cree que soy. Pero quiero serlo. Por él, por Evangelina y Daphne. Por todos los que dependen de mí sin pedírmelo.

Daphne cierra los ojos y hunde la cara en el hombro del niño, dejando que él la consuele. Así que dejo que ese momento dure. Que él la sostenga. Que ella sienta, aunque sea por un minuto, que no está sola en un mundo que acaba de caérsele encima.

Cuando Evangelina se levanta, toma la mano de Daphne con calma.

—Ven, te llevamos a descansar —le dice con esa firmeza suave que admiro tanto.

Daphne asiente, todavía sin hablar. Ezra la toma de la mano también, como si fuera su deber protegerla, y los tres suben las escaleras. Los miro desaparecer por el pasillo superior mientras tengo la sensación de que mi pecho se comprime un poco más con cada paso que dan.

Y cuando la casa vuelve a quedarse en silencio, siento cómo el cansancio se desploma sobre mis hombros. No dormí anoche. Apenas si he comido. Y aun así, nada de eso me afecta tanto como la rabia que siento por Miles.

Mi hermano: el padre de ese niño que jamás verá la luz. El hombre que dejó sola a la mujer que debería cuidar. Aprieto los puños con fuerza. Eso no puedo perdonarlo tan fácil.

Me dirijo a mi oficina porque necesito un minuto. Un solo minuto para quedarme quieto y pensar antes de hacer algo de lo que pueda arrepentirme. Cierro la puerta detrás de mí y apoyo las manos en el escritorio, respirando hondo. Me siento agotado, estoy dolido. Y sobre todo, estoy furioso.

No quiero odiar a mi hermano, pero la imagen de Daphne sola, rota, sin poder levantar la cabeza, es algo que no puedo quitarme de encima. ¿Cómo pudo Miles dejarla así? ¿Cómo pudo elegir cualquier otra cosa por encima de ella? Por encima del bebé que esperaban juntos.

Aprieto los ojos. Intento calmarme, mas no funciona. Me dejo caer en la silla y apoyo la cabeza en las manos. En lo único que puedo pensar es en mi familia. En mi hijo, en Evangelina. En Daphne, arriba, tratando de dormir después de perderlo todo. En Grace, que está dando vueltas sin dejar de preocuparse. No sé cómo voy a arreglar esto; no obstante, Ezra confía en mí, Evangelina también. Y Daphne necesita a alguien que no se vaya.

Así que me levanto, respiro hondo y decido que mientras ella esté bajo mi techo, no faltará nada. Ni compañía, tampoco apoyo o cariño.

Si Miles no estuvo… nosotros estaremos para ella.

***

Estoy saliendo de mi oficina cuando escucho pasos acelerados detrás de mí. Me detengo, y al girarme me encuentro con Grace. Tiene el ceño fruncido, la respiración entrecortada, como si hubiera venido corriendo desde el otro extremo de la mansión. Antes de que logre decir algo, ella me toma por el brazo y, con un gesto suave pero firme, me hace regresar al interior. Cierra la puerta detrás de nosotros.

No alcanzo a asimilar lo que pasa cuando, de pronto, me abraza. Así, sin aviso. Un abrazo completo, apretado, maternal.




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