El corazón que nos unió

Capítulo 20: Corazón roto

Washington D. C.
Evangelina Marlowe

Lo más lejos que logro llegar es hasta el patio antes de que Rowan me alcance. Escucho cómo corre detrás de mí, casi tropezando, y sé que está desesperado por hablar, por explicar, por salvar lo que se acaba de romper. Me detengo porque no puedo seguir huyendo, pero tampoco puedo mirarlo sin que algo dentro de mí se quiebre.

Cuando por fin lo hago, su rostro es una mezcla de angustia y miedo. Está pálido, con el pecho subiendo y bajando rápido.

—Evie, por favor… —balbucea, levantando una mano hacia mí como si tuviera miedo de que diera otro paso atrás—. Déjame explicarte. Yo… no fue así. No fue lo que piensas.

Su voz suena rota, pero la mía está peor. Siento cómo tiembla cuando lo interrumpo.

—¿Lo hiciste por maldad? —pregunto, sin adornos, sin rodeos—. ¿Me mentiste a propósito? ¿Te burlaste de mí todo este tiempo?

Rowan da un paso adelante, horrorizado.

—¡No! Claro que no. Evangelina, yo jamás… —Se pasa una mano por el cabello, desesperado—. Yo nunca jugaría contigo. Nunca.

Lo miro, intentando encontrar algo en sus ojos que me haga creerle sin dudas, como lo hacía antes. Pero todo se siente torcido.

—Entonces, ¿por qué? —susurro—. ¿Por qué me ocultaste algo así?

—Por miedo —responde en un hilo de voz—. Porque te quiero. A ti y a Ezra. Y pensé que si te lo decía, te alejarías. Pensé que… que no confiarías en mí. Que te perdería antes de darme la oportunidad de demostrarte que quiero ser parte de tu vida. De la de ustedes.

Sus palabras son sinceras. Lo sé. Y aun así, me duelen.

—Rowan… ya rompiste mi confianza —digo, y siento cómo se me aprieta la garganta—. Y también mi corazón.

Él cierra los ojos, como si quisiera absorber el golpe para que no me duela tanto a mí.

—Lo siento —murmura—. Te lo juro, Evie. Te lo juro por lo que más quiero. No quise lastimarte.

Me cubro los brazos con las manos, no por frío, sino para sostenerme. Porque todo en mí está temblando. Él intenta acercarse un poco más, pero yo niego con la cabeza y él se detiene.

—Necesito tiempo —le digo finalmente—. No puedo… no puedo procesar nada si sigues hablándome así. Déjame pensar. Déjame… respirar.

Rowan traga saliva. Se nota que decir «está bien» le cuesta más que cualquier otra cosa en su vida.

—Si necesitas tiempo… —respira hondo—. Te lo doy. Aunque no quiera. Te lo doy.

Su voz tiembla en la última palabra. Y sé que quiere seguir hablando, que quiere suplicar, explicar, corregir, pero no lo hace. Me mira como si tuviera miedo de estar viéndome por última vez y luego baja la mirada. Finalmente, retrocede, dándome espacio.

Apenas se aleja, mis piernas ceden y me dejo caer en la silla del patio. La misma silla que nos ha visto reír tantas noches, que sostuvo nuestras conversaciones hasta la madrugada, que escuchó a Ezra cantar mientras Rowan lo mecía. Ahora es testigo de algo que nunca imaginé vivir aquí: mi tristeza.

Me cubro el rostro con las manos y contengo un sollozo que amenaza con escaparse. Quisiera levantarme, entrar a la casa, tomar a mi hijo y desaparecer. Irme a un sitio donde no duela tanto recordar que confié en él… y que falló. Pero no tengo dónde ir. No tengo ahorros suficientes. No tengo una red que pueda sostenernos sin desestabilizar a Ezra.

Mi hijo, solo pensar en él me hace respirar con más cuidado. Mi hijo ya sufrió demasiados cambios y pérdidas. No voy a arrancarlo de la única estabilidad emocional que ha encontrado aquí. Ni siquiera por mi dolor.

El viento frío de la tarde me golpea la piel, pero por dentro todo arde. No sé cómo se arregla algo así, si es que se puede.. No sé si quiero que se arregle o si solo quiero que deje de doler.

El silencio del patio se vuelve tan pesado que parece presagio. Como si este momento fuera un punto de quiebre del que ya no puedo regresar igual. Respiro. Me obligo a hacerlo. Y entonces, acepto que mi corazón se ha resquebrajado de nuevo y no sé cómo volver a confiar en él.

***

A la mañana siguiente me siento como si hubiera corrido una maratón con los ojos abiertos toda la noche. La cabeza me late, los párpados pesan y el cuerpo entero protesta con cada movimiento. No lloré más. Creo que ni siquiera pude hacerlo; en lugar de eso, me quedé en vela, mirando al techo, repasando una y otra vez cada recuerdo desde que llegamos aquí. Todos los altibajos, todos los momentos felices, todo lo que debería tener el poder de eclipsar lo malo… pero que ahora se siente manchado por algo que me cuesta asimilar.

No es solo la mentira. Aunque sí duele, y es grave. Es quién es Rowan. El hermano de Daniel. El tío de mi hijo. El hombre que se supone que estaba fuera de mi vida para siempre, conectado ahora por la sangre a otro que, irónicamente, se convirtió en mi salvación.

Me visto sin energía, sintiendo cómo mis pensamientos se arremolinan como nubes oscuras que no sé despejar. Al salir al pasillo, la casa está demasiado silenciosa. No sé si Rowan durmió; no sé si vino a buscarme; no sé si está en la casa. Y no sé si quiero saber.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.