El corazón que nos unió

Capítulo 22: Volver a empezar

Washington D. C.

Evangelina Marlowe

No sé cuántas veces puedo llorar la misma pena antes de que empiece a diluirse. Cinco días, aparentemente. Cinco días con las emociones a flor de piel, con el corazón hecho un ovillo apretado y la mente repitiéndome que Rowan me falló, que ocultó algo imperdonable… y aun así, cada noche en vela me mostraba un recuerdo distinto donde él y Ezra se reían juntos, donde él me tomaba la mano sin decir nada, donde se quedaba a mi lado mientras yo luchaba con mis propios fantasmas.

No puedo negar lo que siento ni lo que sé: Rowan jamás buscó hacerme daño. Solo tuvo miedo. Y yo también he tenido miedo tantas veces.

Pero nada de eso termina de empujarme en ninguna dirección hasta esta mañana, cuando Ezra se acerca a mí arrastrando su peluche y con los ojos grandes y húmedos, esos ojos que heredó de Daniel, pero que se iluminan igual que los de Rowan cuando está feliz. Se me queda mirando con esa seriedad que solo los niños tristes saben tener, como si pudiera adivinar cada grieta que tengo por dentro.

—Mami, ¿estás enojada con Ro? —me pregunta casi en un susurro, abrazándose más fuerte a su osito.

Yo trago saliva, incapaz de mentirle. No le respondo de inmediato. Y entonces él continúa, con la voz rota:

—¿Nos vamos a ir de aquí? ¿Vamos a regresar a ese lugar feo donde me enfermé?

Ese «nos vamos» me perfora. Ezra está construyendo algo aquí. Está más seguro, más estable y feliz. Se siente amado. Y a pesar de todo el dolor, sé que ese amor no es una mentira. Lo viví, lo vi, lo sentí. Rowan no fingió jamás cuando lo cargaba, cuando lo ayudaba a lavarse los dientes, cuando lo consolaba después de una pesadilla. No fingió cuando me miraba como si yo fuera algo que no merecía, pero que temía perder. Y aunque todavía me duele, aunque todavía estoy herida y temerosa, no puedo ignorar la verdad que se ha abierto paso entre mis emociones: si le perdono, no es porque olvide la mentira, sino porque el resto pesa más.

Después de tranquilizar a Ezra y abrazarlo hasta que su respiración vuelve a ser dulce y calma, me siento en el borde de la cama y dejo que una certeza me atraviese. No quiero seguir en pausa. No quiero seguir congelada en este dolor. Y no quiero que el miedo dirija mi vida, ni la de mi hijo. Rowan se equivocó, sí. Pero también ha sido un hogar para nosotros. Y yo… yo también he cometido errores en mi vida. Quizá este es el momento de dejar atrás la molestia para poder construir algo real.

Me levanto, me lavo el rostro, me pongo ropa cómoda pero presentable. No quiero esperar hasta la noche. No puedo. La conversación tiene que suceder ahora, sin ensayos mentales, sin más días de silencio. Necesito mirarlo a la cara, escuchar su voz, permitirle explicarse aunque ya conozco sus razones. Necesito que esto deje de doler.

Bajo las escaleras con paso decidido, aunque mis manos tiemblan un poco. No veo a Rowan por ninguna parte; salió temprano. Así que tomo aire y me dirijo hacia la puerta principal. Le pido al chofer que esté siempre disponible para nosotros, que me lleve a la empresa. Él asiente sin hacer preguntas, y mientras el auto avanza por la ciudad, miro por la ventana las montañas lejanas, los reflejos del sol en los ventanales, los peatones con sus mochilas y sus prisas. Y pienso que la vida sigue, de alguna manera, aun cuando una cree que el corazón no puede más.

Me recargo en el asiento y cierro los ojos por un momento. Me doy cuenta de que no estoy tan asustada como pensé. Quizá porque ya tomé una decisión o porque sé que Rowan nunca quiso dañarme. Tal vez porque, al final, quiero que nuestra historia tenga una oportunidad más.

Cuando el auto se detiene frente al edificio de la empresa, abro los ojos y respiro hondo. Estoy lista. O al menos, más lista que ayer. Y eso, por ahora, es suficiente.

El ascensor se detiene en el último piso con un sonido suave, casi elegante, y la recepcionista que me ha acompañado me sonríe antes de indicarme el pasillo con un gesto. Camino siguiendo el eco de mis propios pasos, cada uno más pesado que el anterior, como si mis recuerdos fueran cadenas enredadas a mis pies. Este edificio… jamás pensé que volvería a entrar aquí. Mucho menos que regresaría como la esposa del hombre que, sin yo saberlo entonces, estaba a punto de alterar mi vida por completo.

La última vez que estuve en este lugar estaba empapada, temblando, pidiendo ayuda bajo la lluvia y sin un plan para sobrevivir el siguiente día. Ahora subo como alguien que tiene un hogar, un hijo, un matrimonio… aunque fracturado. Las vueltas que da la vida son devastadoras y hermosas al mismo tiempo.

La recepcionista se adelanta y toca a la puerta de la oficina.

—Señor Callahan, su esposa está aquí.

Escucho un golpe seco, quizá un objeto al que Rowan le ha chocado sin querer. Luego la puerta se abre de inmediato y él aparece ante mí, respirando rápido, como si hubiera corrido desde el otro extremo del mundo solo para llegar a tiempo. Sus ojos se agrandan al verme y toda su postura se encoge un poco. Hay angustia, nervios y culpa. Todo mezclado en un solo segundo.

—Evie… —susurra, y su voz baja me atraviesa.

No digo nada, sino que entro. Él cierra la puerta detrás de mí con tanto cuidado que parece temer que un ruido más fuerte pueda disuadirme de estar aquí. Se mueve alrededor de mí como si yo fuera frágil, como si estuviera pisando un terreno que podría hundirse bajo sus pies.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.