El corazón que nos unió

Capítulo 25: Vacaciones familiares

Washington D. C.

Rowan Callahan

Despierto antes que Evangelina, aunque no hago el menor intento por moverme. La tengo acurrucada sobre mi pecho, su respiración es suave y cálida, y su mano descansa sobre mi torso como si quisiera asegurarse de que sigo aquí. No sé cuánto tiempo paso mirándola, disfrutando de un lujo que apenas empiezo a permitirme: tenerla así, cerca, sin miedo, sin distancia entre nosotros.

Cuando ella empieza a despertar, abre los ojos con lentitud y su mirada se encuentra con la mía. Me sonríe, tranquila, como si el mundo fuera un lugar seguro por primera vez en días. Acaricio su mejilla con el pulgar.

—Buenos días —le digo en voz baja.

—Buenos días —susurra, su voz todavía soñolienta.

Pasan unos segundos de silencio y entonces recuerdo lo que debo decirle. No quiero preocuparla, pero tampoco quiero esconderle nada más.

—Evangelina… —comienzo con cuidado— hablé con Miles anoche.

Evangelina se incorpora apenas, lo suficiente para mirarme con más atención.

—¿Y? ¿Está bien?

Tomo aire despacio, elijo mis palabras.

—Está… mejor que antes, pero las cosas están complicadas. Me contó parte de lo que está pasando. No puedo darte detalles, pero sí puedo decirte que… la situación no es sencilla.

La preocupación se dibuja sin esfuerzo en su rostro.

—Rowan… —susurra, deslizando su mano sobre mi pecho—. ¿No están en peligro?

—Tú y Ezra no —respondo con firmeza—. Nunca los pondría en riesgo. Y yo… puedo manejarlo. Estoy tomando precauciones. Nada de lo que haga va a salirse de control. Te lo prometo.

Ella baja la mirada, reflexionando, y luego asiente.

—Confío en ti.

Esa frase, tan sencilla, tan frágil, me golpea más fuerte de lo que pensaba. Le tomo la mano y la beso.

—Gracias.

Pero el momento se rompe en un segundo cuando la puerta se abre de golpe.

—¡MAMÁ! ¡RO! —Ezra entra corriendo como si fuera un rayo.

Evangelina apenas alcanza a girarse cuando él se lanza sobre la cama y cae justo entre los dos. Su risita contagiosa llena toda la habitación. Yo no puedo evitar reír también. Le hago un espacio, lo atrapo con un brazo y lo acerco hasta cosquillearle el vientre.

—¡Noooo, Ro, noooo! —grita entre carcajadas, contorsionándose—. ¡Mamá, ayúdame!

—No te voy a ayudar —dice Evangelina fingiendo seriedad—. Te lo buscaste tú solito.

Ezra intenta escapar, pero lo jalo de regreso y le hago más cosquillas. Verlo reír así… quita cualquier sombra de preocupación que me haya quedado de anoche. Lo llena todo de luz. Cuando por fin lo dejo respirar, se coloca sentado entre nosotros, despeinado y sonriendo de oreja a oreja. Rowan Callahan, el magnate, el CEO, el hombre calculador, deja de existir. Solo soy Ro. El hombre que sonríe porque su familia está aquí.

—Oigan —digo, tomándolos a ambos con la mirada—. Empaquen las maletas. Nos vamos de viaje.

Ezra abre los ojos de par en par.

—¿¡A dónde!? —grita emocionado.

Evangelina se sorprende también.

—¿Viaje? ¿Así… de repente?

Asiento, sintiendo cómo me sube una energía cálida por el pecho.

—Sí. Donde tú quieras —le digo a ella—. El lugar que elijas.

Ella se pasa un mechón de cabello detrás de la oreja y sonríe, pero es una sonrisa tímida, dulce, que pocas veces muestra.

—Quiero volver a la playa donde… donde tuvimos nuestra luna de miel —dice bajito.

Mi corazón se detiene un segundo.

—¿Sí? —pregunto, sorprendido— ¿Ahí?

—Sí —afirma, y el rubor sube a sus mejillas—. Pero esta vez quiero que sea… más como una luna de miel real.

Entiendo al instante lo que eso implica. Y lo deseo igual que ella. Probablemente más. Me acerco y le tomo la barbilla, acercando su rostro al mío.

—Será una luna de miel real —susurro—. Te lo prometo.

Ezra, ajeno a la tensión entre nosotros, empieza a brincar en la cama.

—¡Mamá, vamos, vamos! ¡Vamos a empacar! ¡Quiero llevar mis carros! ¡Y mis dinosaurios!

Evangelina ríe y se levanta.

—Está bien, campeón. Vamos a buscar tu maleta.

Ezra la toma de la mano y la arrastra fuera de la habitación como si temiera que yo cambiara de opinión. Antes de salir, Evangelina me mira sobre el hombro, y su sonrisa… es suficiente para iluminar todo mi día.

Cuando la puerta se cierra, suelto un largo suspiro y me pongo manos a la obra. Tomo mi teléfono y empiezo a hacer llamadas, muchas de ellas simultáneas. Reservas, traslados, seguridad, itinerarios, logística. No soy un hombre que deje cabos sueltos, mucho menos cuando se trata de la gente que amo.

Cuando termino, envío un mensaje a Miles:




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