El desastre de Thea

Prefacio

Elevó su mirada, encontrándose con los ojos claros del caballero, pero solo pudo suspirar cuando él, con un ademán de mano, le pidió que salieran. El corazón le latía con un agitado ritmo que le cortaba la respiración cada vez más continuamente, y se miraba buscando grandes bocanadas de aire para no desfallecer en ese lugar y ante tan intensa situación.

Su cuerpo se erizó cuando sintió la mano fuerte en su espalda, pero ella solo asintió, siguiendo las indicaciones que la llevaron hasta esa lujosa camioneta. El modelo le recordó, casi con una nostalgia apabullante que le llenó de lágrimas las pupilas, el pasado. De pronto, el tiempo que había pasado era tanto, y ciertamente una decisión caótica la había llevado al cambio que su vida necesitaba, pero que también la hizo entregar su corazón al hombre que, tras un suspiro, puso sus ojos en ella.

Los dos se acomodaron en el interior del vehículo; si no habían podido hablar de eso en la sala de espera del hospital donde estaban, ciertamente la conversación no sería fácil. Por eso intentó prepararse mentalmente, pero estaba segura de que no iba a poder hacerlo.

—¿Se va a recuperar bien, verdad?

Él tragó saliva, pero tras apretar el volante, solo suspiró, volteando hacia ella. Encontró el miedo en su mirada castaña; las mejillas redondas lucían pálidas, y es que el amor que esa mujer había desarrollado hacia sus hijos le hacía sentir profundamente cualquier malestar que ellos vivieran, como ese horrible momento que justamente atravesaban.

—¿Qué está pasando? —consultó de nuevo con ese delicado y casi temeroso hilo de voz.

—Voy a casarme, Thea.

La pesadez de ese silencio no solo aplastó el ambiente, sino también a ella misma en esa lujosa camioneta. Notó cómo las manos del apuesto caballero apretaron el volante, pero en el momento en que él quiso tomar una de las suyas, de manera automática la apartó. Sentía un calor de ira navegando bajo su piel, de decepción y, ciertamente, de pena.

—¿Con ella? ¿Después de todo? —No reconocía su propia voz, no sabía cómo procesar lo que él acababa de confesar.

Antes de responderle, él tragó saliva y posó su mirada en la puerta de emergencias, donde unas horas antes habían pasado con uno de sus hijos, casi ahogado. El miedo a la pérdida, la incertidumbre del desenlace y la realidad que ahora gobernaba su mente lo llevaron a tensar la mandíbula. Sabía lo que quería, pero en ese momento, lo que quería podría hacerle perder en un santiamén su vida, y eso no lo podía permitir.

—No quiero perder a mis hijos... —advirtió, buscando, cuando pudo, esa mirada castaña— y por lo mismo no puedo negarme a lo que es correcto. Mis hijos merecen una figura materna que sea un ejemplo para el resto de sus días, para su vida adulta, y esa... no eres tú.

Ella entreabrió la boca; para ese punto, sentía que ya nada de aire llegaba a su pecho. Se miraron unos segundos, solo eso.

—Me haré cargo de mi hijo, de todos ellos, y cuando regresemos a casa te haré saber para que puedas pasar a sacar tus cosas... —continuó; todo salía de él sin siquiera sentir las palabras— pero por ahora podríamos decir que estás... —Thea lo vio de frente— estás despedida, Thea.

El amargor que cubrió el paladar de la curvilínea fue inmediato. Apretó los puños sobre su regazo, soltando el aire cuando se dio cuenta de que había contenido la respiración. No podía llorar, no sabía cómo hacerlo, y es que el caos de sus ideas indicaba una sola cosa: que se fuera. Que no permitiera que él, ni nadie, la humillara de esa manera.

Cuando al fin logró conectar su mente con las funciones de su cuerpo, abrió de inmediato la puerta, sin decir nada, y bajó de la enorme camioneta. El miedo erizó completamente su piel, por lo que él no dudó en ir tras ella. La tomó del brazo, pero el empujón fue fuerte, haciéndolo tambalear de inmediato.

—No quiero nada de lo que tengo en su casa porque eso me lo ha comprado usted —él tensó la mandíbula—. Dígale a sus hijos que ha sido usted quien arruinó el final del cuento. Espero que sea feliz.

—Thea...

Intentó rozarla de nuevo, pero ella no lo permitió; solo buscó cómo salir corriendo. En ese momento, la jovencita salió, llamándola, luego la chiquilla, que no dudó en ir tras ella. De inmediato, la pequeña y destruida familia se vio buscando con desesperación el desastre de Dorothea. Los tres iban tras ella, quien intentaba correr con más velocidad de la que su curvilíneo cuerpo le permitía, pero Darcy solo pudo cruzar los brazos ante sus hijas cuando vieron el momento.

—¡Thea! —gritaron al mismo tiempo.

Un grito que erizó pieles, alertó a los presentes y les detuvo el corazón al ver cómo el cuerpo de la niñera se elevaba en el aire, rodando sobre el capó del coche que la había atropellado, hasta terminar nuevamente en la calle.




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