Las campanillas anunciaron el paso de las dos mientras las luces doradas iluminaban la pequeña tienda de antigüedades. Una buscó el espacio tras la caja registradora, mientras la otra no dudó en poner la cafetera en ese pequeño espacio que servía para el convivio de los clientes, si es que alguno se animaba a llegar y quedarse.
Se movió hacia la pequeña bodega donde dejó su bolso y chaqueta, pero luego se revisó el cabello en el espejo que el lugar, con tan mala iluminación, tenía. Chequeó su rostro de un lado a otro, mientras dibujaba amplias sonrisas de práctica para los clientes que estaba segura de que ese día iban a recibir, porque había soñado que no daban abasto para atenderlos y que daba a luz a una gemela. Esa parte no le gustó demasiado, pero sí el hecho de que con la gemela recién nacida de ella misma vendían todo en el negocio de su familia.
Los ojos castaños se abrieron enormemente cuando escuchó las campanillas. Apenas estaban abriendo y ya habían llegado los clientes, así que no dudó en salir de la bodega, arrugando el rostro al darse cuenta de que era el del correo. Claro que dibujó una sonrisa para él, quien no solo hizo conversación, como todos los lunes, con su madre, sino que también, con exagerados halagos, esperaba su acostumbrado vaso de café.
Desde la distancia, su madre le hizo una seña, así que ella se dirigió al área de cafetería donde preparó el primer pedido: un café gratis para el cartero.
—¿Te has cortado el cabello? —la voz grave la hizo voltear. Al menos alguien había notado su cambio de estilo, aunque no era demasiado atrevido; ella se sentía más madura.
—Sí, lo corté y lo puse un poco más oscuro.
—Te ves muy hermosa —ella solo sonrió, pero cuando lo vio desviar la mirada hacia sus senos, volteó los ojos.
Para ese momento, cualquier ápice de amabilidad con Héctor, el cartero de toda la vida, se fue al traste ante ese pequeño gesto. Bien podría ya no molestarle, después de todo siempre hacía lo mismo: intentar ver por ese pequeño botón que nunca terminaba de cerrar bien sobre sus senos llenos y grandes. Pero para ella, el nivel de incomodidad causado no se le iba a quitar, aunque fuera una costumbre.
Sirvió todo en un vaso desechable y para llevar, le acomodó dos bolsas de azúcar y se movió de lugar.
—Gracias, Thea —dijo él, tomando el pedido.
—Está bien, señor. Que tenga buen día.
Él se dirigió a la puerta, pero se giró hacia ellas.
—Por cierto, mi hijo te vio la otra vez. Dice que estás muy bonita y quería saber si le puedo llevar tu número.
—Señor Héctor, yo tengo novio —fue firme, manteniendo una expresión seria en su rostro—. Además, ya lo he escuchado tantas veces lamentarse de que solo tuvo hijas mujeres, que inventarse un hijo para obtener mi número es bajo. Siga con su ruta de correo antes de que lo reporte a la empresa.
Los grandes ojos del hombre se abrieron de inmediato. Se rio de manera nerviosa, pero salió, dejando a la jovencita con una clara molestia.
—Thea... —le susurró su madre.
—No, no, no me digas nada. Siempre es lo mismo, como si en sus cien años de vida no hubiera visto senos —remarcó con seriedad, ajustándose bien el botón—. Viene todo amable contigo, pero apenas te das la vuelta, se pone de fisgón. Debería denunciarlo a la empresa de correos para que lo cambien. ¡Inventarse un hijo! —se burló—. Además, yo tengo novio, y lo amo mucho, y estoy feliz con él.
—¿Y a ese lo conozco? —la joven miró con indignación a su madre, achicando los ojos mientras se reía—. Ay hija, es la verdad, porque el que conozco apenas te mira una o dos veces al mes, siempre te deja a media conversación, y si mal no recuerdo, ayer estabas llorando y a medianoche saliste a comerte el pastel que tu hermano trajo del cumpleaños que tuvo. Ya verás cuando se dé cuenta de que casi te lo acabaste.
—Él es diabético, no puede comer eso —se defendió, bajando la mirada a su madre—. Y Forrest está muy ocupado, mamá —buscó una mantilla para empezar a limpiar el área—. Ya te dije que lo ascendieron, y en esa empresa donde trabaja pasa en reuniones todo el tiempo. Pero eso no implica que sea un mal novio. Además, nos ha ayudado cuando puede.
—Cien dólares para alguien que conduce una camioneta de doscientos mil dólares no es una gran ayuda.
La jovencita abrió grandes ojos.
—No te pensé malagradecida, mamá —dijo suavemente—. ¿Y cómo sabes cuánto cuesta su camioneta?
—Bueno, tu papá una vez la miró y me dijo que el costo de esa marca, sin nada, era como de cien mil dólares. Pero ya que tiene varias cosas nuevas y de lujo, debe costar el doble. Tu hermano también lo confirmó.
—Ay, son una bola de chismosos —se quejó de inmediato, haciendo reír a su madre—. Forrest es un gran chico, y no me gusta cuando hablan de él y menos a mis espaldas. Como todas las parejas, tenemos problemas, y a veces yo me pongo bien pesada e intensa, pero él es paciente conmigo y sé que me ama —se removió en su lugar, limpiando apenas el espacio que tenía ante ella—. Además, últimamente hace planes de irnos a vivir juntos y hasta casarnos... —su madre arqueó una ceja—. Así que dejen de echar malas vibras a mi relación.
Le sacó la lengua a su madre y buscó de inmediato la salida de la tienda, armada con una mantilla y el limpiador de vidrio.
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Editado: 25.11.2024