El desastre de Thea

2. Pizza

Yacía con los pies recostados en la pared, viendo al techo y pensando sin realmente pensar en nada. No tenía idea de cómo procesar lo que había descubierto y había pasado un día horrible, donde, para colmo, ningún cliente apareció y, por lo tanto, no se hizo una sola venta. Les tocó, por razones de seguridad, regalar los postres que tenían en exhibición, y su madre indicó que era mejor no comprar más hasta que realmente vieran movimiento en la plaza.

Sus ánimos terminaron por los suelos tras descubrir lo que su novio le había hecho. Esa sensación de vacío en su estómago, que parecía ahora estar pegada a su espalda, le quitó el apetito, y aunque su padre llegó con una pizza del trabajo, no pudo realmente comer. No tenía idea de cómo decirles a todos, aunque imaginaba que para ese momento ya su madre lo habría hecho.

Muchas ideas pasaban por su mente: ¿podría haber sido algo del momento? ¿Estaban los dos ebrios y no supieron lo que hacían? ¿O llevaban tiempo buscándose? Sabía bien que hacía unos cuatro meses, más o menos, había presentado a su novio a esta chica, Clari, quien solía ser compañera de la universidad, pero con la que había perdido contacto cuando dejó la carrera, para encontrarla de nuevo trabajando en una cafetería cerca de su casa.

La chica era muy linda; siempre la miró de esa manera, y sabía bien que en la universidad tenía muchos pretendientes. Incluso, en ese año en que fueron compañeras, participó en el certamen de belleza de la institución. Pero también la consideraba una chica amable, divertida, y pensó que la respetaba, porque estaba segura de que cuando le presentó a su novio, lo introdujo de esa manera: su novio.

—¿Y si ya se conocían? —consultó al aire, tan solo suspiró y se acomodó el brazo sobre la frente.

No quería pensar demasiado en eso, pero tampoco sabía cómo manejarlo. Las ganas de matar a Forrest habían crecido. Había querido llamarlo y enfrentarlo, maldecirle el nombre y el pene, pero al final presentía que apenas lo mirara, rompería a llorar. No habían salido solo unos días o meses; había sido más de un año, catorce meses en realidad, y le parecía injusto que todo ese tiempo, energía y amor fueran tirados a la basura solo porque él no conocía el concepto de fidelidad.

Suspiró cuando tocaron la puerta.

—Adelante —indicó.

Se acomodó en la cama, bajándose la blusa que usaba para sentarse contra el respaldo cuando su hermano mayor, Édison, ingresó.

—Te traje la cena —señaló, dejando el plato en la mesita de maquillaje que su padre le había construido. Dorothea asintió—. ¿Estás bien? No es común que dejes de lado la pizza; es más común que nos dejes a nosotros de lado por comerte una pizza sola.

Ella sonrió con debilidad, suspirando cuando lo vio acomodarse en la orilla de su cama. Édison era un hombre apuesto; apenas dos años los diferenciaban, pero él ya había pasado por mucho. Su novia de secundaria salió embarazada antes de concluirla, y si bien al principio indicó que quería continuar con el proceso, tras dar a luz ella y toda su familia se fueron del país, dejando a su hermano con un bebé.

Aunque su sobrino ya estaba por cumplir los ocho años, era consciente de que no fue nada fácil para su hermano, aún menor de edad, asumir el rol de padre, aunque su familia, con ella incluida, nunca le dio la espalda.

—¿Thea? —Él buscó sus ojos castaños, pero ella negó y bajó la mirada para ocultar sus lágrimas—. ¿Qué sucede? ¿Es la tienda? Mamá está preocupada por las ventas y piensa que ya no funcionará más. Creo que lo mejor es liquidar, ver qué se puede vender y cancelar las deudas que tiene, pero…

—¡Forrest me fue infiel! —lo cortó con brevedad, soltando todo así como lo tenía acumulado en su pecho.

Limpió sus lágrimas y buscó la mirada de su hermano.

—¿Qué dijiste?

Ella suspiró, buscando no alterar demasiado a su hermano mayor, porque si algo tenía Édison era que, así como cuidaba de su hijo, cuidaba de todos ellos, y a veces la violencia parecía ser su primera opción.

—¡Thea!

—Es que no quiero que te alteres —le soltó, viéndolo de frente, pero ya tenía las mejillas bien ruborizadas—. No le hagas nada… —Él arqueó una ceja—. Ay, es que no lo sé, no sé que pensar, no sé cómo asumirlo. ¿Cómo demonios acepto que mi novio de más de un año me fue infiel con una chica que le presenté hace unos meses?

Se bajó del otro lado de la cama con desesperación. Yacía descalza, con el cabello castaño suelto enmarcándole un rostro redondo y de mejillas ruborizadas que dibujaba pucheros cada vez que recordaba lo que había sucedido. Cuando Édison suspiró, acomodándose ante ella, la curvilínea se dirigió a la mesita, tomó el plato y, en unos cuantos bocados, se acabó el primer trozo de pizza, recurriendo a su termo, al que llamaba "termito de soporte", para pasar el bocado.

—Te lo voy a contar, pero no lo mates, no vale la pena.

—Bien, pero me dices toda la verdad, ¿comprendido?

Ella terminó asintiendo, porque sabía más que bien que con Édison no había escape de la mentira. Siempre le recomendó que fuera policía, pero el arduo entrenamiento, los horarios tan cambiantes y el peligro no eran atractivos para el padre soltero, quien terminó preparándose como contador a través de técnicos y cursos libres. Ahora mismo trabajaba en un banco como cajero, pero esperaba ir ascendiendo poco a poco para poder darle a su hijo un mejor estilo de vida y, por supuesto, ayudar a sus padres, que tanto apoyo le habían dado.




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