El desastre de Thea

3. Brillantina

Se acercó al espejo de cuerpo entero que tenía en su baño para revisarse el cabello. Esas hebras castañas caían sueltas, apenas adornadas por una de sus preciadas diademas, esta vez floral y con un nudo que le daba un toque muy femenino en el centro. Siempre había disfrutado de arreglarse, de ponerse ropa que, además de cómoda, la hiciera sentir bien. Casi siempre se decidía por colores que resaltaran en su piel levemente bronceada, pero ese día iba completamente de negro.

Tenía una misión. Apenas había dormido pensando en lo que había pasado, pero en especial en lo que Forrest había hecho. Tras hablar con su familia, incluidos su pequeño sobrino, quien pronto perdió interés y se fue a jugar, su padre se alteró mucho y le recordó lo que ya su madre le había dicho: no miraban con buenos ojos a Forrest y, ciertamente, dejó claro por qué. Para él, la manera en la que ese hombre trataba a su hija no reflejaba una relación formal ni respetuosa. Por mucho trabajo que dijera tener, cuando el interés hacia una persona existe, se nota, y a Forrest no se le notaba.

Édison tuvo que intervenir. Después de todo, para él también había sido una noticia difícil. Aunque no tenía una relación de amistad con Forrest, sabía que su hermana se había enamorado de él, y cuando lo visitaba, se esforzaba por hacerlo sentir bienvenido. En ese punto, la idea de sentirse usados, todos los Winter, por ese tipo, se volvió una charla que transcurrió con brownies y soda fría, desde cómo Dorothea lo había descubierto hasta lo que sabía de la otra en cuestión.

Si bien toda su familia también culpaba a Clari por sus acciones, ya que sabía de la relación de ellos dos, Dorothea sostenía que quien debía respetarla y respetar la relación era Forrest. Un hombre de verdad, sin importar si otra mujer se le pone enfrente y desnuda, debería negarse siempre, y claramente Forrest no lo había hecho.

Casi a medianoche, cada uno se fue a su habitación, pero ella se quedó unos minutos más revisando las fotografías. En ellas, se les veía cómodos, cómplices e incluso demasiado confiados, como si llevaran mucho tiempo saliendo. Estaba segura de que esas eran las fotografías en las que habían etiquetado a Forrest, y de alguna manera él las había eliminado rápidamente de su cuenta, porque desaparecieron antes de que ella pudiera encontrarlas.

—Bien, Thea, hoy vas a demostrar que la venganza se sirve fría y con brillitos —se señaló con seriedad, mirándose al espejo.

Vestida de negro, con su brillante mochila roja de secundaria, porque era la más grande que tenía, y con su diadema de florecitas, la justiciera salió de su habitación. Para ese momento, su padre y su hermano mayor ya se habían ido al trabajo, por lo que tomó el desayuno con los más pequeños.

—¿Te sientes mejor? —consultó Meyris, la chiquilla ajustó los lentes que ya se le habían caído a la punta de la nariz.

—Sí, mucho mejor —le respondió, rozándole el cabello color miel.

—No hay que hacerle caso a pelmazos como Forrest —añadió Meyris, metiéndose un enorme trozo de tocino en la boca.

—¿De dónde sacaste esa palabra? —preguntó su madre. Thea solo sonrió.

—Chase me la enseñó —respondió. Las dos voltearon hacia el preadolescente que apareció rascándose el brazo y bostezando ampliamente.

Apenas levantaba los pies, y con dieciséis años sentía que ya se sabía todo lo que había que saber del mundo.

—Buenos días, Chase —saludó su madre, y aunque él solo movió la cabeza, ella le dejó un beso en la cabellera.

La familia Winter estaba compuesta por siete miembros que vivían en la misma casa: los padres, cuatro hijos y un pequeño nieto, quien salía todos los días con su padre para ser dejado en una guardería, donde lo cuidaban hasta que su abuelo pasaba a recogerlo. La casa no era exactamente una mansión, pero tenía los espacios suficientes para que cada uno tuviera su privacidad. A pesar de que a veces el dinero parecía faltar, siempre encontraban la manera de resolver las dificultades para que nadie sacrificara más de lo que ya había hecho.

Cuando Hugo Winter, con un problema renal un par de años atrás, estuvo enfermo, la familia se vio visiblemente afectada ante la posibilidad de perderlo. Afortunadamente, el patriarca se recuperó, aunque en ese casi año de pruebas, operaciones y hospitalización, se gastó mucho dinero, y aunque la vida del padre se salvó, algunas deudas seguían siendo pagadas hasta ese momento.

—¿Por qué llevas esa mochila? —consultó Georgina, tomando la mochila grande y vacía de su hija.

—Voy a comprar unas cosas y así no ando cargando bolsas —respondió casual, mientras terminaba su café—. Por eso me iré antes, debo pasar por una librería.

—¿Y qué vas a comprar? —indagó Georgina, mientras su hija lavaba los trastes dándole la espalda—. ¿Thea?

Thea se volteó y se encontró con la mirada de todos, incluyendo la de Chase, que parecía fastidiado con la vida, pero ella sabía que era un jovencito bueno y de gran corazón.

—Materiales, voy a hacer una manualidad —respondió, intentando mantenerse serena mientras dejaba escurriendo los trastes—. ¿No hay problema si abres sola?

Se acercó a su madre, tomó la mochila y la miró con esos ojos castaños, moviendo las pestañas. Georgina solo negó, acunando el rostro de su hija mayor.

—No, no hay problema que abra sola, pero no tardes, quizás hoy sea el día en que esa tienda se llene de chicas queriendo comprar cosas vintage —Dorothea amplió la sonrisa—. Y si no, igualmente será el día en que empezaremos el inventario para ver qué hacemos con la tienda.




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