El desastre de Thea

4. Chofer

En su cabeza, la canción de La Pantera Rosa sonaba como música de fondo. Se mantenía atenta a su entorno, no queriendo que nadie la viera, aunque en la zona se encontró con pocas personas. Además, nadie sabría quién era ella, porque Forrest nunca le había dado un lugar especial para que la relacionaran con sus compañeros de trabajo o con alguien realmente de su entorno laboral.

Jamás fue invitada a los eventos de la empresa, y siempre que pedía ir a esos convivios que tenía con el equipo, con el que supuestamente laboraba todos los viernes, él ponía una y mil excusas para no llevarla. Incluso, ahora comenzaba a sentir que él mismo dejó de participar en algunos con tal de evitar llevarla.

Conforme avanzaba, se sabía cada vez más convencida de lo que iba a hacer. Estaba segura de que Forrest no iba a reclamarle nada, porque, después de todo, su imagen de hombre bueno y empresario respetado debía mantenerse. Le tocaría lavar su camioneta y pensar en ella cada vez que se encontrara con una partícula de brillantina en la misma, y en ese momento le tocaría arrepentirse una vez más del daño que le hizo, porque nadie merece una traición de ese tipo.

Al llegar a las puertas indicadas, miró la hermosa pantalla moderna y siguió las indicaciones del guardia, sonriendo al ver que, efectivamente, con el #1 la puerta se abrió como si nada. Erguida, aunque la mochila le pesaba un poco, anduvo por esos pasillos.

—Señorita, buenos días, ¿en qué le podemos ayudar? —la voz femenina la hizo frenar sus pasos, y con ellos, la música de fondo que llevaba en su cabeza.

—Buenos días… —saludó, buscando la elegante y larga mesa en ese espacio tipo lobby. Sin duda, el edificio tenía una construcción muy refinada—. Busco el estacionamiento, me citaron en ese lugar.

—¿En el estacionamiento? —consultó la joven con curiosidad—. ¿Quién la citó?

—Forrest Blanco —respondió con suavidad, acomodando su mochila hacia el frente—. Le traigo algunas cosas que me obsequió en el año y algo que duró siendo mi novio, porque ahora es mi exnovio ya que es un perro traidor.

La joven de recepción se quedó a media llamada, sorprendida, para confirmar la cita de la visitante sin identificación. La miró de arriba a abajo.

—Mano derecha hasta la salida —indicó la joven. Thea sonrió con debilidad—. Y si puedes darle una patada en los testículos, te sentirás mucho mejor.

—Estoy segura de que sí, muchas gracias.

De manera rápida, la curvilínea buscó el área indicada. La salida era automática, llegando a un estacionamiento precioso que parecía estar en medio de las tres torres. Dio una vuelta sobre su eje y, entonces, la notó. En el fondo del área, resguardada en una zona de sombra, bajo una estructura que parecía especial, la preciada camioneta relucía como recién lavada.

La sonrisa de Thea se amplió, y una vez más, con la musiquita de La Pantera Rosa, avanzó, acelerando los pasos cuando llegó ante la bonita y lujosa camioneta. Admiró su frente; el color negro relucía espectacular en ese soleado día, por lo que ella solo volteó a todos lados. Había una buena cantidad de vegetación cubriéndola. La única manera de tener una visión de ella sería por donde había salido, pero en la zona se veía poca actividad, así que dejó la mochila en el piso.

—Bueno, Thea, es hora de sacar a la maestra de arte que hay en ti.

Sacó el celular y le tomó una fotografía al vehículo antes de su “remodelación”. De la bolsa pequeña de la mochila, sacó unos guantes de goma, de esos que suelen usarse para lavar trastes. No quería dejar sus huellas, según ella, pero al complicarse con la apertura de los elementos, empezando con el pegamento, terminó quitándose los guantes y dejándolos hechos bolitas en el piso.

La carcajada fue divertida, como la de una niña experimentando con texturas y arte, cuando vertió todo el pegamento en el capó de la camioneta. Lo esparció con las manos, pero luego se dio cuenta del error cuando las mismas empezaron a pegarse a su ropa.

—¡Mierda! Primer error —se señaló al verse ya con el pantalón negro manchado de pegamento en el muslo.

El viento le movía el cabello, y cuando se dio cuenta, ya tenía algunas hebras llenas del mismo líquido. Pero Thea no iba a dejarse amedrentar por las circunstancias. Sacó el primer frasco de brillantina roja y lo vertió por completo en el pegamento, dibujando con su dedo un enorme pene en el centro y la palabra "TRAIDOR" acompañándolo.

Volteó sobre su hombro, buscando la lata de pintura, y se movió hacia la parte trasera, donde en el vidrio escribió "PERRO INFIEL" con pintura brillante. Luego, en las puertas, fue poniendo algunos adjetivos: infiel, mentiroso, traicionero, perro. Revisó el arsenal. Asomándose por la ventana del piloto, sabía que la venganza no estaría completa si no echaba la brillantina en el interior del automóvil, pero ¿cómo hacerlo?

Temía que la alarma se encendiera si lo tocaba de otra manera o intentaba abrir alguna de las puertas, por lo que lo revisó lo mejor que pudo, notando apenas una apertura en la ventana trasera del lado del copiloto.

—Bueno, Thea, con eso debe bastar.

Tomó una bolsa de brillantina. Para ese punto, sus manos eran un caos de pintura en spray, brillantina y pegamento, pero la curvilínea, decidida, abrió la bolsa con la boca, haciendo gestos y sacando la lengua cuando algo de la brillantina le quedó en los labios. Se llevó el cabello hacia atrás con los brazos, pero terminó haciéndose una bolita cuando una ráfaga de viento le pegó de frente, volcando sobre ella la brillantina azulada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.