El cuerpo femenino prácticamente se lanzó al autobús antes de que todos los pasajeros comenzaran a subir. Para ese punto, se sentía mareada, cansada y apenas era capaz de respirar. Colocó su pase para avanzar y se agarró de todo lo que pudo antes de desmayarse, como sabía bien que iba a suceder. Miró por la ventana, acomodándose el cabello con esas manos llenas de pegamento y brillantina, negando al ver a los dos guardias de seguridad, pero recostó su mano en el respaldo del asiento.
No estaba segura de si se le había bajado la presión o qué, pero sentía que en cualquier momento iba a vomitar, desmayarse, o ambas cosas. Sin duda, su cuerpo no iba a aguantar esa agitación, que debía tenerle el rostro completamente enrojecido. Con los ojos entrecerrados, miró a la jovencita que estaba frente a ella, quien la observaba con agudeza.
—Necesito algo dulce —le soltó, apenas audible—. Me muero, me estoy desmayando, necesito algo dulce.
La jovencita no sabía qué hacer. Miró a las personas a su alrededor, pero entonces recordó el chicle que acababa de pegar bajo el asiento, por lo que, de inmediato, lo despegó y lo metió en la boca entreabierta de la curvilínea, pálida como el papel, que lo masticó sin estar segura de la textura de lo que tenía en la boca.
—¿Me diste un chicle usado? —preguntó, viendo a la chica frente a ella.
—Lo acababa de pegar bajo el asiento, todavía tenía sabor.
—Oh, qué asco…
El gesto de desagrado fue colectivo. La curvilínea lo expulsó como un propulsor hacia la ventana, pero el viento movió la goma masticada hacia la frente de un hombre en el asiento trasero. Las dos se miraron con grandes ojos, siendo Thea la encargada, avergonzada, de despegar la goma de la piel del caballero, quien parecía incapaz de procesar lo sucedido.
—Lo lamento, lo lamento —se disculpó, pero pronto buscó otra fila de asientos, porque presentía que alguien la haría pagar por todos sus crímenes en ese lugar.
Apretó la mochila contra su pecho. Estaba tan llena de brillantina y pegamento como ella misma. Cuando empezó a sentirse mejor, más consciente de su entorno, solo suspiró. Miró sus manos llenas de la evidencia de lo que había hecho, así que no dudó en deshacerse de las tiras de pegamento con brillantina, que fue acumulando en la bolsita pequeña de la mochila. De la misma sacó una coleta con la que amarró su cabello castaño, endurecido por lo que había pasado. Dando pequeños sorbos al agua fría de su termito de apoyo, comenzó a procesar lo que había hecho, lo que había sucedido, lo que había descubierto.
Para ese punto, Dorothea sabía que estaba metida en serios problemas. Una cosa era la idea de vengarse de su exnovio infiel, y otra muy distinta era dañar la propiedad de un hombre que ni siquiera conocía. Aunque, sin duda, era el hombre más apuesto que había visto en su vida y a quien le quedaban de maravilla los trajes. Negó con la cabeza, porque no sabía qué más hacer. No podía creer cómo se había tragado las mentiras de Forrest y, para ese momento, sentía que en realidad conocía muy poco de su exnovio, quien probablemente la había estado engañando de muchas maneras desde siempre.
—Por supuesto que no era su camioneta —se recriminó a sí misma—. Si sigue viviendo con sus padres, Thea, ¿cómo suponías que podía mantener el pago y el mantenimiento de un vehículo tan costoso? —Cubrió su rostro con las manos y, por más que intentó retenerlo, terminó soltando un grito que atrajo la atención de todos los presentes.
Elevó la mirada al notar que la joven que le había dado el chicle usado se había sentado frente a ella.
—¿Te vomitó un arcoíris de brillantina? —le preguntó altanera.
—No, vengo de hacer la obra de arte más grande de la historia y posiblemente termine en prisión por ello.
—Oh, vandalismo —la chica parecía interesada en Thea, quien solo negó, mirando hacia la ventana—. ¿Por eso te seguían esos guardias de seguridad?
—¿Qué?
Casi se asomó por la ventana del autobús, pero para ese momento ya habían avanzado bastante por la ciudad. Thea se dejó caer derrotada en el asiento, suspiró profundamente y ahogó su miedo con otro sorbo de agua. Qué bien le caería en ese momento un buen trozo de torta de chocolate o unas galletas deliciosas. Al mirar a la chica frente a ella, se reacomodó en el asiento.
—Descubrí a mi novio siéndome infiel por una publicación en internet —comentó a la chica, que quizás era una adolescente como su hermano Chase—. Lo etiquetaron en unas fotos, me llegó la notificación, y al revisar, ya no estaban, pero investigué...
—Ojo de loca no se equivoca.
La respuesta hizo que Thea sonriera.
—Y no se equivocó. En las historias de un club encontré el video de mi exnovio besándose con una amiga... bueno, alguien que pensé que era mi amiga. Lo confirmé anoche con unas fotografías, que supongo son las que lo llevaron a ser etiquetado —la jovencita asintió—. Así que me vengué. Fui a su oficina, busqué su camioneta lujosa valorada en doscientos mil dólares...
La chica abrió los ojos con sorpresa.
—... y la hice mi proyecto de arte, todo un Picasso…
Para ese punto, la conversación había captado la atención de las personas cercanas.
—¿Y te descubrieron? —preguntó una señora que iba de pie.
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Editado: 25.11.2024