El desastre de Thea

13. Control

Tras ese desayuno, que terminó siendo más agradable que cualquier otro que había tomado en los últimos meses, Thea se dirigió a cambiar a la pequeña Aurora. Esta vez, para evitar que la niña hiciera parkour en la cama, como ella solía decir, la llevó en sus brazos, revisando su hermoso y amplio clóset, y hasta le dio a escoger lo que quería. Aurora seleccionó unos jeans y una camiseta de tirantes para ese día igualmente soleado.

Thea no sabía si podría llevarla con ellos a la pequeña excursión que tenían planeada, y que ya estaba autorizada por el padre y jefe de la casa. El objetivo era buscar diademas de colores y diseños para la emocionada Charlotte, que no podía esperar a que fueran las diez de la mañana, hora en que su papá había acordado que el chófer las llevaría al centro comercial donde Thea había comprado la mayoría de sus diademas.

La niña gozaba con Thea, quien le hacía cosquillas en la pancita desnuda o simulaba comerse su pequeño pie regordete, usando sus rollitos como si fueran deliciosas donas. En un segundo de distracción, Aurora le demostró lo ágil y segura que ya estaba, pues se dio la vuelta y, bajo la atenta vigilancia de Thea, buscó los barrotes de la cuna para ponerse de pie. Cuando la miró a los ojos, se dejó caer hacia atrás.

—Es que ya vi que a ti te gustan los deportes de riesgo, señorita —le dijo Thea, mientras la pequeña balbuceaba en respuesta—. ¿O es que eres una bailarina de breakdance y no le has dicho a nadie?

—¿Por qué tardas tanto en cambiarla? —La pregunta agitada de Noa hizo que ambas fruncieran el ceño.

—Buenos días, Noa. ¿Cómo amaneciste? Yo bien, gracias a Dios. Hace un bonito día y no me desperté con el pie izquierdo de la cama, ¿y tú? —respondió Thea con sarcasmo.

Noa la miró con agudeza ante la respuesta sarcástica. Se acercó para cambiar a Aurora, pero Thea comenzó a limpiar a la niña con rapidez.

—La niña no puede estar mucho tiempo desnuda. Ayer te expliqué que está saliendo de un proceso de resfriado y apenas se está recuperando. Además, la dejaste demasiado tiempo en la sillita después de comer. Al señor le molesta que esté ahí haciendo desastres, y le manchó la camisa.

—Fue una puntita de mermelada de la que ni cuenta se dio —respondió Thea, mirándola por encima del hombro—. Además, él no lo tomó mal cuando se lo señalamos, solo pidió que la trajéramos a cambiar.

—Porque él tiene cierta consideración contigo —dijo Noa. Thea buscó su mirada, pero siguió cambiando a la niña. Cuando estuvo lista, la tomó en brazos.

Noa dio un paso hacia ella, quitándole a Aurora de las manos para acomodarla a su manera, observando la ropa que usaba. Claramente no era lo que ella había preparado. Miró a Thea, que arqueaba una ceja y estaba lista para defenderse hasta perder el moño que le adornaba el peinado.

—Claramente eres un poco lenta —dijo Noa, Thea terminó arqueando una ceja—. Pero, como dices que te vas a quedar, te daré un par de consejos. Uno, la cama no se usa para cambiar. En este mueble —señaló un cambiador con un seguro— tienes todo a la mano, sin necesidad de arriesgar la salud de la bebé o su vida con un accidente.

Thea tensó la mandíbula. No podía negar que el mueble era ingenioso, aunque nunca lo hubiera esperado.

—Y dos, el armario tiene identificaciones con la ropa que Aurora usa cada día.

—¿Qué? —dijo Thea, incrédula, mientras se acercaba a revisar. Abrió los ojos de par en par cuando vio que los barrotes iluminados tenían los días de la semana escritos en una bonita letra cursiva.

—Eso le va dando un sentido de orden y estructura —comentó Noa—. Así crecerá sabiendo que no puede usar la misma ropa siempre. Cuando empiece a vestirse sola, lo hará con más seguridad, usando los elementos que ha escogido para cada día.

Thea miró a la bebé en brazos de Noa y luego al lugar. Todo le parecía tan esquemático y hasta ridículo. Recordó que Chase, cuando quiso vestirse solo, usaba botas de vaquero con su máscara de Spider-Man, y que Meyris llevaba puesto un vestido de princesa por semanas, uno que era para Halloween, junto con tacones de plástico que le regalaron en su cumpleaños. Los niños eran caos, decisiones confusas que hacían que la mente de un adulto hiciera cortocircuito. Era parte de descubrir el mundo y aprender de él a su manera.

—Parece que están criando a futuros militares —comentó Thea apenas, con un tono burlesco—. Pero imagino que alguien que tiene un clóset como este puede darse el lujo de tener los días de la semana listos con tanta anticipación.

Noa entrecerró los ojos y se movió hacia la salida con la niña en brazos.

—Voy a nebulizarla y luego le toca su gimnasio. Pon su ropa sucia en el cesto, ordena su cama y procura irte adaptando a las mejoras que posee esta habitación, porque…

Thea puso la ropa sucia en el cesto y buscó la salida.

—¿Y a dónde crees que vas? —preguntó Noa.

—Mira, Noa —respondió Thea con voz suave, pero segura—. Como me mandaron a limitar mi lengua, créeme que te has salvado ahora mismo, porque no le permito a nadie que me hable como tú lo haces, a nadie. —Su tono era firme—. Ahora me dirijo a la oficina del señor Darcy, porque él me indicó que, luego de cambiar a la niña, te la diera para que la nebulices, y yo fuera con él, porque tenemos cosas que hablar. —Asintió, reafirmando sus palabras—. Y debo cumplirle a él, que es mi jefe, no a ti, que al igual que yo eres una empleada. Además, estabas ahí, ¿no te lavaste bien los oídos cuando te bañaste con tu dosis de amargura?




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