El desastre de Thea

14. Diademas

Su sonrisa se amplió cuando, al abrir la puerta de una de sus tiendas favoritas, vio la sorpresa en esa pequeña de ocho años que no sabía dónde poner sus ojos. La adolescente apenas levantó la mirada del celular, y el jovencito miraba todo con una expresión de confusión, quizás hasta arrepentido de haberse unido a esa excursión, aunque la salida, después de todo, les hizo bien a todos.

La enfermera, de aspecto serio, solo movió el cochecito donde esa Aurora feliz iba sacudiendo su juguete y aplaudiendo mientras balbuceaba. La curvilínea fue la última en pasar, pero no dudó en acercarse al espacio donde las preciosas diademas casi cubrían una pared completa, con esa chiquilla que, emocionada, tomó su mano, viéndola con una amplia sonrisa.

—Son muchas.

—Lo son. Este es mi lugar favorito. Cuando me siento mal, triste o quiero darme un regalito, vengo aquí y paso horas escogiendo.

—Qué triste suena ese plan —indicó Millie, siempre con la mirada en el celular.

—Doña amargura —elevó su mirada hacia Thea—. ¿Usted se va a comprar algo?

—Ya te dije que esto es para niños. Que Charlotte escoja; yo tengo calor.

Thea solo se puso a reír cuando la jovencita le volteó los ojos y se movió hacia la zona de las carteras y billeteras. La tienda era un espacio de variadas marcas y emprendimientos. Tenían desde maquillaje hasta carteras de cuero; cuando vio a Millie midiéndose algunos bolsos, comprendió que no había hecho una mala elección, así que animó a Charlotte a escoger.

—¿Cuáles te gustan más? —consultó dulcemente a la niña, acomodándose unos segundos en cuclillas—. Papá no dijo que teníamos un límite, pero creo que hay que comprar siete, uno para cada día de la semana, y luego vamos agregando más.

La niña asintió.

—Quiero andar gemela contigo —le susurró dulcemente.

—Claro que sí. Yo también me compraré algunas, creo que tengo un poquito de mis ahorros. ¿Cuál te gustó más? ¿Con cuál empezamos?

—¡La rosada con esa gran flor! —señaló Charlotte.

En ese momento, una de las empleadas, que ya conocía a Dorothea, se acercó a ella saludándola con cordialidad. Mientras los demás exploraban la tienda, ella y Charlotte se daban el espacio para compartir ese momento, midiéndose diademas al mismo tiempo. La niña gozaba, riéndose nerviosa y dulcemente cuando se miraba en el espejo con sus diademas de colores, con brillitos, con flores y enormes moños que la hacían ver como una española.

Cuando Thea buscó a la pequeña Aurora, que parecía llamarla, la enfermera la miró con seriedad, pero ella no se dejó intimidar. Así que sacó a la niña del cochecito, sentándola en una mesa de madera para medirle algunos lazos y turbantes. Ver a Aurora con los mismos logró arrancar la risita de Millie, quien se acercó a ellas.

—Este te quedaría hermoso, Millie. Te verías como una princesa —indicó Charlotte a su hermana, pasándole uno dorado con pequeños apliques—. Y mira, hay de mi tamaño; podríamos ser gemelas.

Millie solo miró a Dorothea, pero terminó suspirando ante su hermana menor, tomando la diadema. Se la puso para medírsela y ver cómo lucía, pero dio un brinco cuando Dorothea se acomodó tras ella, soltándole el cabello de la prensa que usaba para acomodarlo a cada lado de sus hombros. Empujó la diadema un poco más arriba, y esa amplia sonrisa de la curvilínea la hizo pasar saliva.

—Tiene razón tu hermana, luces como una princesa —le indicó Thea.

—Está bonita —señaló apenas, viéndose en los espejos—. ¿Te vas a llevar esa también? —le consultó a Charlotte.

—Si tú te llevas la tuya, sí. Aunque ya serían ocho, ¿hay problema con eso, Thea?

—No, mi amor. Van a lucir muy lindas las dos con diademas iguales.

—También hay para la bebé —indicó la empleada, sacando una caja con lazos. Las dos hermanas ampliaron las sonrisas al ver a Aurora luciendo el mismo estilo que ellas.

Millie se miró de nuevo en el espejo, notando cómo Dorothea, a pesar de cargar a Aurora como un pequeño saquito en las caderas, ayudaba a Charlotte con la suya y luego las acomodaba a las tres en una sola fila para que Benny diera el visto bueno.

—Benny —lo llamó. El jovencito llegó luciendo un corbatín de colores que la hizo sonreír—. Se ven bonitas tus hermanas, ¿verdad?

—Sí, se ven bonitas. Parecen coronas.

—¿Lo ves? —Charlotte fue la más emocionada—. Seremos tres princesas. Thea, tú también necesitas una, ¿hay para ella? —le consultó risueña a la empleada, quien, con una amplia sonrisa, asintió—. ¿No te molesta que Thea use una igual, verdad? —le preguntó a su hermana mayor.

—Está bien, da igual —respondió Millie un poco altanera, queriendo aparentar estar aburrida del momento. Pero, aunque buscó su celular, sí estuvo pendiente de si Thea llevaba o no la diadema, sonriendo cuando sí lo hizo.

Al final, facturaron más de una docena de diademas, una cartera para la jovencita y dos corbatines que Benny quiso. Pagó con esa tarjeta que tenía el nombre del señor Darcy y, según el mismo Bernardo le comentó, era una extensión de una de las cuentas que el caballero tenía para sus hijos. Pero cada niño también tenía su tarjeta porque les había abierto cuentas que entregarían a la mayoría de edad como fideicomiso.




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