Los cinco se quedaron estáticos cuando vieron la elegante figura salir del área de su oficina. Llevaba las mangas remangadas, pantuflas, pero siempre cargando ese estilo de poder y presencia que logró que la curvilínea moviera su cono, dejando caer una gota de helado de vainilla en la cabeza de Aurora, quien aún estaba acomodada en su portabebés. Nerviosa ante lo sucedido, no dudó en pasarle la lengua, dejando el suave cabello infantil levantado como una pequeña antena.
Los grandes ojos de su jefe no se hicieron esperar, pero ella terminó el resto de su cono en dos bocados; con la boca llena lo observaba, por lo que él solo suspiró de forma pesada, acercándose a ellos.
—¿Acabas de hacer lo que acabo de ver?
—No hay demasiado donde huir cuando has sido testigo de mi actuar —señaló ella. Pero Darcy, en un reflejo que lo terminó tensando, limpió la comisura de los labios femeninos. Ella tragó saliva, pero pronto se vio distraída con Bernardo y las compras.
—¡Papi! —soltó Charlotte emocionada, pegándose a las piernas de ese Darcy ruborizado.
Sintió los minutos eternos, y cuando el reloj marcó las dos de la tarde, tuvo deseos de ir él mismo hacia el centro comercial para buscar a sus hijos y a la niñera, pero el chófer le notificó que ya estaban saliendo. Después de esa llamada que tuvieron en el arcade, Thea se afianzó a su fiel creencia de que, si ya se había ido la soga, que también se fuera el tarro, indicando que, si ya se perdía una cosa, se perdía todo, y por lo mismo aprovecharon lo que quedaba de esa nueva hora que se tomaron para continuar jugando.
—¿Qué haces aquí? —consultó Millie, saboreando su helado de vainilla con sirope de fresa que Thea le había sugerido y que a ella le había gustado mucho.
—Bueno, no tenía mucho que hacer en la oficina y pensé que el mejor lugar donde podía no estar haciendo nada es en mi casa.
—Pero si siempre haces algo, papá, incluso en los días de vacaciones y descansos —reclamó ella, viéndolo con la ceja arqueada mientras continuaba con su helado.
—Quizás hoy no quiera hacer nada —respondió él, intentando no dejarse llevar por el desafío adolescente de su hija.
—¡Papi, compramos muchas cosas! —indicó Charlotte, tomando su mano grande—. Fuimos a un lugar hermoso y había como millones de diademas —continuó; para ese momento lo movía hacia el interior de la casa—. ¿Quieres ver mis diademas? Thea se compró las mismas, ¡y seremos gemelas! —dio un brinquito de celebración.
Darcy miró a su niñera, quien limpiaba ese mechón babeado en Aurora.
—Creo que mejor iré a cambiarla —señaló ella, sintiéndose intimidada por esa mirada.
—Sí, de igual manera creo que hay que alimentarla. ¿Qué han comido mis hijos? No supongo que a Aurora le dieron chocolate caliente, ¿o sí?
—Claro que sí —respondió Thea, jocosa—. Ella también se tomó su tacita, con su pancito con mantequilla —la niña empezó a reírse cuando Thea le rozó la pancita—. ¿Verdad, muñequita? Y viera los chismes que nos contó.
Millie solo se puso a reír ante lo mismo, pero al verse descubierta aclaró su garganta y dio un paso hacia atrás.
—Iré a descansar un momento, no me molesten —advirtió, buscando el segundo piso.
Darcy y Thea terminaron suspirando ante la advertencia, pero ella solo le sonrió al caballero, quien parecía ir perdiendo batallas donde no había realmente ganadores. Solo había niños solitarios y un padre que intentaba de la mejor manera que podía controlar lo que no cabía en un cuadrado.
—¿Ella se compró algo? —consultó Darcy.
—Lo hizo, todos compraron algo, hasta Aurora —él asintió, viendo a su pequeña, que estiró sus bracitos hacia él. Cuando se encontró con la mirada de Thea, esta frunció el ceño—. Quiere que la cargue.
Él tragó saliva y llevó los hombros hacia atrás; la reacción era algo que ella había notado, pero en otro momento la justificó. En ese momento era más que claro que Darcy tenía una situación no tratada ni hablada en realidad con su hija menor. Thea lo vio tensar la mandíbula, por lo que solo le sonrió, rozando con delicadeza a la niña.
—Iré a cambiarla mejor y ya después la carga —advirtió; no había reto, pero sí un espacio para ese Darcy, quien solo asintió, sintiendo la incómoda sensación en su panza que le causaba cada vez que miraba a su pequeña bebé resignada y privada de su roce.
Cuando se encontró con los ojos azulados de Benny, quien había heredado los mismos de su madre, solo le amplió la sonrisa, acercándose a su hijo, quien terminó su paleta de naranja. Era claro que lo que él había advertido que no quería terminó pasando. Llegaron dos horas después de la acordada, se saltaron un tiempo de comida y habían consumido quizás más azúcares en esas horas que en todo el mes, pero tuvo que tragarse el regaño cuando su hijo le sonrió.
—¿Tú compraste algo, hijo?
—Sí, unos legos —respondió el jovencito. Darcy amplió los ojos—. Thea dijo que va a tomarse unas horas en la semana para ayudarme a armarlos; será nuestra cosa —él parecía un poco reacio a explicarle la situación—. Compré uno de arquitectura y otro de flores que sugirió Charlotte y a ella le gustaba; me pareció bonito también —aclaró—. Espero no te moleste.
—No lo hace —se acercó a él, rozando con delicadeza su cabello, pero luego le elevó el rostro desde el mentón—. ¿Quieres que saquen tu mesa de trabajo y la instalen en la habitación de estudios para que lo hagas ahí con ella?
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Editado: 25.11.2024