La jovencita se encargó de empujar el cochecito donde la curvilínea acomodó a su hermana menor. La vio cruzarse el bolso entre los senos y asegurar en su mano a Charlotte, junto con su mochila preparada para su hora de clase. De pronto, al verse con esa figura, un poco mayor que ella pero que en ese momento era como su cuidadora, se sintió bien, agradable de alguna manera, por lo que anduvo a su lado hacia el interior de la academia.
Vestida de negro, con su leotardo, medias y zapatillas cómodas, la pequeña Charlotte iba encantada de saber que aún usaba su diadema color fucsia, con esa Thea que en ningún momento se la había quitado y quien le sonreía cada vez que volteaba a verla. Para la chiquilla, la mejor decisión de su papá fue contratar a esa chica que llenó de brillantina la camioneta nueva, porque ella sentía que había encontrado una nueva mejor amiga.
Ya más conocedora del lugar, la llevó hasta el salón correspondiente, donde la profesora las recibió a todas con una gran sonrisa.
—Mire, somos gemelas —le indicó Charlotte a la profesora, quien miró la diadema de Thea.
—Así veo, qué bonito, ese color les queda precioso.
—¿Verdad que sí? ¿Puedo usarla en clases?
—Uhm, creo que, por la seguridad de tu bonito accesorio, mejor lo dejamos guardadito en tu mochila, ¿sí? —Si bien Charlotte se sintió apesadumbrada con la sugerencia, Thea no dudó en tomarla de la cintura, por lo que ella volteó hacia ella.
—Voy a tenerla yo, y cuando salgas te la pongo de nuevo, ¿te parece? —Charlotte asintió, pero Millie estaba pendiente de la interacción—. La guardaré en el bolsito de tu hermana. Ahora debes lucir como toda una princesa bailarina con tu moño bonito que me costó hacerte —la profesora y Millie sonrieron, pero Charlotte, tras quitarse la diadema, se colgó del cuello de esa Thea comprensiva.
—La guardas bien.
—Claro que sí, mi amor. Ve a aprender para que seas una prima ballerina en una gran academia —le dio un beso sonoro en la mejilla, viéndola pasar hacia el interior, donde se acercó a unas de sus amiguitas—. La cuida, andaremos por acá ante cualquier situación —agregó para la profesora, quien solo asintió, cerrando la puerta de vidrio.
La academia era un espacio lujoso, con todos los salones climatizados. Tenía sus reglas, como que ningún padre, a partir del segundo nivel, podía estar dentro del salón para no distraer a los niños. En el primer día que llegó con Charlotte, aprendió que estaba en el tercer nivel de ballet clásico y era de las mejores, según le indicó la misma profesora. Aunque ella hubiera deseado ver cómo practicaban, tuvo que salir esa vez y, ya hoy, en compañía de Millie, se movían por el amplio espacio.
—Hay una cafetería que se ve cómoda, pero tengo entendido que también hay un museo, ¿a dónde quieres ir? —le consultó a Millie.
—Al museo, ¿será que con Aurora podemos pasar?
—Con que no sea nada sexual, creo que sí —Millie sonrió—. Eso ni tú lo puedes ver, señorita —la risita en la jovencita fue inmediata al ver a la curvilínea escandalizada.
Se movieron hacia la zona donde Thea recordó que era la entrada para ese museo que quiso conocer el primer día, pero por falta de dinero e identificación no pudo. Como esa vez iba preparada y de los trescientos dólares que el jefe le dio unos días atrás le dio la mitad a su mamá y ella se quedó con la otra parte, pagó las dos entradas porque Aurora pasaba gratis.
El espacio era cómodo, muy luminoso, y las obras variadas, por lo que anduvieron revisando pinturas y esculturas en un espacio lleno de tragaluces que le daba una sensación pacífica al entorno.
Cuando Millie y Thea cruzaron una mirada, la jovencita suspiró de forma suave.
—¿En serio vas a hacer los legos con Benny? —consultó, no sabía si necesitaba llenar el silencio o escuchar la voz de Thea, así alegre y a veces con comentarios que salían como sin ser pensados.
—Sí, sí, sí, claro que sí —señaló segura—. Quería empezar hoy, quizás después del almuerzo y cuando nos comamos el postrecito —Millie solo sonrió—. Nunca he armado nada de legos, pero supongo que lo que aprendí en la infancia no se olvida —se vieron unos segundos—. Y le traje un regalo de la tienda de mi familia.
—¿Tu familia tiene una tienda?
—Sí, de antigüedades. Está en la plaza Colón, no creo que la conozcas, no es parte de la zona donde te mueves, aunque esa vez te encontré haciendo tu propio tour por la ciudad en ese autobús —Millie pronto se ruborizó, bajando la mirada, mientras continuaba moviendo el carrito de Aurora—. ¿Aún no me dirás qué hacías en ese autobús y a esa hora? Sé que ya estabas de vacaciones, ¿o no?
La jovencita suspiró de forma suave, se movió hacia un hermoso cuadro que parecía una playa al atardecer, encontró una banquita ante el mismo, por lo que ocupó lugar, pero Thea, sin dudarlo, se acomodó a su lado. Apenas cabían las dos, pero había algo en esa cercanía que logró que Millie se sintiera cómoda para poder hablar.
—Fui a conocer a un muchacho.
—¡¿Qué?! —gritó la curvilínea, logrando los grandes ojos en esa Millie, que volteó a todos lados.
—¡Thea, estamos en un museo, no puedes gritar! —reclamó, pero ella misma también revisó si había alguien que las pudiera sacar por su escándalo. Afortunadamente, cuando pasó un empleado, las dos se quedaron quietecitas viendo el cuadro—. No te exaltes, si no, no te cuento.
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Editado: 25.11.2024