El desastre de Thea

18. Dulce

El dulce olor los llevó a acelerar los pasos, ingresando al mismo tiempo a la cocina. Los hermanos compartieron una rápida mirada y solo se sonrieron al ver a su hermanita menor con esa curvilínea llena de colores, haciendo galletas. Claramente ya había una tanda en el horno que había llenado la casa de un aroma increíble, pero ver a Charlotte combinando mezclas con su enorme sonrisa, mandil y diadema les dio un sentido especial de hogar.

Millie y Benny se acercaron a ellas. Charlotte les dio un poquito de la deliciosa masa cruda que estaba haciendo con Dorothea desde hace tiempo.

—Son para la noche de películas —indicó animada, moviendo la mezcla—. Ya pusimos unas de chispas de chocolate.

—Qué rico —dijo Benny—. ¿Puedo ayudar con las próximas?

—Sí, sí, claro que sí —respondió Dorothea—. Vamos a dividir esta masa en tres para que hagan unas más pequeñas de los sabores que deseen. Tenemos aquí chispas de chocolate blanco, negro y de leche. También hay nueces, pecanas y arándanos...

—¡Yo quiero arándanos! —indicó Millie muy emocionada—. Bueno, a mí me gustan los arándanos —aclaró más suave, retomando su postura de chica adolescente que no quería compartir tiempo con nadie, pero que claramente estaba emocionada por hacer galletas.

—Okay, entonces arándanos para Millie. ¿Y tú, Benny?

—Pecanas y chocolate.

—Divina combinación. Déjame ver la masa, princesa, mientras les das mandiles a tus hermanos.

Charlotte bajó de ese banquito que había traído de su habitación cuando Thea le indicó el plan que tenía. La cocinera le había provisto de todo lo necesario, pero las dos se habían encargado de llenar la cocina y toda la casa con ese aroma exquisito, además de risas contagiosas que soltaron cuando se encontraron con las cejas llenas de harina o cuando Charlotte explotó un huevo completo en la mezcla, llenándola de cáscaras.

Aurora yacía dormida, cargando energía para un show que no sabía que daría, pero su niñera se encargaría de presentarlo con todas las emociones del mundo. La tarde había pasado rápido. Tuvieron un almuerzo en familia, con Darcy incluido, quien, si bien se quedó esa tarde, pidió dos horas para una importante reunión. Los niños, conscientes de que no podían presionarlo y que su simple presencia ya era una ganancia, le concedieron el tiempo.

Dorothea pasó la mezcla simple de vainilla en tres tazones y la dividió en la isla de la cocina, donde cada chico tomó su espacio con los ingredientes. Millie amplió la sonrisa al ver a su hermano, quien le respondió del mismo modo. Ninguno recordaba si habían hecho galletas en esos meses desde que su madre falleció. Antes solía ser una tradición los últimos sábados de cada mes; tenían incluso un jarrón especial que colocaban en el comedor con las galletas de la semana. Era un gustito que cualquiera podía darse después del almuerzo o incluso antes de la cena.

Claramente, mucho había cambiado en esa casa tras esa gran pérdida, una que había afectado a todos, incluidos los empleados. Al principio, murmuraban sobre la confianza y el poco cuidado que la nueva niñera parecía tener con la familia e incluso con el señor Darcy. Sin embargo, ahora comentaban lo bien que veían a los niños y lo felices que, en esos días, los habían percibido.

—Mientras ustedes hacen sus galletas, yo prepararé una limonada de fresa. ¿Les gustaría para la cena?

—Sí, sí, suena tan rico —indicó Charlotte. Dorothea no dudó en darle un beso en su cabellera.

—También me parece buena idea. ¿Siempre comeremos pizza?

—Sí —respondió Thea—. Aunque su padre dijo que se encargaría de conseguirla, creo que hay que recordarle que a las cinco se detienen los quehaceres y hay que pedir la cena —Millie le buscó la mirada de frente—. ¿Limonada Queen Bee? —La jovencita volteó los ojos, pero terminó riéndose y luego asintió—. Esa es mi chica.

En su oficina, el caballero, que pese a estar en pantuflas lucía presentable y elegante para el público con el que tenía la reunión, elevó la nariz ante el riquísimo aroma que llegó de pronto. Llevó los hombros hacia atrás cuando recordó que así de dulce solía oler la nueva niñera cada día al llegar: como un riquísimo postre de vainilla con un toque oscuro de chocolate. Era decadente, pero también envolvente, cálido y, de alguna manera, adictivo.

Miró la puerta, esperanzado de que ella apareciera, pero al final tuvo que suspirar, negándose a sus propias ideas. Sabía que no podía tenerlas. Había contratado a esa chica por una conexión loca o una necesidad, pero ya no sabía cómo definirlo. Sin embargo, sentía que no se había equivocado. Lo que Thea había hecho por sus hijos en una semana era más de lo que cualquiera, incluyendo profesionales psicólogos, había logrado en los casi diez meses desde que perdieron a Haven, su adorada esposa.

—Si bien creo que el proyecto es atractivo, no me parece que el cliente esté siendo demasiado abierto a las negociaciones o dispuesto a ceder a nuestro estilo de trabajo. InnovaPropiedades no puede ser nombrada en algo que no mantenga la calidad que nos ha caracterizado durante años —indicó con seriedad—. Y si lo hacemos con esta persona, por muy reconocida que sea en redes, terminaremos abriendo una puerta que, créanme, no quiero que se abra.

—Los proyectos de calidad media son muy buscados ahora mismo en el mercado inmobiliario —señaló uno de los miembros de la junta—. No es que sea un cliente cerrado; es que no quiere pagar más de lo que tiene en su presupuesto.




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