Fue el primero en bajar, observando cómo la comitiva de empleados llevaba los postres y golosinas hacia el salón. Era evidente que el montaje de ese día había tenido un toque más que especial, y sus hijos, por completo, se habían involucrado en él. Se encaminó hacia el espacio preparado, sonriendo ante lo bonito que se veía. Parecía acogedor, pero también familiar, un lugar que rápidamente lo transportó a aquellas noches de películas, de maratones de series que su esposa solía descubrir con sus hijos.
Tantas veces la había encontrado acurrucada entre Millie y Benny viendo una película de suspenso o terror que los terminaba haciendo gritar, para luego pasar a las caricaturas casi de inmediato. No recordaba que hubieran terminado una de verdad, y esos recuerdos tan frescos lo hicieron sonreír débilmente, antes de soltar un suspiro.
Su Heaven se había ido al cielo, se había convertido en un ser que cuidaba de ellos, y quería pensar, aunque no era el hombre más religioso del mundo, que había enviado a ese desastre convertido en mujer a su casa para que sus pequeños no se perdieran en las dinámicas que él había creado para controlarlos. No podía negar los abismales cambios que ya se habían producido en tan solo una semana, y ese espacio era la mejor prueba de ello.
Verse ya cambiado a su pijama, con la noche aún sin llegar, las mesas llenas de golosinas, la pantalla encendida, y la habitación envuelta en luces doradas y cálidas, le daban una sensación de realidad que lo hacía sentirse complacido, por primera vez, con una de las decisiones que había tomado en los últimos nueve meses. Contratar a una niñera no estaba en sus planes y ciertamente nunca hubiera buscado a alguien como Dorothea Winter, empezando por su edad y forma de ser, pero no se había equivocado aquella tarde que fue su cómplice en su peculiar delito. Dorothea tenía algo que atraía, y ese algo era su poderosa luz, que iluminaba incluso los rincones que nadie más conocía.
—¡Ah, ya estás listo! —la alegre voz de Charlotte lo hizo voltear. Su pequeña se lanzó a sus brazos, apretándolo contra su cuerpo para darle un beso sonoro—. Mira mi camisón, es de princesa y hace juego con mi diadema, ¿verdad?
La dejó en el piso para que ella le enseñara su hermoso camisón de princesa, uno que hacía mucho no se ponía. La diadema rosada seguía en su cabeza y su cabello castaño ahora estaba suelto. Se veía encantadora.
—Luces preciosa, mi amor, como toda una princesa antes de irse a dormir.
Ella rió nerviosa, celebrando con pequeños saltos cuando Benny apareció. Su pijama era similar a la de su padre, de cuadros, aunque en rojo, con una camiseta sencilla. El jovencito acomodó sus lentes al ver la felicidad de Charlotte, quien no dudó en abrazarlo. Se dejó besar por ella, pero se movió hacia su padre.
—Casi, casi parecemos gemelos también —le indicó Darcy. Su hijo asintió, observando su pijama—. Voy a pedir la pizza, ¿cuántas quieren?
—¡Cien! —respondió Charlotte emocionada. Darcy solo negó con la cabeza—. Yo quiero pepperoni, papi.
—Yo también —anunció Benny—. Y creo que a Millie le gusta la de jamón con hongos.
—Sí, esa es la que me gusta —Charlotte corrió al encuentro de su hermana. Lucía muy hermosa en su pijama de shorts, llena de pequeñas flores—. Me puse la que me dijiste —le anunció amorosa.
—¡Te ves preciosa! —celebró Charlotte—. ¿Verdad, papi, que ella también parece una princesa?
—Claro que sí, mi amor. Tu hermana también se ve como una princesa lista para dormir —Millie solo sonrió, acomodando mejor su termo rosado, que siempre llevaba a todos lados.
La joven miró el montaje de la comida y las bebidas; todo lucía bien y, además, olía muy dulce, delicioso en realidad. Le gustaba verlos a todos, incluyendo a su padre, vestidos con pijamas de verdad. Cuando se encontró con la mirada de Darcy, él le sonrió. En su restaurante italiano favorito hizo la orden de cuatro pizzas para la noche de películas, que ya debería estar por comenzar, pero aún faltaba una parte muy importante de la misma: la organizadora.
—¿Dónde está Thea? —consultó Millie.
—¡Damas y caballeros! —los cuatro se dirigieron a la entrada del salón, viendo a esa Thea adorable con su pijama floreada y una diadema rosada que hizo sonreír enormemente a Charlotte. Venía de espaldas hacia ellos.
Darcy notó lo bien que la curvilínea figura lucía en aquellas dos prendas, pero, sin duda, se sentía confundido al verla caminar de espaldas, a veces comprobando que no chocara con nada a su paso.
—Con ustedes —continuó Thea con su voz de anfitriona—. Nuestro primer número y presentación de esta fabulosa noche de películas de la familia Jenkins: ¡la bailarina de tap más pequeña del mundo! —Millie amplió la sonrisa—. La única, la incomparable, la hermosa... ¡Aurora Jenkins!
Benny se echó a reír cuando Thea presentó a Aurora en sus brazos, vestida de negro. Usaba una camiseta larga que claramente no era suya, parecía de Charlotte, y en su cabecita, con poco cabello, llevaba una de sus nuevas diademas de colores. La bebé soltó un chillido de emoción cuando sus hermanos aplaudieron para ella. Pronto Darcy también lo hacía, negando con la cabeza al ver a su hija en aquellas prendas.
Todos siguieron a Thea hacia el interior del salón, ese sería su espacio por las siguientes horas. La curvilínea, aún cargando a Aurora, llamó a Millie, que con el celular en mano se acercó a ella. No había en realidad nada planeado, pero YouTube mostró una infinidad de canciones para bailar tap. Benny atenuó las luces, cada uno buscó su lugar y, una vez que Millie recibió el asentimiento de cabeza, Dorothea acercó a la pequeña bebé al piso, en la zona donde no había alfombra.
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Editado: 25.11.2024