Salió del baño privado que tenía en su habitación, con el cabello recogido en una coleta baja y envuelta en su bata de corazones. Con pantuflas y celular en mano, buscó la salida para encontrarse con Darcy, quien salía de la habitación de Aurora. Ambos se sonrieron desde la distancia y, aunque era temprano, al parecer ninguno de los dos podía seguir en la cama.
Ella había tenido unos sueños un poco subidos de tono, que la llevaron a moverse y despertarse un par de veces en la madrugada por la intensidad de los mismos. No era algo nuevo, sino que el protagonista de esos sueños era el mismo hombre apuesto que se acercaba a ella. Cuando sus miradas se encontraron, con los ojos de él dorados y muy brillantes en ese momento, ella solo pudo tragar saliva. Aún podía sentir, como si hubiera sido real, ese apasionado beso que había experimentado en su inconsciente.
—Buenos días —saludó Darcy con voz grave.
—Buenos días, señor —respondió ella. Ambos buscaron la escalera—. ¿Revisaba a Aurora?
—Sí, sí, los revisé a todos en realidad. Están bien dormidos —ella asintió—. Imagino que con lo que pasó anoche dormirán hasta más tarde de lo habitual. Pensé que tú también te despertarías más tarde. ¿No te gustó la habitación?
—No, no, sí me gustó. En realidad, es perfecta y muy amplia, mucho más que la mía, pero la verdad es que, uhmm, extrañé a mis peluches —Darcy la miró con confusión—. Tengo tres peluches que duermen conmigo y dos almohadas pequeñas que también me dan seguridad, y me hicieron falta. No pasé una mala noche, porque claramente la cama es de las mejores, divina sin duda, pero extrañé la familiaridad de mis peluches.
—¿Y por qué no los trajiste?
Ella solo sonrió con debilidad, buscando su mirada.
—Porque sería demasiada confianza para el primer día. Por eso no traje ni mis peluches ni mi tanga roja.
Darcy se quedó en el último escalón, observándola mientras ella avanzaba hacia la cocina. El caballero solo sonrió, pero no dudó en seguirla cuando ella lo miró. No se había despertado temprano por trabajo o para ver si sus hijos descansaban, sino por esos planes que surgieron casi a medianoche y la realidad de que ella despertaría con ellos. Verla con su bata de corazones, sus pantuflas rosadas y su rostro juvenil sin maquillaje le resultaba sumamente agradable.
—Trae tus peluches —le sugirió, buscándole la mirada—. Y tu... —tragó saliva— tanga roja. Podrías empezar a dejar algunas cosas por aquí y quedarte más seguido.
—¿Desde ya? Pensé que el primer mes sería con el horario de oficina que me dio —Darcy se echó a reír—. ¿Quiere verme en su casa todos los días?
—Quizás repetimos una y otra vez lo que pasó anoche —ella arqueó ambas cejas con un toque de burla en su rostro, lo que provocó la risa de Darcy. Pronto, ella también se contagió con la risa del caballero—. Sabes a lo que me refiero, señorita malpensada. Fue una noche agradable, con los chicos —aclaró—. Lo pasaron muy bien y disfrutaron de un momento que claramente necesitaban. No puedo darle el crédito a nadie más que a ti, la mejor organizadora de noches de películas.
—¿Puedo agregar eso a mi currículo?
—Yo creo que sí —ella lo miraba de frente. En ese punto, se sentía ruborizada, aunque no estaba segura de si lo estaba. Dio un paso hacia Darcy, cuyo corazón latía agitado mientras la observaba fijamente. Qué adorable era esa mujer curvilínea, con su estatura y colores, incluso en su ropa de pijama—. ¿Qué dices, Dorothea? ¿Te quieres quedar conmigo? —ella parpadeó rápidamente—. Con nosotros, con los Jenkins.
—Tengo que hablarlo primero con mi familia, pero cuando me vea llegar con mis maletas, mis peluches y mis tangas, sabrá que ya me he mudado a su casa, con usted —respondió ella suavemente—. Con ustedes —corrigió aún más sutilmente—. Los Jenkins. Ahora venga, que hará el desayuno conmigo.
Darcy no puso objeción alguna. En ese momento no pensaba en lo que Clive le había enviado el día anterior, ni en si tenía correos pendientes o qué había pasado con su trabajo después de las cinco, porque solía trabajar mucho más allá de esa hora. Solo siguió a esa curvilínea mujer, que posaba sus bonitos ojos castaños en él cada vez que podía, haciéndolo sentir algo especial que no sabía explicar.
Los empleados ya estaban activos, aunque apenas pasaban de las siete de la mañana. A pesar de tener una cocinera experta, esa Thea, bastante confiada para los empleados antiguos, ya estaba buscando la mezcla para panqueques, salchichas, huevos y todo lo necesario para preparar un festín para los pequeños.
—Le haré una mermelada de arándanos y fresa. A Millie le gustan los arándanos —indicó, poniendo una pequeña olla en el fuego—. Y usted hará los panqueques —le pasó el tazón y el batidor—. ¿Sabe usar esas herramientas, verdad?
—Por supuesto que sí. Vas a comer los panqueques más esponjosos del mundo.
—Quiero ver.
En la cocina, los empleados solo sonrieron, dejando que la pareja disfrutara su momento. Thea preparaba una mermelada casera, como había visto en los videos, mientras en otra sartén cocinaba huevos con salchicha, lo que provocó que Darcy la mirara con sorpresa.
—¿Estás segura de eso? —preguntó, confundido.
—Tan segura como que va a repetir dos veces. ¿Nunca ha comido huevos con salchicha? —Darcy arqueó una ceja, pero antes de que pudiera responder, la joven se echó a reír. Claramente ya estaba malinterpretando la situación, pero Darcy la dejó.
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Editado: 25.11.2024