El desastre de Thea

24. Obsequios

Su familia amplió la sonrisa cuando la vieron salir luciendo su pantalón de rayas tipo caramelo y su camiseta corta, que a veces dejaba entrever una fracción de su piel. Desde muy niña, Thea disfrutó de los colores y estampados, de la manera en que la ropa la hacía sentir bien cuando tenía un mal día. Ciertamente, su abuela Doris la guió a descubrir un estilo desenfadado que lograba llamar la atención en la calle, pero también otorgaba un grado de inspiración para quienes no se atrevían.

El cabello yacía en una media cola que le quedaba bien, aunque ese día estaba acompañado por una diadema amarilla, el color que Charlotte, en un mensaje enviado a través del celular de su papá, le había sugerido el día anterior. El domingo concluyó con los quehaceres que, como familia, realizaron. Todos fueron parte de la última revisión de la tienda y, aunque la casa estaba llena de cajas, ya para ese lunes ni Georgina ni los chicos irían, pero debían empezar a publicar las cosas en venta para reunir el dinero de la renta antes del final del mes.

Como siempre, aunque tomaba un desayuno fuerte en casa de los Jenkins, se daba un aperitivo de café con leche y pancito con mantequilla para conversar con los suyos. Notó que Édison se había cortado el cabello y llevaba la barba también recortada; lucía apuesto.

—¿Por qué vas medio guapo? —consultó. El caballero se removió en la silla y solo se encogió de hombros. Thea miró a su madre de reojo.

—Por nada, solo me recorté un poco la barba y el cabello —indicó. Él mismo se encargaba del cuidado de su piel y cuerpo, para no gastar demasiado, pero para su pequeño gastaba lo que fuera necesario para que luciera y vistiera lo mejor—. ¿No se ve muy producido, verdad?

—No, no, no —respondieron todas de inmediato.

—Se te ve muy bien, hijo —indicó Georgina—. Ya le hacía falta a tu barba un recorte de limpieza. Te ves apuesto y maduro, te queda bien.

Dorothea sonrió al verlo ruborizado. Ya para ese punto y con el chismecito que le soltaron el sábado, tenía más sentido el porqué de ese nuevo arreglo de Édison, y le gustaba. En realidad, esperaba que las cosas con su compañera progresaran para bien, que naciera un amor bonito, como siempre había pensado que su hermano merecía. Claro que, de pronto, se vería siendo como papá de dos niños, pero ella también era consciente de que Édison siempre había querido tener una niña, y quizás el destino se la daría de esa manera.

Cuando se encontró con su mirada, le sonrió, pero no dudó en sacarle la lengua con restos de pan, lo que provocó el arrugado ceño de Édison y la llevó a reír.

—¿Esta semana te vas a quedar, mi amor? —consultó su padre, distrayéndola un poco.

—Bueno, los niños quieren que ya me quede por completo, y el señor Darcy dijo que no había problema, que ya tengo mi habitación y puedo quedarme cuando quiera. Había pensado hacerlo al menos un viernes —Aurelio asintió, acariciándole con dulzura la mejilla—. Tuvimos un fin de semana bonito, en realidad. La noche de pijamadas salió muy bien y el sábado te comenté que fuimos al zoológico y al acuario. Hubieran visto lo feliz que Aurora estaba; en todo momento su papá la cargó y parecía que descubrían juntos el mundo —indicó emocionada—. ¡Y a mí me siguieron unos gansos!

Pronto, Meyris y Chase, que habían despertado temprano y motivados con el nuevo trabajo que mamá les había dado, se pusieron a reír.

—Pero el señor Darcy salió en nuestra ayuda, porque iba con Charlotte. Ella también la pasó bien, todos en realidad, porque Milite incluso estuvo risueña y grabando todo, y ese Benny es tan dulce, qué niño tan adorable. Me encanta cómo atiende y cuida de sus hermanas —los padres de Dorothea se vieron entre sí, sonriéndose a la distancia.

—Parece que ya te conquistaron —indicó Édison. Thea tomó de su café con leche y suspiró.

—Es que, cuando los veo y los imagino tan solos, me da cosita —confesó. Acarició la mejilla de Meyris—. Y no los imagino sintiéndose abandonados por ninguno —continuó—. De pronto, es como si quisiera que esto que tenemos, ellos también lo vivieran. A pesar de todas las limitaciones económicas, y de que a veces andamos ajustándonos el cinturón para cumplir con las deudas, somos muy unidos, confiamos entre nosotros y no perdemos ese sentido de familiaridad, no importa la carga de trabajo, el estrés del día o lo difícil que la semana se sienta. Sabemos que papá, mamá, tú o yo, o todos en realidad, podemos contar con el otro —Aurelio le dejó un beso en la sien, haciéndola sonreír—. Ellos habían perdido eso. Su mamá tenía esa conexión con ellos, cuidaba de ellos, y al perderla, también sintieron que se perdieron a sí mismos.

—¿Y él cómo se ha portado? ¿El señor Jenkins? —consultó Édison—. ¿Ha sido amable contigo?

Ella asintió de inmediato, pero esa sonrisa, esa débil sonrisa que dibujó, llevó a su hermano mayor a entrecerrar los ojos. Él mismo cruzó una mirada con su padre, quien solo suspiró, notando todos en la mesa el rubor que cubrió esas redondas mejillas. Dorothea, para ese punto, no tuvo donde huir, por lo que hundió su trocito de pan en el café con leche sin elevar la mirada.

—Ha sido muy amable, conmigo y con ellos en realidad. El viernes estuvo realmente presente, y aunque recibió una llamada, la cortó de inmediato. No sé si el sábado, después del zoológico, trabajó, pero con sus hijos disfrutó —pasó saliva—. Fuimos la familia tulipán —indicó con voz delicada, apenas elevando su mirada hacia donde estaba Édison, quien sonrió.




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