Su piel se erizaba cada vez que recordaba la grave voz acariciando su oído, soltando esa posesión que la llevaba a perderse en ilusiones que sabía bien no debía tener, porque no era correcto, ni mucho menos el hombre con quien debería pensar en ellas. Pero qué difícil se le hacía a su mente concentrarse en algo más que no fuera ese "eres mía". Suspiró tan solo rozando con apenas las yemas de los dedos una posibilidad, un roce, un momento de soledad, con la energía pululando entre ambos de forma tan caótica que tendrían que ceder a lo que deseaban, o al menos a lo que ella anhelaba.
—Un beso —soltó, logrando captar la atención de los menores que la rodeaban, quienes la miraron con confusión.
—¿De quién quieres un beso? —preguntó Millie juguetona.
El rostro de Dorothea se llenó de rubor. Benny la observaba con burla, pues todos, incluida la pequeña Charlotte, estaban en la cocina, preparando postres no solo para distraer su mente, sino también para hacer que el día de los demás no pareciera arruinado por el estúpido perro sarnoso de su exnovio, quien en ese momento se encontraba reunido con su jefe.
—De ti —bromeó Dorothea, lanzándose en persecución de la jovencita, que empezó a negarse y salió corriendo alrededor de la isla, mientras Thea, con sus pantalones rayados, la seguía.
—¡No, no, no, Thea! ¡Aléjate, que se me va a pegar tu gusto de abuelita! —Millie, al final, acabó envuelta en un gran abrazo. Le dio unas palmaditas en el brazo, aunque luego sonrió cuando la curvilínea le estampó un sonoro beso en la mejilla—. Si mañana me dan ganas de ponerme unos pantalones rayados, será tu culpa.
—Te compraré uno exclusivamente para ti, ya lo verás, Queen Bee.
Al final, la soltó. Millie acomodó su ropa y volvió a su lugar, con las mejillas ruborizadas y esa bonita sensación que implicaba sentirse no solo presente y atendida, sino también notada, algo que sin duda le gustaba. Sabía bien que Thea se había salvado con ese pequeño correteo que habían tenido, y quería pensar que estaba pensando en alguien más para ese beso, quizá un viudo padre soltero de treinta y cinco años a quien llamaba "el hombre máquina".
Desde su sitio, miró a Benny, y ambos se sonrieron con delicadeza. En las miradas de los hermanos había complicidad; aún no tenían un plan concreto, pero tras entender que su padre había salido en defensa de la niñera, la había consolado y abrazado, y había llevado al causante de su tristeza a su oficina, las palabras sobraban y los planes comenzaban a formarse.
Thea, en ese momento, atendía a Aurora, sentada en una silla alta similar a la que usaba para desayunar. La niña ayudaba a hacer el pan de banana que Thea preparaba, usando un cuchillo de madera para triturar las bananas, de las que también comía un poco. De pronto, decidió que su delicado cabello necesitaba una mascarilla de hidratación, y se embadurnó las manos con la fruta para frotarlas en su cabello.
La curvilínea la dejó disfrutar, abriendo grandes ojos cuando Aurora llevó una mano entera a la boca con algunos trozos de banana triturada, mientras sus chillidos de emoción llenaban la cocina. Charlotte, en su banquito alto, ya batía la mezcla, a veces dándose uno que otro pellizco para probarla. Su risa encantadora se escuchó en el espacio cuando Thea la sorprendió, tomándola de la cintura.
—No comas mucha masa cruda, que puede darte dolor de panza —le advirtió—, o soltarte en unos gases poderosos, como le pasó a mi hermana.
—¿Tienes muchos hermanos? —preguntó Benny.
—Tengo tres hermanos y un sobrino. Mi hermano mayor se llama Édison, tiene 26 años, y él tiene un hijo, Saint, que tiene ocho.
—¡Como yo! —exclamó Charlotte emocionada, a lo que Thea asintió con una sonrisa.
—Sí, sí, como tú. Luego vengo yo, después Chase, que tiene dieciséis —Millie la miró—, y, por último, Meyris, la más pequeña, que tiene diez años —Benny asintió—. Ahora mismo están en casa, bueno, menos Édison, que trabaja en un banco; los demás, incluyendo a mis padres, se quedaron en casa atendiendo la tienda —suspiró suavemente—. Nuevamente, les agradezco el lindo detalle que tuvieron conmigo; no tienen idea de lo feliz que me siento, y estoy segura de que mi familia se sentirá igual de agradecida —los jóvenes sonrieron—. Aunque, si es algo que hay que pagar, díganmelo; no quiero que se queden sin sus mesadas.
—No te preocupes por eso —respondió Millie mientras hacía brownies—. Ya tenemos un arreglo con papá y estoy casi segura de que, después del primer mes, ni nos cobrará nada —Benny se rió, asintiendo—. Ahora no te pongas emocional, que terminaremos comiendo galletas saladas si te pones a llorar.
Thea le sacó la lengua, pero luego le lanzó un beso, ocupándose de su propio postre. A los niños les encantaba que cada uno se encargara de algo distinto para tener opciones durante la semana. De igual modo, dejaron algunos ingredientes, ya que tenían el plan de reunirse el viernes para otra junta de la familia Tulipán, como ahora se llamaban, y la pijamada seguía siendo la mejor opción.
Después de lavarse las manos, Dorothea se acercó a una tableta que a veces usaban para enviar listas de compra o consultar recetas. Aprovechando que tenía conexión a internet, no dudó en buscar YouTube y poner música. De inmediato, su cuerpo regordete comenzó a moverse, sus hombros a sacudirse, y su trasero a balancearse aquí y allá, acercándose a Charlotte, que enseguida empezó a bailar con ella.
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Editado: 25.11.2024