Aunque yacía sola en la habitación, miró a todos lados antes de sacarse la tanga de las nalgas, que en ese momento sintió demasiado ajustada en lugares donde no debería estar. Sabía bien que era un riesgo usarla esa noche; solo esperaba que ninguna corriente de viento le diera un espectáculo a los comensales del lujoso lugar al que sabía que iría con la familia Jenkins o la familia Tulipán.
El viernes al fin había llegado, y ella apareció en la casa con un bolso de ropa más grande que el anterior. Su familia, al menos su padre, no se sentía muy cómodo con la idea de que pasara todo el fin de semana con los Jenkins. Aunque ella aclaró que no sería por trabajo, sino por compartir, parecía que a Aurelio le preocupaba un poco la confianza que su hija ya había depositado en esa familia.
Para ese punto, Dorothea no solo sabía que les tenía confianza, sino también un claro cariño a todos ellos, incluyendo al apuesto hombre que, como todos los días, ese viernes le dio la bienvenida bajando de las escaleras. La segunda semana se había cumplido, y comenzó con ellos tomando el desayuno en el comedor, hablando de ese fin de semana donde los planes, ya concretados, tenían a todos los niños, incluyendo a la nerviosa Millie, emocionados.
La camioneta, luciendo nuevamente radiante y como nueva, fue entregada el día anterior y, casi como si fuera la mejor excusa, decidieron celebrarlo con una cena en familia en un lugar bonito y elegante, donde todas las chicas pudieran usar sus diademas doradas a juego. Aunque el día se sintió eterno, al menos para los niños, al final llegó el momento de prepararse, y eso era lo que Dorothea, quien se acercó al espejo, estaba haciendo.
Su maquillaje era básico y sencillo, pero su vestido, su diadema y su figura entallada eran suficientes para llamar la atención donde fuera. Se miró desde todos los ángulos, riéndose coqueta al levantarse el vestido y notar aquella pequeña ropa interior.
Los niños y ese elegante Darcy, con el cabello un poco húmedo pero bien perfumado, la esperaban abajo. Millie se acercó a Benny para ayudarle con su corbatín, su accesorio para los eventos importantes, mientras Charlotte, cuidadosa, acomodaba bien la diadema de Aurora, quien estaba en brazos de su papá. Fue la pequeña quien, con el rabillo del ojo, notó a la niñera bajar.
—¡Guau! —soltó, logrando la atención de todos, que pusieron sus ojos en Dorothea.
La sonrisa de Millie se amplió de inmediato, y pronto Benny ajustó sus lentes para verla bien. Charlotte, en ese punto, daba brincos cargada de emoción, mientras Darcy, con ojos brillantes, admiraba a una pequeña galaxia bajar por las escaleras. Dorothea lucía como una reina completa en ese vestido azul con diseños dorados que le llegaba justo por debajo de la rodilla.
Su estilo complementaba bien su figura; el escote de corazón resaltaba sus bonitos senos, y aquel hombre no dudó en observarla de arriba a abajo cuando la curvilínea, a petición de Charlotte, dio una vuelta mostrando la fluidez de su falda.
—¡Te ves hermosa! —gritó Charlotte, admirándola desde todos los ángulos.
—Está muy lindo tu vestido —elogió Millie, logrando que Dorothea sonriera ruborizada mientras miraba a Darcy unos segundos.
—La verdad es que sí, pareces como alguna de esas diosas de las estrellas —añadió Benny sin dudar—. ¿Verdad que luce linda, papá? —consultó el jovencito, viendo a su padre.
—Sí, sí lo hace. Luces muy linda, Dorothea —dijo Darcy. La joven lamió sus labios, asintiendo.
—Gracias, todos ustedes se ven muy lindos, todos —reafirmó, mirándolo a los ojos.
—Vamos, entre princesas —dijo Darcy, dirigiéndose a sus hijos mayores—. ¿Les molestaría posar para mí? Se ven hermosas.
—Claro, claro.
Dorothea tomó a la pequeña Aurora en sus brazos. Millie se separó de ellos para acomodarse con sus hermanas y la niñera, que posaron para la cámara de Darcy, quien no podía parar de sonreír. Se le veía encantado, aunque Millie sospechaba que no necesariamente por verlas con las diademas o por saberlas preparadas para una cena especial, sino por la presencia de la curvilínea a su lado, que lo miraba con una ilusión que ya nadie podía negar... bueno, quizás solo ella.
Pronto, Benny se unió a las fotografías, y cuando Millie le pidió a su padre que posara también, él aceptó, permitiéndole a ella tomar la fotografía. Hasta que, un tanto traviesa, le pidió a sus hermanos que se apartaran.
—Benny, toma a Aurora; que solo queden papá y Dorothea —indicó la jovencita, y su cómplice hermano no dudó en cumplir la orden.
La pareja se miró unos segundos, un cruce de miradas que Millie capturó. Se sonrieron dulcemente para luego posar, pasando de estar lado a lado, como incómodos robots, a rodearse de la cintura. Incluso capturó el momento en que Darcy le acomodó un mechón del suelto cabello a Thea.
—Listo —anunció la jovencita.
—Me las pasas —pidió su padre rápidamente, aclarando la garganta—. Bueno, todas las que tomaste.
—Sí, papá, lo haré.
—Gracias, hija. Vamos entonces.
La familia salió animada hacia la camioneta. La burbuja que los envolvía era poderosa y, ante eso, ninguno se percató de un par de fisgonas que habían visto todo. Incluso una de ellas grabó la interacción de la pareja mientras les tomaban esas fotografías. Si bien Melani le aconsejaba a Noa no meterse en problemas, no podía negar que notaba algo nuevo y ciertamente peculiar en la relación de su jefe con la nueva niñera. Y es que, para nadie en esa casa, era indiferente la manera en que Dorothea había sido tratada como algo más desde el primer día, y no solo por los niños, sino por el dueño de ese hogar, que parecía perder todos sus escudos, fortaleza y hasta firmeza cuando se trataba de ella.
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Editado: 25.11.2024