El desastre de Thea

30. Roja

El encantador compartir concluyó con éclairs esponjosos y deliciosos que duraron poco en la mesa. Salieron llenos, risueños, aún recordando el episodio del caracol en la lámpara, y apenas llegaron a la casa, cada uno buscó sus habitaciones, queriendo descansar un poco para no retrasar los planes que tenían al día siguiente. Se esperaba salir antes de las ocho para desayunar en el camino, ya que les aguardaba un viaje de hora y media, o un poco más, hasta llegar al destino.

Consciente de que no quería trabajar ni verse afectado por alguna llamada relacionada con el trabajo, cuando verificó que sus hijos se habían quedado dormidos, Darcy solo se cambió, se cepilló los dientes y buscó su oficina para revisar lo que ese viernes no había conseguido ver o terminar, además de enviar advertencias, al menos a los miembros de la junta directiva, de que estaría incomunicado todo el fin de semana.

En su habitación, Dorothea terminaba de aplicarse sus cremas nocturnas y comenzó a preparar su maleta con lo que había llevado para el viaje. Hacía mucho tiempo que no iba al mar, y estaba segura de que irían a la parte más lujosa, por lo que llevó sus mejores vestidos, pareos y toallas, además de un par de trajes de baño que incluso compró para la ocasión. Con la maleta lista, deambulaba en su habitación apenas luciendo una camiseta grande para dormir, con un estampado de gatitos cabalgando dinosaurios en el espacio, y su tanga roja que ya ni sentía.

No tenía tanto sueño en realidad, así que revisó las respuestas de su familia en el grupo que tenían. Su sonrisa se amplió cuando llegó la llamada de su mamá, y la aceptó de inmediato.

—Hola, mamá —saludó.

—Hola, mi amor, te vi en línea —respondió su madre, sonriendo—. ¿Está todo bien?

—Sí, sí —suspiró—. Creo que estoy nerviosa por el viaje de mañana, pero nerviosa de emoción —aclaró—. Los niños tampoco caben de la ilusión de ir al mar con su papá. Benny me dijo que tenían más de un año sin hacerlo.

—Qué lindo, mi amor. Estoy segura de que la pasarán bien —Dorothea sonrió, acomodándose boca arriba—. ¿A qué hora vienes el domingo? ¿Será que puedas unirte a la feria?

—Creo que sí. Tengo entendido que vamos a salir después del almuerzo de la zona, y el viaje es como de dos horas, así que estaré para lo último, al menos para ayudarles a hacer cierre y caja —agregó—. ¿Ya tienen todo listo?

—Hicimos el inventario de lo que llevaremos —Georgina sonrió a su esposo, quien llegó a la habitación—, y mañana vamos a poner precios. Édison nos ayudará para ver si le ganamos un poquito. La publicidad que pagamos para la feria ha logrado buen movimiento; ojalá también funcione el evento como tal.

—Lo hará, mamá, no dudes de eso. Por lo menos para conseguir un pequeño ahorro y ver si montamos algo más en el futuro. ¿Te ha hablado la dueña de la plaza?

—No, pero sí el administrador que tienen aquí. Me dijo que el lunes ya me recibirá el módulo, pero que la dueña pidió que hicieran revisión y, si hay daños, que me los cobren…

—¿Qué? ¡Pero qué señora más grosera! Pensé que ella y la abuela habían sido amigas.

—Lo fueron, hija, pero para algunas personas la amistad y los negocios no se mezclan. De igual manera, no hay que negar que la señora Isidora, por esa amistad, nos permitía atrasarnos en el arriendo.

—Que al final terminaba sumando al otro mes; nunca nos permitió no pagar, y siempre llegaba con mucha puntualidad. O sea, la tienda estuvo prácticamente diez años en ese lugar, se le pagaba una cantidad exagerada de arriendo, ¿y si encuentra una grieta en una pared, va a cobrar la pared completa? Vieja abusiva…

—¡Thea! —corrigió su madre, pero ella ya estaba con el ceño fruncido y su piquito de enojo estirado.

Aunque su madre intentaba convencerla de que las cosas no eran así, a Dorothea le parecía un gesto cruel y de poca confianza que se pusieran a revisar un módulo que ninguna de ellas sabía en qué condiciones se había entregado, porque al final de cuentas, la abuela Doris fue quien hizo el trato. Estaba consciente de que habían cuidado el lugar; después de todo, era el negocio de los Winter, pero cualquier cosa que el administrador, quien se creía dueño de todo el lugar, pudiera tildar como "daño" tendría que ser pagado, y posiblemente a precio de nuevo, lo cual era aún más injusto.

El poco sueño que tenía se le fue con esa conversación con su madre, quien intentó calmarla. La última feria de la tienda se daría ese domingo, junto a otros puestos que la plaza aún tenía, para al menos sacar un ingreso para ese mes. Los Winter tenían grandes expectativas del evento, sobre todo por el movimiento que la publicidad pagada había generado; solo esperaban que los visitantes no buscaran productos a precios de remate.

Terminó también hablando con su padre, quien le dio más consejos sobre ese fin de semana, ya que solo estarían ella y Darcy con los niños en la casa. Aurelio le recomendaba disfrutar, pero no sentirse presionada a hacer nada que no quisiera. Para ese punto, el padre temía que su hija se viera envuelta con ese apuesto hombre soltero y que cediera debido a la deuda que tenía con él, aunque su esposa lo convencía con su voz segura de que Thea no solo sabría defenderse si fuera el caso, sino que no consideraba a Darcy Jenkins un hombre de actitudes tan bajas.

Casi una hora estuvo hablando con su familia, y cuando miró la hora, cerca de las once de la noche, solo suspiró mirando la noche.




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