El desastre de Thea

35. Volcán

La ruborizada joven de curvas pronunciadas apenas elevaba la mirada hacia donde estaba su jefe, mientras su madre facturaba todo lo que habían comprado. No solo en su propio espacio, que era el mayor, sino también en los otros establecimientos. La factura iba sumando, pues entre adornos, cuadros y hasta joyería que Millie había encontrado, los chicos descubrieron muchas cosas interesantes que querían, ya fuera para decorar sus habitaciones o para usar ellos mismos.

Darcy, aunque intentaba concentrarse en las recomendaciones de la señora Winter sobre el cuidado de algunos artículos, no podía evitar desviar la mirada hacia la figura perfecta de Thea. Ella estaba ligeramente inclinada sobre la mesa que Georgina había sacado para usar como caja, y el short que llevaba marcaba sus curvas de una forma que Darcy no podía ignorar.

Millie no era la única que notaba la interacción de miradas, sonrisas y alguna que otra palabra entre su padre y la niñera. Édison, quien estaba empacando las compras, también entrecerraba los ojos cada vez que veía a Darcy y a su hermana cruzar una sonrisa. La idea aún le parecía equivocada, pero no podía negar la clara realidad: había atracción, y esta parecía ser muy poderosa.

—En total serían tres mil doscientos —indicó Georgina—, y con el descuento de la familia sería...

—No, no se preocupe —respondió Darcy rápidamente, y Georgina lo miró con atención—. Se lo agradezco, pero sé bien que ahora mismo necesitan liberar inventario y sacar el mayor provecho de los artículos. Ya es suficiente con los precios un poco rebajados que nos han dado.

La mujer, impresionada, solo asintió, tomando la tarjeta negra de la elegante mano de Darcy.

—Muchas gracias, señor Jenkins —dijo ella, y él asintió con cortesía.

—¡Amo mi cuadro! —exclamó Charlotte, observando atentamente cómo Édison lo empacaba con cuidado—. Es demasiado lindo.

—Y es un set de tres, pero dejamos los otros dos en casa. En uno aparecen unas gallinas con tutú...

La pequeña abrió grandes ojos, emocionada, y pronto miró a su padre. Con las manos unidas y un puchero evidente, utilizó sus mejores armas para pedir también ese cuadro de gallinas bailarinas.

—Papi, yo lo quiero, por favor —pidió en tono suplicante.

Darcy no pudo evitar reírse.

—Cuando la familia de Thea suba las cosas en línea, veremos qué más compramos, ¿sí?

Thea intercambió una mirada con su madre, sin poder creer cuánto habían comprado los chicos. La suma final había sido una sorpresa para todos, especialmente para su familia.

Ella lo miraba con ensoñación, se removía entre pensamientos enamorados e incluso se mordía el labio al ver a ese apuesto hombre recibiendo el comprobante de pago. Sus grandes manos, sus pectorales, su cuello... Cada aspecto de él la llenaba de electricidad. Sin embargo, pronto el recuerdo de que ya lo había tenido, de que ya se había sentido en sus brazos y había sido cargada como si sus curvas fueran simples plumas, hizo que una sonrisa se esbozara en su rostro. Sabía bien que había probado los labios de su jefe, completa y sin ninguna restricción, de maneras que podrían ruborizar a cualquiera.

Lamió sus labios ante el recuerdo, saboreando la memoria.

—¡Thea! —la firme voz la sacó de su ensoñación. Abrió los ojos, volviendo a la realidad, y su rostro se llenó de rubor al ver la ceja arqueada de su hermano—. Ven, ayúdame a cargar algunas cosas en la camioneta.

—Sí, sí, claro.

Darcy, desde su lugar, desactivó el seguro del vehículo, pero le entregó con seguridad las llaves a Thea. Ella tomó algunas bolsas y siguió a su hermano, con el rostro aún caliente y la mente revuelta en ideas, recuerdos y posibilidades sobre lo que podría pasar en los días siguientes, incluyendo la idea de acomodarse en el amplio asiento trasero con un Darcy hambriento.

Esbozó una débil sonrisa cuando se encontró con la mirada seria de su hermano, pero abrió la cajuela para descubrir las muchas maletas. Édison no dijo nada, solo tomó las que sabía que eran de ellas para acomodar las demás y cargarlas. Sin embargo, aún faltaban algunas cosas. Los cuadros, bastante grandes, tuvieron que colocarlos en la tercera fila, donde Benny viajaría. Ahora, sin Thea, Millie seguramente tomaría el asiento del copiloto y Benny iría con sus hermanas.

Thea miró a su hermano, notando su expresión seria, y frunció el ceño.

—¿Por qué estás enojado?

—No estoy enojado —respondió Édison, mientras guardaba las últimas bolsas. Cuando fue a tomar las de ella, Thea lo miró con la ceja arqueada, así que él solo suspiró—. No sé si es correcto que pases los fines de semana con la familia de tu jefe… y con tu jefe.

—Ellos me invitan. Además, de no haber tenido ese fin de semana, no estarían aquí y mamá no habría facturado esos tres mil dólares, que ahora mismo nos vienen bien.

Fue firme en su respuesta, pero Édison mantuvo su actitud, y Thea frunció el ceño aún más.

—Los Jenkins me tratan bien, Édison, y han sido amables conmigo. Me han recibido como a un miembro de su familia, y mi conexión con ellos, con todos ellos, es especial. Por favor, no me hagas sentir mal porque me gusta mi trabajo y la familia que me ha recibido en su pequeño y roto hogar.




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