El desastre de Thea

37. Advertencia

Su mirada se clavó en la computadora frente a él. Su amigo ya se había ido a la oficina y sabía bien que él también tenía que hacerlo, porque no tenía planes de quedarse en casa, aunque en ese momento parecía la mejor idea. De pronto, la necesidad de compartir con sus hijos y con esa mujer que había llegado a su vida para cambiar tanto en tan poco tiempo crecía en él con una presión agobiante.

No es que antes no disfrutara de sus hijos, de su hogar o su familia, pero había algo en ese momento, en ese espacio donde los seis se convertían en la familia Tulipán, que no dejaba espacio para nada externo, ni del presente ni del pasado que parecía no querer superarse, aquel que aún intentaba hundir sus dedos sucios en esas decisiones tomadas al calor del miedo y que ahora comenzaban a sentirse como erróneas.

Suspiró profundamente cuando tocaron a la puerta. Sabía que en media hora su hija Charlotte se iría a su clase de ballet. Benny se quedaría en casa porque quería revisar lo que necesitaba para sus hámsters, por lo que las chicas, incluida la dulce Aurora, tendrían una mañana de chicas, con ballet, compras y, por supuesto, el respectivo café con un dulce en el centro comercial que, si no se cumplía, traía consigo una maldición.

Cuando volvieron a tocar, salió de nuevo de sus pensamientos, acomodándose en su silla.

—Adelante —indicó con voz grave.

Ese agitado corazón se tranquilizó por completo cuando ella apareció. Su sonrisa era dulce, su mirada calma, y llevaba una pequeña bandeja con un café para él. Sin dudarlo, Darcy se puso de pie para recibirla, y apenas Dorothea dejó la bandeja en la mesita, él no dudó en buscarla. Notó la puerta cerrada, por lo que pronto le acunó el rostro y se perdió en el ritmo de sus labios.

Thea se aferró a ese cuerpo fuerte que se sentía bien apretado al suyo y sus curvas. Las manos de Darcy pasaron del delicado rostro al cuello y luego descendieron para amasar sus nalgas, donde se posaron por mucho tiempo, sosteniéndolas con sus manos abiertas. Cuando la tomó de la cintura para elevarla un poco, Dorothea solo gimió, por lo que él hundió los dedos en la raíz de su cabello suelto y la besó con más intensidad.

—¿Será que su escritorio me aguante? —preguntó agitada en un hilo de voz.

—¿Quieres que te siente en él?

—Sería sexy; nunca me han besado sentada en un escritorio.

La risita fue encantadora. Darcy la tomó de los muslos, y pese a sus elegantes prendas de trabajo, la cargó sin problema. Ella, segura de esas manos que la sostenían como nadie más había podido, se enroscó en su cintura para ser acomodada en el escritorio. No lo besó de inmediato; movió algunas cosas, incluido el café recién puesto, pero apenas lo miró a los ojos, lo atrajo por el cuello de la camisa hasta su boca.

En ese instante de descontrol y necesidad que ambos compartían, las manos se liberaron, rozándose sobre las prendas. Darcy apretó sus senos, su cintura, y la pegó a su cuerpo, donde ese contacto de sus centros la hizo gemir. Pronto, la cabeza de ella se echó hacia atrás, sin percatarse de que algunos mechones de su cabello habían caído en el café, mientras se perdía en los labios que recorrían su cuello.

—Qué bien hueles —le indicó Darcy mientras chupaba su cuello—. Dulce, adictiva, comestible —la voz grave la volvía loca. Dorothea mordió su labio inferior cuando él tomó el lóbulo de su oreja entre sus labios, pero pronto le besó la mejilla—. Quiero devorarte, Dorothea —advirtió con ese tono que la incendiaba bajo la piel.

—Dios, qué caliente —respondió agitada, pero entonces el cabello realmente caliente le pegó en la espalda—. ¡Está caliente! —soltó un grito bajando del escritorio rápidamente.

La curvilínea tiraba de su cabello hacia atrás, pero pronto el mismo Darcy tomó el mechón para secarlo con los papeles de una documentación que Clive le acababa de dejar. Los dos se quedaron inmóviles, con los ojos bien abiertos, cuando la puerta se abrió. Thea se estaba quitando la camisa, Darcy la tenía sujeta del cabello y lucía completamente desaliñado. Lentamente, los dos voltearon hacia la puerta abierta sin separarse.

Millie solo arqueó la ceja, mientras Benny se acomodaba por segunda vez los lentes, mirando a los dos en esa escena peculiar, una que al menos para la jovencita daba claras señales de que interrumpieron algo que ella prefería no mencionar, pero sabía bien lo que los adultos hacían.

—¿Volvemos en otro momento?

—Se me mojó el cabello con café —respondió Dorothea rápidamente.

La jovencita miró el escritorio y vio la taza de café, por lo que la respuesta resultaba confusa. ¿Cómo podría haber sucedido eso? Darcy aclaró su garganta, acomodó mejor su camisa y solo chasqueó los dientes al notar con qué había intentado salvar a la curvilínea, quien, mientras se abotonaba de nuevo la blusa, suspiraba para mirar a Darcy unos segundos.

Dorothea solo negó, se acercó a la bandeja donde estaba el café y lo acomodó de nuevo.

—No creo que lo quiera con mi cabello —advirtió la joven, dirigiéndose hacia la puerta. Los dos jovencitos se hicieron a un lado para dejarla pasar—. Millie, en unos minutos nos vamos.

—Sí, claro, es algo rápido. Ya después puedes hablar con papá de lo que hablabas.

Thea no pudo evitar abrir los ojos grandes y sentir el rubor en su rostro, pero con paso rápido y decidido prefirió dirigirse a la cocina. Sabía bien que en esos tiempos los adolescentes tenían demasiado acceso a un mundo tecnológico que podía contaminar sus mentes antes de tiempo, y tenía claro que, pese a ello, Millie conservaba aún un grado de inocencia que, al menos para ella, era positivo. Sin embargo, ¿podría la adolescente sospechar que ella y su padre tenían algo? ¿O acaso había sido su nulo disimulo el que ayudó a Millie a llegar a esas sospechas?




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