El desastre de Thea

39. Consejos

La familia se miró con confusión cuando vio a la muchacha pasar agitada y apenas saludar al entrar en su habitación. Los dos padres dejaron el inventario de los objetos que hacían en el comedor y, sin dudarlo, se acercaron a la pieza de la misma, pero solo ella ingresó al lugar cuando la encontró con la puerta entreabierta. Su ceño se frunció al escuchar la llave de la ducha, por lo que miró a su esposo, que solo se encogió de hombros, regresando a la sala de su casa.

Georgina se quedó en la habitación de su hija mayor, esperándola. Cuando ella salió de la ducha, dio un brinco al verla, observándola con atención. Claramente solo se había lavado el cuerpo, por lo que su madre supuso que se había manchado en el camino, aunque estaban seguros de que la lujosa camioneta que había pasado por la casa minutos antes la había traído.

—¿Otra vez te trajo el chofer de la casa de los Jenkins?

—Sí, sí, otra vez lo hizo —Dorothea ajustó la bata a su cuerpo, tragando saliva.

—¿Es idea mía o has venido temprano?

Aunque no tenía ningún reloj en la muñeca, hizo el gesto como si mirara el mismo, pero posó sus ojos en el reloj de la mesita, donde se marcaba que faltaban quince minutos para su hora de salida. Su corazón latía agitado, y en ese momento quería hablar, pero sabía bien que, de hacerlo con la emoción que tenía, podría meterse en problemas.

Georgina la miró con el ceño fruncido; al ver que Dorothea no respondía, pero se encaminó a la puerta principal de la habitación, la cual cerró. Luego se dirigió a su cómoda, donde tomó una braga de abuelita, que, aunque era la más cómoda para ese momento de su periodo, terminó cambiando, tras mirar a su madre por encima del hombro, por un bikini negro y de encaje más sexy. Con la prenda en mano, se dirigió al baño sin decir nada, pero solo elevó un dedo, pidiéndole un minuto a su madre.

Se secó, acomodó bien el tampón y luego la braga, para observarse en el espejo. Sabía que el rubor que cubría sus mejillas no era por el cansancio, aunque había corrido una cuadra desde donde decidió que el chofer la dejara. Pero tenía claro que la idea, esa realidad de tener su primera cita con el hombre que no podía sacar de su cabeza, era la razón de su rubor y de sus tímidas sonrisas.

Confiando en la relación que tenía con su madre, se ajustó de nuevo la bata y salió para sentarse frente a ella. Georgina la miraba con atención; Thea no era solo un libro abierto cuando soltaba la lengua, lo era en sus gestos, en sus ojos brillantes, en su manera única de vivir las cosas que la emocionaban. La madre solo tomó la delicada mano de su hija y sonrió.

—¿Vas a salir? —preguntó tan directamente que logró que Thea mordiera su labio inferior, pero al final asintió—. ¿Con tu jefe?

—Sí —respondió en apenas un hilo de voz—. Quiere que vayamos a cenar, y estoy segura de que será a un lugar muy lindo, así que le pedí salir un poco más temprano, y me envió con uno de sus choferes, porque el otro sigue siendo el perro de Forrest, para que no me atrasara con el autobús.

Georgina solo suspiró.

—Le dije a Millie que no le mintiera a su papá sobre su cita, pero no quiero que el mío me haga sentir mal o se ponga pesado con esto que haré.

Georgina analizó las palabras de su hija; le acomodó un mechón castaño tras la oreja, sin soltarle la mano.

—A papá no podemos engañarlo, y sabes bien que no es algo que apoyaré en ningún momento. Esta relación de familia tan especial que tenemos, que siempre nos hace sentir cómodos, se basa en la confianza y el entendimiento que aplicamos entre nosotros —Dorothea asintió, porque era la realidad—. Mi amor, debes entender que realmente no podemos prohibirte nada; eres una adulta de veintitrés años. Quizás no tienes todo resuelto, pero tanto tu padre como yo sabemos que, al final de cuentas, la vida es de cada uno de ustedes, y nuestro deber es guiarlos hacia donde creemos que estarán mejor. Pero si en algún momento deciden que ese camino no les parece, ustedes deberán tomar el que quieran y asumir las consecuencias de esas decisiones. En esas decisiones está lo que vas a hacer…

Dorothea soltó un pesado suspiro, pero al final terminó dejándose caer en la cama, buscando entre sus peluches el osito que la había acompañado desde hacía años y acariciándolo mientras compartía con su madre sus pensamientos.

—Sé que es mi jefe y también entiendo que no es un hombre soltero, sino un padre soltero, y que antes de que yo llegara a su vida tuvo a una mujer a la que amó, con la que se casó y formó su familia; que, de no haber sido por la muerte, eso seguiría siendo su realidad —buscó a su madre con la mirada brillante—. Pero también comprendo que ya no es así, y sin ánimos de sonar egoísta o hasta cruel, porque no quiero serlo, ella ya no está. Y nunca llenaré el enorme espacio que dejó, pero ¿tan malo sería pensar que puedo obtener el mío?

Se sentó frente a su madre, quien le rozó la mejilla tibia.

—Amo a los niños, mi conexión con ellos es única y especial. Y no, no se siente igual que la que tengo con Chase o Meyris, que también es especial, pero sé que son mis hermanos. Con los niños Jenkins siento como si… —frunció el ceño y luego negó con una sonrisa—, siento que son míos, y que puedo hacerlos sentir bien y enseñarles sobre el mundo. Claro que sé que mi papel de niñera es distinto al de madrastra, como dijo Édison, pero ¿crees que es una locura pensar que podría ser una buena figura materna para ellos?




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