El desastre de Thea

42. Sensible

Con delicadeza, rozó los pétalos de las flores que llevaba en su regazo desde que salieron del hermoso restaurante. Aunque la cena transcurrió con una conversación algo pesada, la cercanía de la pareja y esa complicidad única les permitió no solo disfrutar de la comida, sino también dejar espacio para compartir un tiramisú que comieron con una sola cuchara. Darcy se sintió acompañado, entendido e incluso vulnerable junto a la preciosa Dorothea, quien a veces se mostraba sensible y emocional al escuchar sobre su vida y su pasado.

Jamás imaginó que una mujer pudiera conmoverse al escuchar cómo perdió a su esposa, cómo su vida se derrumbó tras aquello. A pesar de la juventud de Dorothea, porque sabía que era joven sin lugar a dudas, resultó más que evidente que poseía una madurez emocional capaz de aceptar que, antes de ella, hubo una mujer a la que él amó inmensamente. Más aún, Dorothea lograba abogar por esa mujer, a quien no conoció, pero que describía con su delicada voz como una gran persona.

Esa seguridad en Thea le hacía bien a Darcy, porque claramente temía que alguien pudiera mancillar la memoria de su esposa, dañar su imagen ante los hijos o menospreciar lo que Heaven había sido en vida. Sin embargo, esa noche quedó claro que Dorothea no era ese tipo de mujer, y eso lo aliviaba. No podía negarlo: le reconfortaba saber que el espíritu de su esposa continuaba vivo para él y sus hijos, incluso cuando estaban dándose una nueva oportunidad para amar y recibir a alguien más en sus vidas.

Cuando se encontró con su mirada, ella lo observó con ojos brillantes y atentos. Pronto, la joven se ruborizó, y esa lamida de labios que hizo logró que Darcy soltara el volante para rozarlos con su pulgar.

—¿Qué piensas, fresita preciosa? —preguntó él.

Thea amplió la sonrisa, dejando que esa mano grande continuara acariciando su boca y su mentón.

—En si vas a dejarme en mi casa o… —tragó saliva—. Como ya comimos postre…

Darcy miró al frente, sonrió ampliamente, y tras lamerse también los labios, volvió a mirarla.

—Compartimos un postre —ella asintió, viéndolo con ojos encantados—, pero hay uno en particular que es solo mío…

—¿Una fresa jumbo con kétchup?

La carcajada de él no se hizo esperar. Tomó su mentón con firmeza y la acercó a su boca, aprovechando un alto en el camino, dejándole un beso seguro.

—Quiero que estés cómoda —le indicó con voz grave, tomando una de sus manos sobre su muslo—. Tengo un lugar donde podríamos… —sonrió para sí mismo, sintiéndose joven, nervioso y hasta torpe—. Donde podríamos pasar un momento a solas. —La miró de nuevo—. Pero quiero que estés cómoda. Por mí no hay problema, de ningún tipo, pero si quieres esperar, tampoco habría problema.

—Nunca lo he hecho de esta manera —confesó Dorothea con un suspiro—. Para Forrest, hablar de menstruación era como hablar de un rito satánico; calificaba como asquerosa la simple presencia de un tampón.

Darcy se burló con sorna ante aquello. Ciertamente, el exnovio de Dorothea, además de ser un mentiroso, infiel y deudor, era un niño inmaduro.

—Aunque he escuchado que es… —buscó su mirada—…rico, porque estoy sensible.

Darcy no respondió de inmediato. Avanzó por las calles y suspiró al llegar a un semáforo en rojo. Entonces, la tomó por sorpresa al sujetarla por el cuello. Pegada al asiento, Dorothea soltó un jadeo al notar el rostro de ese hombre con la mirada oscura y la mandíbula marcada, luciendo más intimidante y sensual de lo que recordaba.

—Si me das la oportunidad, puedo enseñarte lo bien que se siente esa sensibilidad.

Ella parpadeó rápidamente, con la boca entreabierta, y terminó asintiendo. Él solo le dio un pequeño beso, pero Dorothea fue más rápida al decir que sí. Darcy sonrió de lado, provocando que las piernas de ella se apretaran por el efecto que le causaba. Para ese punto, no sabía cómo pedirle a su cuerpo que se calmara, porque estaba segura de que lo que sentía no se debía únicamente a sus días.

Cuando el vehículo avanzó, ella solo pudo suspirar. Pasaban poco más de las nueve, y la tensión se estaba transformando en una energía erótica y deliciosa. En ese momento, solo podía pensar en lo que deseaba que le hicieran y hasta dónde él llegaría con ella. No sabía si, por casualidad, su jefe, tan pulcro y perfecto, tendría un complejo de vampiro, aunque suponía que eso no estaría incluido en lo que sucedería.

Estuvo tentada a avisar a su familia que aún no llegaría, pero ¿qué podría decirles? ¿"Voy a un posible motel para ver si mi jefe desea devorarme como un sobrecito de kétchup"? Sabía bien que eso solo le provocaría un infarto a su padre, una aneurisma a su hermano mayor y un desmayo a su madre. Así que simplemente tragó saliva, dejando que creyeran que seguía en el restaurante comiendo pastas, cuando en realidad ahora mismo estaba a punto de comer berenjena.

—¿Qué piensas, fresita? Te cambio un pensamiento por un beso.

Thea sonrió débilmente, viéndolo a los ojos.

—¿Con sinceridad?

—Sí, por supuesto.

—En tu berenjena.

Darcy se echó a reír.

—Y también pensaba en si te pondrás vampírico —él alzó una ceja—, y luego pasé a pensar en qué podría decirle a mi familia para justificar mi hora de llegada, que aún no sé cuál será. Pero he decidido mejor no decir nada —él asintió, y ella terminó suspirando—. Y eso. Te di como tres o cuatro pensamientos, por lo que supongo que me vas a dar tres o cuatro besos, ¿no?




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