Sin dudarlo, la dama se puso de pie al ver a la elegante y estilizada mujer avanzar hacia ella. De manera inmediata sintió un golpe de admiración y hasta cierta envidia al notar cómo las personas detallaban con intensidad el paso de Céline Rolland, quien parecía indiferente a todos, incluso a ella. Noa le ofreció su mano en señal de saludo, pero la joven heredera no la tomó.
Noa solo pudo sonreír con debilidad, tomando asiento cuando Céline lo hizo. La joven miró el lugar, un poco abarrotado para su gusto y con un toque demasiado vulgar, pero terminó suspirando antes de fijar su atención en la enfermera que la había citado en aquel Starbucks.
—¿Cómo está, señorita Céline? Me sorprendió mucho que me llamara ayer; no pensé que iba a viajar tan pronto —indicó Noa, mirando a su alrededor.
El día anterior, había recibido la llamada de Céline bastante tarde. La dama, que la había contratado y le había dado una misión en aquella preciosa mansión donde ya no trabajaba, había llegado a la ciudad, contra todo pronóstico. Lo había hecho tras vender discretamente algunas pertenencias en línea, con sus maletas, su altanería y una única misión: conquistar a su cuñado y su familia para hacerse un espacio entre los muy adinerados Jenkins.
—Darcy me llamó —dijo Céline, mirándola directamente—. Me dijo que necesitaba un poco de ayuda, un toque… uhm… femenino —mintió con tranquilidad, observando el ceño fruncido de Noa—. ¿Acaso no me crees, Noa?
—Sí, sí, claro que sí, señorita. No podría creer que mienta sobre eso, sabiendo que el señor Darcy confía mucho en usted —respondió Noa, acomodándose nerviosamente en su silla.
Céline la miró con agudeza, mientras Noa continuaba:
—Y la verdad, me parece perfecto que haya venido tan pronto para poner orden, para tomar su lugar en esa casa, porque créame que todo se ha salido de control. Los niños se están volviendo pequeños demonios, el señor Darcy ha perdido la seguridad y la imponencia, y lo peor es lo que ha hecho por una mujer… una niñera cualquiera.
Céline analizaba las palabras de Noa. Se notaba a leguas el resentimiento que cargaba la enfermera, mezclado quizás con un poco de celos hacia la tal Dorothea Winter. Aunque no estaba del todo clara, Céline sospechaba que ese resentimiento podía deberse a que Dorothea había sido tratada mejor desde el primer día o porque Noa había alimentado la fantasía de lograr algo con Darcy, su antiguo jefe.
—¿Sigue hablando con el exnovio de esa mujer? —preguntó Céline con interés.
—Sí, sí. Es el chofer de la empresa, aunque ahora prácticamente lo tienen haciendo nada, o lo mandan a hacer gestiones que lo mantienen todo el día fuera. Es como si el señor Darcy no quisiera verlo —contestó Noa—. Y sabemos, todos sabemos, que eso es culpa de la tal Dorothea. Ella le ha comido la cabeza al jefe, y me atrevo a decir que incluso el señor Darcy está enamorado de ella.
La risa de Céline fue inmediata y burlona.
—No seas ridícula, Noa.
—Es la verdad, señorita. Viera qué agresivo se puso cuando me despidió. Me pidió que le diera mi celular —Céline frunció el ceño—. Y como me negué, me dijo que debía irme de su casa. Incluso llegó a decir que no me iba a permitir hablar mal de su esposa y de su Thea.
Céline tensó la mandíbula.
—Así dijo: "Saca el nombre de mi esposa y de mi Thea de tu boca" —repitió Noa, resentida, recordando su despido—. No sé si esa mujer sabe hacer brujería o si ya era su amante antes. Yo creo que sí. Seguro el señor se las ingenió para llevarla a la casa y presentarla a sus hijos. Y claro, como es una niña insolente más, a los chicos les agradó desde el primer día.
Céline se recostó en el respaldo de la silla, cruzándose de brazos. Le parecía imposible que Darcy pudiera tener ojos para una mujer como Dorothea Winter. La imaginaba como una chica cualquiera: gorda, sin gracia, con un estilo de vestir infantil y sin clase. No cabía en su mente que un hombre tan pulcro, de clase y seguro como Darcy pudiera ver a esa mujer como una posible pareja.
—¿Qué edad tiene esa chica, Dorothea? —preguntó.
—Creo que veintitrés —contestó Noa.
La heredera se burló con desdén.
—Ahí está todo, Noa. Darcy le lleva doce años a esa muchacha. No está enamorado de ella; la ve como una niña idiota, fácil de conquistar y manipular. Claramente no le dará la oportunidad de formar una familia, ni de presentarla al mundo. Cuando encuentre a una mujer para eso, esa niñera saldrá de su casa de una patada. Posiblemente él mismo lo hará.
Noa, al escuchar aquello, amplió su sonrisa, como si la idea le diera esperanzas.
—Lo bueno es que ya la mujer de esa casa volvió —comentó.
Céline, encantada, sonrió ante la enfermera.
—Melani me dijo que ayer, al parecer, la niña Melisande tuvo una cita que salió mal. Que esa mujer llegó con unas fachas de supermercado, y hasta atrevidamente llevó a su hermano para comer ahí los dos —continuó Noa, expresándose con desdén—. Además, según Melani, ellos dos estuvieron encerrados en la oficina como una hora, o más, después de que Millie salió. Cuando salieron, estaban conversando muy felices, pero está segura de que notó un chupete en esa mujer, en Thea.
Céline acarició sus labios con la punta de la lengua, mientras cruzaba los brazos ante Noa, evaluando todo lo que había escuchado. Sin dudarlo, Céline soltó una carcajada al escuchar las palabras de Noa, mientras cruzaba las piernas con una confianza casi teatral.
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Editado: 17.01.2025