El desastre de Thea

49. Descubrimiento

—¡Papá y Thea se van a casar! —celebró la chiquilla de manera animada, dando brincos en su lugar.

Su emoción contagió de inmediato a la bebé en su cochecito, que emitió un chillido. Pero, más allá de ellas, ninguno de los mayores se movió de su lugar. Darcy pasó saliva, dejando caer las dos manos que aún sostenían el rostro, ahora más ruborizado que pálido, de Dorothea, quien seguía clavada de manera intensa en su mirada. Para ese punto, con la celebración de las dos niñas y la intensidad del momento, solo logró pasar saliva para cerrar su boca, que había quedado entreabierta tras recibir aquel necesario beso.

Poco a poco, los cuerpos comenzaron a moverse, separándose hasta quedar en dos extremos. Millie arqueó una ceja, juguetona, con ese brillo pícaro característico de su edad en la mirada, mientras Benny se balanceaba de atrás hacia adelante, ajustándose los lentes, un pequeño tic nervioso que se disparaba cuando estaba altamente emocionado.

Thea y Darcy se cruzaron una última mirada, y él terminó suspirando, llevándose las manos al cabello. No había nada que pudiera decir para aliviar lo que ya se había visto, lo que ya había hecho. Salió de manera tan natural, con una necesidad tan profunda en sí mismo, que durante el camino en la camioneta solo pudo pensar en tomar esos labios y calmar su alma ante lo acontecido.

No era el mejor lugar, ni siquiera el mejor momento. Y, aunque había prometido cuidar esa relación que apenas iniciaba, sentía que estaba dando miles de pasos que podían poner en riesgo su estabilidad. Su mirada se encontró de nuevo con la de Dorothea. Ella lucía avergonzada, y eso no era algo que Darcy quería para ella, así que supo que le tocaría enfrentar las consecuencias de sus actos.

—Charlotte, basta —llamó Millie a la niña, que dejó de brincar y bajó sus bracitos de celebración al notar al fin la tensión en su padre.

Darcy posó la mirada en su hija mayor y luego la dirigió hacia la tumba, llena de flores de colores. Su expresión pasó del shock a la pena, terminando en negación cuando se dio cuenta de cómo había arruinado todo, incluido aquel día, ya alterado por la presencia de su cuñada. Al ver el nombre de su esposa en la placa, solo pudo tragar saliva.

—Chicos, lo que han visto es real —indicó con voz grave, elevando la mirada hacia Dorothea, quien permanecía inmutable, sin saber qué decir—. Estoy enamorado de Dorothea.

Millie tomó a Charlotte de los hombros antes de que pudiera volver a celebrar.

—Darcy, creo que… —susurró Thea apenas. Ninguno de los dos sabía qué hacer o cómo manejar aquella situación.

La joven miró a los niños y encontró, para su tranquilidad, ilusión en sus miradas brillantes. Ante ello, rompió a llorar. No sabía por qué, no entendía de dónde nacían las lágrimas, si era emoción, miedo o incluso duda. Solo se quedó ahí, negando, contagiada de un sentimentalismo que le golpeó en lo más profundo. Quería hacerlo bien, quería sentirse merecedora de un lugar en esa familia, porque ya los sentía como suyos. Pero no podía negar que la llegada de Céline Rolland había cargado de cuestionamientos su mente.

—Papá… —susurró Millie, señalando a Thea con un ademán. Sin dudarlo, Darcy avanzó hacia ella.

En cuanto la tuvo en sus brazos, Thea lloró aún más. Se sentía tonta, pero así como nunca había negado su optimismo y esa forma brillante de ver la vida, tampoco podía negar su sensibilidad ni sus emociones, incluso aquellas que no sabía explicar.

—No era así como esperaba que se dieran cuenta —indicó con voz suave, mientras Darcy la apretaba contra su pecho—. No quiero perderlos, y no sé por qué lloro. Solo siento que estoy traicionando a una mujer que fue buena, que quizás nunca dejarás de amar, y eso no me molesta, no lo hace… —sollozó—. Solo tengo miedo de que no me ames lo suficiente y termines rompiendo mi corazón, porque no puedo ni siquiera pensar en dejarlos.

Darcy la apretó aún más contra su pecho. Para ese punto, las emociones de Thea ya habían traspasado su piel, y pronto tenía a los jovencitos tan sentimentales como ella. Sin dudarlo, Millie avanzó hacia ellos, siendo la primera en abrazar a Thea, quien la atrajo con su brazo. Pronto lo hicieron también Benny y Charlotte, juntando los cuerpos hasta formar una sola masa de sentimientos y sensibilidad.

—Aurora quedó fuera —indicó Thea—. Quiero a mi bebé.

Fue Benny quien se separó para ir por la niña, y pronto todos lo siguieron, dejando espacio para que Thea pudiera cargarla en su pecho. La bebé se apretó contra ella, y su chillido infantil fue la única nota de felicidad en ese momento. Cuando Aurora dejó un beso baboso en la mejilla de Thea, logró arrancarle una tibia sonrisa.

Aurora era el último acto de amor de aquella mujer, el último pedacito de Heaven en el mundo. Y, aunque nunca había pasado por su mente la idea de reemplazarla, de alguna manera, quizás por el lugar, ese día Thea deseaba sentir que también Heaven la aceptaba para ser parte de los Jenkins. No porque temiera que la guapa mujer, convertida en fantasma, apareciera a tocarle los pies, sino porque realmente deseaba quedarse con ellos, su familia tulipán.

—Vengan, por favor. Hablemos —pidió Darcy al fin, con voz grave, mientras limpiaba también sus lágrimas.

Al final, todos avanzaron de nuevo hacia la banca metálica donde habían estado. El árbol frondoso les ofrecía una sombra especial. Quizás no era el mejor lugar para una conversación de ese tipo, pero también podía serlo, porque su energía calma y el recuerdo de una mujer tan amada parecían convertirse en guías para las palabras de ese padre y enamorado hombre, que se sabía preocupado.




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