Cuando la mano pequeña se ajustó a la suya, ella volteó hacia la jovencita, dedicándole una sonrisa de calma que también necesitaba. Habían sido recibidos por los empleados en la lujosa mansión de la familia Pierson, donde llegaron de forma puntual tras dejar a los menores en casa. Al menos Darcy y Millie se habían cambiado, pero Dorothea hizo un sondeo con los empleados sobre la presencia de Céline Rolland, quien, según el mismo Bernardo, se había ido apenas el jefe salió.
Se sentía nerviosa. No solo en ese momento: su relación ya había salido a la luz para las personas más importantes de Darcy y también para ella. Después de todo, había sido aceptada con una facilidad que la hacía sentir fascinada y especial. Sin embargo, no podía evitar que una idea invadiera su mente: ¿qué pensaría la familia materna de esa unión?
Quería aferrarse a la idea de que ninguno de los niños revelaría ese importante secreto, confiando en que esas promesas de mantener todo disimulado, como si no existiera, como si no fuera lo más hermoso que ella estaba viviendo, permanecerían intactas. Pero temía que, así como los niños lo habían descubierto, ese amor sin freno, que no conocía de disimulo, lo delatara en el peor momento ante Isidora y Céline Rolland, quienes, estaba casi segura, desaprobarían por completo, aunque apenas conociera a una y no hubiera compartido mucho con la otra.
Cuando llegaron a un salón muy hermoso, tomaron asiento en los sillones. Millie se quedó muy cerca de ella, incluso con su mano aún entrelazada. Su niña grande, su Queen Bee, le buscó la mirada, y Dorothea solo pudo rozar su mejilla. En esos gestos y movimientos que llenaban de calidez el corazón adolescente, le dejó un beso en la frente.
—Todo saldrá bien —le anunció.
—Sí, sí lo será —suspiró con suavidad, encontrándose con la mirada de su padre, quien tomó su mano delicada—. ¿Vas a hablar tú, papá?
—Sí, mi amor, déjamelo a mí.
Ella asintió con dulzura, sonriendo ante el beso que Darcy sin duda le dejó en la frente. En ese momento, la familia Pierson ingresaba, con esa jovencita Patricia vestida como una delicada muñequita de alta sociedad, una mujer elegante de cabello rubio y corto, que Dorothea sabía lucía uno de esos trajes comunes de Chanel, y un hombre apuesto, un poco mayor que Darcy. Todos se pusieron de pie al mismo tiempo.
—Darcy, qué sorpresa ha sido realmente esta reunión —señaló el caballero, estrechando su mano.
—Sí, imagino que sí, Teófilo, pero tenía que verte ya que es algo de mucha importancia —respondió Darcy. Luego, el hombre le sonrió a Millie—. Mi hija Melisande.
—Claro, una de las amigas de nuestra Patricia. ¿Cómo estás, bonita?
—Bien, muchas gracias, señor Pierson —respondió la jovencita—. Ella es Thea; es… —le buscó la mirada— mi niñera y amiga.
Thea sonrió con amplitud al ver al hombre un poco confundido ante la declaración, pero tomó con firmeza la mano que él le ofreció.
—Un gusto, señorita —indicó él—. Mi esposa Yolanda —presentó. La estirada mujer apenas quiso tomar la mano de Dorothea— y mi hija Patricia —agregó, moviendo a la jovencita hacia su lado—. Saluda, mi amor.
Patricia apenas emitió un saludo general, pero la mirada de acusación que dirigió a Melisande logró que Thea arquease una ceja. Era más que obvio que la jovencita estaba jugando su mejor papel de niña de casa, de hija adorada y bien portada. Sin embargo, si Darcy no hacía nada, ella se encargaría de derribarle el teatrito. No pensaba enfrentarse con una quinceañera, pero con su Millie nadie se metía, tuviera la edad que tuviera.
—Por favor —continuó invitando el mismo Teófilo.
Todos tomaron asiento en los sillones.
—¿Desean algo de tomar?
—No, no, en realidad —indicó Darcy con voz grave. Miró a sus chicas, quienes le asintieron—. En realidad, estamos aquí para hablar de una situación delicada.
La familia Pierson también se miró entre ellos.
—Y considero que lo mejor es abordarlo en la privacidad de tu hogar, tomando en cuenta la gravedad del asunto…
—Por supuesto, Darcy. La verdad es que nos ha sorprendido todo lo que pasó —Thea frunció el ceño y se miró unos segundos con Millie—. Hasta hace unos días, pensábamos que Melisande y Patricia eran buenas amigas. No ha sido una vez que mi hija y la tuya salen, se miran, comparten espacio, y por lo mismo ha sido un shock para nosotros saber que tu hija atacó a la mía.
—¡Un momento! —La fuerte voz de Thea acaparó la atención de todos—. Parece que hay un malentendido, señor.
El hombre arqueó una ceja.
—¿Usted piensa que estamos aquí porque Millie atacó a su hija?
La joven rubia apretó la mandíbula.
—¿Eso fue lo que ella le dijo?
—Thea… —llamó Darcy con delicadeza.
—No, no, no, no, no —ella negaba con la cabeza mientras hablaba—. Mire, señor, usted parece un buen padre; lo imagino trabajador y de esos que pasa mucho tiempo en su oficina. Pero su muchachita —señaló a Patricia— no es una santa paloma, y todo esto ya está empezando mal.
—¿Disculpe? —preguntó Teófilo—. ¿De qué está hablando, señorita? Y le pido que se dirija a mí con respeto y a mi familia.
#161 en Novela romántica
#76 en Chick lit
#57 en Otros
#30 en Humor
padre soltero millonario, chica curvy humor, amor familia humor
Editado: 17.01.2025