Yacían agitados en la cama, con los pechos moviéndose a gran velocidad, pero con tibias sonrisas dibujándose conforme buscaban ese contacto piel con piel. La entrega había sido intensa, de esa manera que a ella la desconectaba del mundo, y él disfrutaba al verla tan segura y confiada en sus brazos. Ese apartamento, que se estaba volviendo el favorito de Darcy después de su hogar, había sido testigo una vez más de la necesidad sin freno que la pareja compartía.
Tuvieron una cena encantadora, y aunque la comida mexicana los dejó llenos, conforme avanzaban hacia el edificio nuevo y lujoso, el deseo se tornó en corrientes eléctricas que, para cuando se estacionaron, ninguno pudo contener más. Se besaron con pasión en cada rincón que encontraron; las prendas se fueron quedando atrás desde la puerta, donde la arrinconada curvilínea encontró su primera liberación con esa lengua que la exploró como si fuera una isla virgen.
Cuando Thea se acomodó bien en el pecho de Darcy, este solo la rodeó por los hombros, dándole un delicado beso en la cabellera. Ese martes había sido relativamente normal: él fue a la oficina por unas reuniones pendientes, mientras Dorothea y los chicos hicieron los quehaceres sin una sola queja. Aunque se esperaba que Chase llegara con ella para pasar el día con Millie, terminó cambiando los planes para ayudar a su hermano Edison con la situación del módulo.
Aquella situación había causado un poco de pena y, sin duda, bajó la emoción de los Winter, pero ella sabía que la unidad de su familia no se vería menguada por ese nuevo giro en el camino.
—Si pudiéramos quedarnos aquí —susurró ella, delicada, besándole el pecho desnudo y tibio.
—Sería perfecto, aunque también sería perfecto que te vengas a vivir ya con nosotros. Amaneceríamos así todos los días.
Thea tragó saliva, pero se separó de ese pecho perfecto para verlo a los ojos. La mano de Darcy fue delicada, llevando un mechón tras la oreja, pero pronto tomó su boca con suavidad. Ese tipo de besos que la llevaban a casi estremecerse... Y es que Dorothea nunca había tenido algo así, nunca.
La conexión, la forma tan intensa de sentirse deseada, pero al mismo tiempo apreciada, hermosa, atendida incluso. La manera en que ese hombre construía espacios seguros para su corazón sensible, asegurándole que lo que tenían para él era especial, y cómo iba a luchar por ellos, dándole lucha así, sin siquiera saberlo, a esa nueva voz incómoda que en Thea había surgido.
—¿Quieres que me mude contigo como una niñera o como…?
—Como mi novia. —Darcy fue seguro, viéndose perdido en esos encantadores ojos castaños—. Ya los niños saben, y después de ellos no hay ningún comentario de ninguna persona del mundo que realmente me importe, porque lo que yo quiero es que mis hijos se sientan felices y seguros siempre. Y si eso lo logran con la mujer de la que me estoy enamorando...
Thea sonrió.
—¿Cómo puedo negarme a hacerlo más intensamente?
—Pero si lo hago no sería tan fácil disimular —dijo ella suspirando.
Darcy la observó con atención.
—Ha crecido en mí una… —tragó saliva antes de continuar, buscando explicarse bien—. Nunca me consideré una mujer insegura. De niña lo fui. En mi infancia y parte de mi adolescencia recibí mucha crítica del mundo externo: por cómo lucía, por cuánto pesaba o cómo me vestía —se encogió de hombros—. Fueron años difíciles y, sin duda, marcaron algo en mí, pero ese algo se afianzó en la idea de que nadie más que yo podía defenderme, ser mi aliada, mi amiga y guía. Mi familia me ama, y lo sé —Darcy asintió—, pero al final del día, siempre seré yo contra el mundo. Y si me trataba mal como los demás lo hacían, ¿cómo iba a seguir en ese mundo? —Suspiró con suavidad—. Y con esto que te digo no es porque me sienta mejor que aquellas víctimas de bullying que tomaron otro rumbo…
—Lo sé, mi amor.
—A lo que voy es que, en todo este tiempo, incluso después de eso, me he llenado de una seguridad inmensa para ser yo misma en este mundo que, sé bien, no disfruta de la individualidad. Señala lo que no encaja en patrones, cánones, estándares, o como quieran llamarlos —Darcy le rozaba la espalda desnuda con delicadeza—. Y no digo que todos los días me levante pensándome perfecta y hermosa. Tengo mis días de debilidad, donde incluso no quiero verme al espejo. Pero, Darcy, ha crecido en mí una inseguridad, y esa no la puedo ignorar.
—¿Qué tipo de inseguridad, mi amor? Dime, ¿cómo puedo aliviar eso?
La mano delicada de Thea pasó del pecho a la mejilla de ese hombre, quien cerró los ojos incluso antes de que ella le diera un delicado besito.
—Tengo miedo de que todo salga mal —respondió quedita, viéndolo a los ojos—. Que antes de los dos meses algo estalle a un nivel tan grande que ni mi energía, ni mi sensibilidad o esa luz que sé que tengo sean suficientes para arreglarlo.
Darcy frunció el ceño ante esas palabras.
—Por nada del mundo quiero que pierdas a tus hijos. No podría ni pensar en la idea de que tus pequeños se separen de ti y se vayan lejos. Sé que te mataría…
—Lo haría.
—Y por lo mismo… —Suspiró de forma suave, dejándolo confundido mientras se movía.
Darcy notó cómo ella se acomodaba en la cama, buscaba la manta con la que habían arreglado todo desde temprano, por petición de él, para cubrirse los senos desnudos, y recostándose en el respaldar le buscó la mirada. Sin dudarlo, él se acomodó de la misma manera, pero tomó una de sus manos, que besó delicadamente, invitándola a seguir.
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Editado: 17.01.2025