El desastre de Thea

57. Alteración

Escuchaba con atención a la alterada joven curvilínea que había llegado a su casa de mal humor y con un gesto crispado. Había tenido un mal dormir, pues, tras la reunión familiar que se dio luego de la visita de Forrest, su mente se llenó de malas ideas e inseguridades. Estas giraban en torno a la realidad de que su exnovio infiel, mentiroso y chismoso ya sabía la verdad, y temía que él utilizara esa información en su contra o que su voz desagradable llegara a oídos de las Rolland.

Su familia le había advertido que lo mejor era no prestarle atención a Forrest y mantener la calma, de modo que no le permitieran alterar su día a día ni usar lo que sabía en contra de la joven. Sin embargo, para ella lo más seguro sería poner a Forrest en las vías de un tren y dejarlo reflexionando ahí al menos unas horas.

Apenas llegó a la casa de los Jenkins, buscó refugio en ese pecho ancho de su novio, a quien abrazó con fuerza. Se quedó tanto tiempo así que él comenzó a preocuparse. Cuando la apartó y acunó su rostro entre las manos, notó su puchero, por lo que decidió llevarla a la oficina antes del desayuno. La panza de Thea rugía, pero su voz alterada y su mente revuelta le permitían aguantar solo con su aperitivo del alma: un café con leche y pan, aunque tampoco lo disfrutó demasiado.

—Debí darle un derechazo más duro —señaló, cerrando su mano en un puño—. Es un gran chismoso de mierda, llegando a mi casa para acusarme de algo que, según él, es un delito. Además, ¿qué le importa a él si salgo contigo o con quien sea? —preguntó. Darcy, ya preocupado en ese momento, solo suspiró—. Claramente esperaba que mis padres hicieran un escándalo o incluso me ordenaran no seguir aquí. Lo peor es que el idiota fue buscando precisamente eso, porque sabe que mis padres son personas rectas y comprometidas con hacer las cosas bien. Pero olvidó que, como familia, también somos muy unidos y nos tenemos tanta confianza que, por supuesto, ellos ya sabían todo —soltó, aún más alterada.

Cuando exhaló un suave suspiro, lo miró con atención.

—¿Estás enojado?

—Por supuesto.

Ella hizo un puchero, lo que llevó a Darcy a ponerse de pie. Se acercó a ella, se puso de cuclillas, le tomó una mano y la besó, dejando luego la otra en su mejilla.

—Pero no contigo. No puedo enojarme contigo. Me parece una falta de respeto grave la idea de que alguien pueda simplemente tomarme fotografías en la calle sin ningún problema, invadiendo mi privacidad de una manera tan aleatoria y causando tantos conflictos con ello.

Ella asintió, y para calmarse, le rozó la suave barba.

—Forrest ciertamente cruzó un límite que yo había establecido, y no pienso dejarlo pasar.

—Édison me protegió de su reacción —confesó con delicado tono. Darcy frunció el ceño—. Sé que me alteré ante lo que dijo; su presencia completa me puso mal, y me le lancé encima con mi guantecito —indicó—. Le pegué dos veces, por chismoso y por infiel. Cuando mi familia me puso de pie, él tuvo como la intención de… —Thea tragó saliva al recordar.

Darcy abrió los ojos, alarmado.

—¿Ese imbécil pensaba pegarte, acaso?

—En su mirada parecía ser eso lo que quería, pero Édison me defendió y le dio un derechazo. Si lo ves con algo morado, es del golpe que mi hermano le dio. Yo soy gorda, pero no pego fuerte.

Darcy le tomó ambas manos y las besó con delicadeza. Luego se inclinó hacia ella y la besó en los labios. Thea lo rodeó por la cintura y, poniéndose de pie, dejó caer su bolso al suelo. Pronto, esa exquisita danza de sus lenguas los llevó a afianzarse en los roces y ritmos. La curvilínea terminó sentada sobre el escritorio, mientras él acunaba su rostro entre las piernas de ella.

Thea gemía suavemente, pero Darcy comenzó a llenar de besos su rostro enrojecido por el enojo. La fue calmando de esa manera, deslizando sus labios por el cuello y el mentón, rozando la oreja antes de tomar nuevamente su boca con una pasión que erizaba la piel e invitaba a sucumbir en ese momento y lugar. Sin embargo, ambos sabían que podían esperar. Debían hacerlo, pues los niños los aguardaban para desayunar.

La joven, con los ojos cerrados, suspiró más tranquila y esbozó una sonrisa cuando Darcy le dejó un beso en la frente.

—No quiero a Forrest cerca de mi vida, ni mucho menos de mi familia —indicó en ese estado de calma. Al abrir los ojos, se encontró con la mirada dorada y dilatada de Darcy—. Y no solo hablo de los Winter, hablo de ustedes, de mis niños. No quiero exponerlos a un hombre que claramente puede ser… —Negó con la cabeza—. No entiendo su decisión de ir a mi casa y hablar de algo que no le incumbe, cuando él fue quien me fue infiel.

—Esperaba una reacción de tu familia —Darcy fue contundente, y ella asintió—. Pero olvidó que la base de tu crianza y de los Winter es la comunicación y la confianza. Yo me haré cargo de él —Thea lo miró con intensidad—. Ya es momento de que lo haga. Le he dejado correr demasiado y, tras aquel episodio que vivió contigo, le hice advertencias que claramente no siguió.

Dorothea le rozaba el pecho de forma suave, llevando su caricia hasta la nuca de Darcy. Ese gesto lograba calmarlo, pero también lo doblegaba.

—No te diré que no lo despidas ni que no tomes cartas en el asunto, porque sí quiero que lo hagas —él asintió—. Solo te pido que sea algo que le impida a este hombre volver a mi vida, y especialmente a la de mis niños, a mi familia, a ti. —Darcy no pudo evitar esbozar una delicada sonrisa—. Me preocupa que él lo sepa, Darcy.




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