La jovencita dibujó una sonrisa para su tía cuando esta la invitó, apenas cuarenta minutos después de haber llegado al centro comercial y sin comprar nada, a una cafetería. Céline la observó con atención mientras Melisande pedía un café frío con sabor a vainilla. Por su parte, Céline ordenó apenas un té tibio y, aunque tuvo mucho que decir respecto al pedido de la chiquilla de un postre llamado éclair, terminó aceptando lo mismo.
No es que llevara mucho dinero. Los dos mil dólares que el administrador de la plaza le había entregado ya estaban disminuyendo con la renta del deportivo que conducía. Y, como Darcy aún no le había mencionado nada sobre un apartamento o ayuda para su estadía, había tenido que reservar esa semana en un hotel no tan lujoso.
Desde la última llamada que tuvo con Noa no sabía nada de ella, lo cual en realidad no le importaba. Sin embargo, le molestaba que Melani no le respondiera las llamadas ni los mensajes. Céline había intentado contactar con ella incluso cuando iba a la casa, pero la enfermera parecía negarse a hablarle. Necesitaba, sin duda, un informante dentro de la casa, ya que ella no podría estar siempre presente.
—Cómo me encanta ver tus manos —dijo Céline mientras tomaba las dos manos de la jovencita sobre la mesa—. Me recuerdan tanto a las de tu madre.
Melisande sonrió con debilidad, observando sus manos.
—Qué hermosas joyas estás luciendo, mi amor. ¿Tu papá te las ha comprado?
—Casi todas. Aunque esta pulsera y esta otra son de mamá —respondió, mostrando dos pulseras variadas. Céline reconoció que una era una Van Cleef de oro puro, valorada en miles de dólares, y la otra una Swarovski, tampoco barata—. Y esta me la dio Chase, el día que llegó —añadió, mostrando otra pulsera—. Me gustan mucho sus dijes.
—Se ven muy lindos, aunque no parece de oro.
Melisande la miró a los ojos.
—No me importa, en realidad, si es o no de oro. Él la escogió para mí, y eso la hace especial.
—Claro, claro, mi amor. No me refería a que fuera menos especial por no ser de oro, sino a que cabe la posibilidad de que te cause alergia o se torne verde —dijo Céline con tono afectado. La jovencita frunció el ceño—. Tu piel es muy delicada. Recuerdo que cuando tenías como un año, una de tus niñeras te regaló una cadena que tu mamá, siempre tan amable, te puso por una semana, y la misma se oscureció y te provocó ronchas —añadió con una sonrisa nostálgica—. Es claro que eres una princesa de alcurnia y solo te llevas bien con el oro y las piedras preciosas.
—Bueno, llevo un día usándola y no me ha dado nada —respondió Melisande—. Espero que no se ponga oscura tampoco, porque me gusta mucho. —La jovencita dejó entrever algo de añoranza en su mirada—. Saber que él la buscó y la escogió para mí es lo que la hace especial —dijo, mirando a su tía directamente—. Además, Thea también me ha dado este —mostró un collar—, y ya llevo varias semanas usándolo y no se ha puesto malo. Ni este —añadió, señalando el broche de abeja que adornaba su camisa de botones.
—¿Esos te los dio ella?
—Sí. Ella escogió cosas especiales para todos como a la semana de haber empezado. Y como me llama Queen Bee —sonrió para sí misma—, me dio este lindo broche de abeja. Su familia tiene una tienda de antigüedades; ahora venden en línea, pero tienen cosas muy lindas. Una vez pasamos por una feria que tenían y compramos algunas cosas. Incluso creo que a la abuela le podrían gustar algunos adornos.
La risa de Céline no se hizo esperar. Se acomodó en la silla, tomando la mano de la jovencita sobre la mesa.
—Sabes bien que tu abuela Isidora tiene un estilo muy refinado. Ella compra en tiendas de marcas reconocidas, mi amor. No vas a verla nunca en una tienda de segunda mano —Melisande suspiró—. Pero admito que ese broche está muy lindo. ¿Me lo dejas ver?
Melisande la miró directamente. Tras un suspiro, asintió y se quitó el broche. Cuando Céline lo tuvo en la mano, lo analizó con atención. Si no supiera el origen ni quién lo había conseguido, habría jurado que se trataba de una exquisita creación de una reconocida marca italiana que confeccionaba broches y pendientes para la realeza inglesa, con algunos valorados en hasta cien mil euros.
Examinó con agudeza el interior del broche, pero al final se convenció de que era una baratija. Bonita y bien hecha, pero baratija al fin. Le devolvió el broche a su sobrina, quien decidió guardarlo en su bolso, suspirando de alivio justo cuando llegó el mesero con lo que habían pedido. Céline no pasó por alto la mirada de la jovencita hacia el delicioso postre, pero Melisande, recordando las palabras de alguien en quien confiaba y a quien amaba, no dudó en hundir la cuchara con gusto y comenzar a comer.
—¿Quieres probar? —ofreció Melisande.
—No, mi amor, no te preocupes —respondió Céline con una ligera sonrisa—. ¿Dejaste la dieta, verdad?
Melisande tomó otro bocado y se encogió de hombros.
—Era tan admirable la manera en que te cuidabas. Ahora luces linda, claramente eres una adolescente preciosa, pero recuerda que nosotras, las chicas, siempre debemos cuidarnos. El amor propio nace de ahí. Mantenernos delgadas, activas, en forma, no solo nos asegura éxito en la salud, sino también con los muchachos... —añadió, moviendo el hombro de la jovencita con un gesto juguetón—. Imagino que hay algún muchacho de tu clase o del club social que te guste.
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Editado: 14.01.2025