El desastre de Thea

60. Joya

Cuando llegó a su casa, soltó un profundo suspiro. El día no había sido exactamente largo, pero la tarde sí resultó tensa con aquella mujer que permaneció con ellos prácticamente hasta su hora de salida. Afortunadamente, no la vio salir de la oficina de Darcy, aunque su aguda mirada la siguió durante todo el almuerzo, que, como siempre, Dorothea compartió con la familia. Sin embargo, en ese momento no se sintió tan cómoda como solía hacerlo.

Aunque Céline se disculpó de manera efusiva con los niños por la falta de obsequios, argumentando que no había encontrado nada digno para ellos, los pequeños parecían poco interesados en recibir regalos de su tía. La conversación se centró en un emocionado Benny, quien le contó a su padre sobre los progresos que había hecho en la piscina, sintiéndose más seguro gracias a la ayuda de Thea y entusiasmado por comenzar sus lecciones de natación.

Darcy prometió conseguir el mejor profesor para que iniciara cuanto antes. Las niñas, incluida Melisande, se unieron a la conversación. Esta última, aunque algo decepcionada por haberse perdido la mañana activa y de chapuzón, comentó que había pasado un buen rato con su tía. También le mostró a Dorothea los dos vestidos que se había comprado y le aseguró que en ningún momento Céline insinuó nada sobre una relación entre ella y su padre, manteniendo así protegido el secreto de la familia Tulipán.

Cuando llegó a casa, Dorothea dejó caer su cuerpo en el sofá con una expresión derrotada. Georgina, quien había pausado la serie que estaba viendo, se acomodó para que su hija se recostara sobre sus piernas.

—¿Día difícil? —le preguntó.

—Necesito adelantar el tiempo, mamá —respondió Dorothea con un suspiro—, para no sentir que estoy usurpando el lugar de nadie. Tampoco quiero pensar que, por amar a un hombre del que me enamoré, pueda condenarlo a vivir una de las peores experiencias para un padre.

Georgina frunció el ceño, confundida ante esas palabras, pero Dorothea solo suspiró.

—¿Estás sola?

—Sí. Tu papá vino temprano y se llevó a los chicos a buscar tacos.

—¡Ay, qué rico! Ojalá me traigan como una docena con todo —Georgina se echó a reír, pero pronto Dorothea suspiró, mirando al techo.

La madre le quitó la diadema, la invitó a quitarse los zapatos y a acomodarse mejor en el sofá para hablar. Hacía mucho que no tenían un espacio de confianza como ese, ya que, desde que dejaron de trabajar juntas, no hablaban con la misma frecuencia.

—¿Volvió a aparecer esa muchacha, la tía de los niños?

—La gran Céline Rolland —respondió Dorothea con un suspiro—. Sí, sí lo hizo. Hay algo en ella, mamá… una vibra que simplemente no puedo soportar. No me pasa, y lo he intentado, te juro que lo he intentado. Constantemente me digo: "Thea, es su tía, ella también ha sufrido, perdió a su hermana mayor". Pero hay algo… —arrugó el rostro—. Siento que no está aquí por sus sobrinos, sino por el padre de los mismos. Su cuñado, o excuñado, no sé ni cómo llamarlo. Pero algo dentro de mí me dice que esa mujer vino buscando un premio, y ese premio es Darcy Jenkins.

—¿Crees que ella quiere una relación amorosa con él? —preguntó Georgina, horrorizada.

—No lo creo, lo sé —respondió Dorothea, acomodándose en el sofá y sentándose en posición de loto para mirar a su madre—. Darcy, en nuestra última cita, me confirmó que, en el tiempo que ella estuvo aquí después de la muerte de su esposa, o sea, la hermana de ella, las cosas se confundieron una noche que él estaba tomado. Ella lo besó, él la rechazó, y días después la encontró en su cama, en lencería.

Georgina se cubrió la boca, abriendo los ojos con sorpresa.

—Y lo peor —continuó Dorothea— es que Benny los vio. Bueno, los escuchó discutir. Y aunque es un niño, tiene esta idea de que su tía Céline quiso hacer cosas de adultos con su padre.

—¡Qué barbaridad! —exclamó Georgina, indignada—. Qué comportamiento tan aberrante. Su hermana acababa de morir y, ¿ella quiso meterse con su cuñado?

—Heaven llevaba apenas dos meses muerta —explicó Dorothea antes de negar con la cabeza—. Y, si bien supuestamente se fue porque se sentía mal y quería ordenar sus sentimientos, puedo notar que nada de eso ha cambiado. Por el contrario, parece empeñada en llamar su atención. Cómo lo llama querido, cómo lo toca, cómo lo busca… Parece demasiado interesada en ser el centro de atención. ¡Y odio, odio, odio con todo mi corazón sus comentarios pasivo-agresivos sobre la comida, la gordura y la educación de los niños!

Dorothea suspiró con fuerza, tomó un cojín y comenzó a acariciar su diseño de rosas.

—Sé que no son mis hijos. Sé que nunca ocuparé el lugar de su madre, y no quiero hacerlo. No quiero que la olviden. Quiero que la recuerden con amor, con mucho cariño y respeto —Georgina le tomó la mano, sonriéndole con dulzura—. Pero últimamente, mamá, sobre todo desde la llegada de esa mujer, he sentido… —suspiró—. Mamá, ha nacido en mí una inseguridad, la sensación de que quizás no soy la mejor figura materna para estos niños.

Georgina la escuchó con atención mientras Dorothea continuaba.

—Y sí, puedo defenderme diciendo que he apoyado en el cuidado de los chicos, que amo a Saint, que amo a esos niños… por Dios, cuánto los amo. Pero…

Cuando su voz se quebró, Georgina se acomodó frente a su hija, acariciándole la mejilla con ternura.




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