El desastre de Thea

68. Hámsters

Las carcajadas infantiles recorrían la casa de manera armoniosa. Los niños se habían hecho de sus propios espacios ante la enorme pantalla que mostraba la segunda película de la noche. Aunque ya pasaba un poco de las diez, las energías seguían activas, avivando esa llama única que el compartir agradable tenía.

Tras una cena especial, Édison y sus padres se fueron con el chofer de Darcy. Se llevaron como precaución las joyas, y aunque Benny quiso devolver su reloj, no le permitieron. Incluso dejaron que Melisande escogiera otro broche, pero la jovencita se aferró a la esperanza de recuperar el de la abejita. Si lo lograba, devolvería el de mariposa que había elegido por cualquier cosa. Al día siguiente tenían la cita con los joyeros y esperaban partir desde allí hacia la evaluación de todas las joyas.

Lilo & Stitch mantenían a todos emocionados. A veces bailaban de hombros con las canciones de Elvis Presley, y Charlotte mostró su talento como bailarina cuando recordó que en su escuela había participado con la canción hawaiana con la que abrían la película. La amistad ya era clara y segura entre los Jenkins y los Winter. Los adolescentes tenían su espacio en un sillón, mientras Meyris y Benny, quien había sido un caballero atento y dulce con su nueva amiga, se ubicaron en la alfombra donde Dorothea había visto casi todas las películas.

Claro que a veces ella se recostaba en las piernas de su novio, quien dulcemente le tomaba del mentón, dándole uno que otro besito. Los dos habían visto con gozo a los niños disfrutar, compartir, incluyendo a esa Aurora que ya se limpiaba el rostro, estirada por completo entre cojines con un biberón que ella misma sostenía, aunque Thea estaba pendiente de ella.

Cuando la curvilínea volteó hacia donde Darcy estaba, le rozó la mejilla, besó su cabellera y solo pudo lamerse los labios al ver cómo ella se acomodaba en cuatro para tomar a Aurora. La niña, medio dormida, se acomodó cómodamente en el pecho de Thea, quien terminó de darle el biberón hasta la última gota, pero la retuvo allí, admirando su rostro de bebé amada, querida y sana.

Posó sus ojos en todos los Jenkins, en sus sonrisas, en sus miradas brillantes y en la manera en que de pronto se soltaban en una carcajada. Atrás habían quedado los días de silencio, de sentirse como prisioneros, de mala comunicación o encierro. Los notaba sanos, los sabía felices y podía estar segura de que también se sentían protegidos, no solo por ella, sino también por ese hombre que daría la vida por ellos, que solo había buscado lo mejor, lo más nuevo, lo más seguro para el bienestar de ellos.

Quería pensar que eso sería suficiente, para quien fuera. En su corazón, rogaba porque esa abuela fuera más consciente y se aferrara más al amor que les debía tener a sus nietos que a cualquier avaricia o necesidad de poder que pudiera haber nacido en su corazón. Aun temía, no lo iba a negar, temía la idea de que llegaran con patrullas y policías a retenerla, así como temía que la señalaran como la peor de las influencias para los niños Jenkins.

Su sonrisa se dibujó cuando el fuerte cuerpo de Darcy, al verla algo pensativa, se acomodó a sus espaldas. Con delicadeza, la tomó de los brazos para recostarla en su pecho.

—¿Estás bien, mi amor?

—Sí, sí estoy bien —suspiró con suavidad—. Creo que hay que ir a acostar a esta princesita.

—Sí, creo lo mismo —Dorothea se acomodó mejor en su pectoral y le buscó la mirada—. Este día se acabó como lo habíamos planeado, con los niños felices, compartiendo y viviendo estas pijamadas que les hacen bien.

Ella asintió.

—Ya mañana hay mucho que hacer, pero no nos detendremos, no vamos a frenar por nadie, ni por nada, mucho menos por miedo.

Dorothea cerró los ojos ante esa mano fuerte que se acomodó en su mejilla.

—¿Ella no te ha llamado o escrito?

—No, y no creo que lo haga. Hace unos días indicó que vendría para este fin de semana, pero tampoco estoy segura de que suceda —Dorothea suspiró—. Mañana tengo una reunión con los abogados, valoraremos las acciones y será mi primera y única oferta. Un solo cheque y las dos fuera de mi vida.

Dorothea escuchó con atención.

—Le dejaré muy claro a Isidora que no hay espacio para la negociación y que, si acaso quiere evitar que su hija vaya a prisión, que mejor tome el dinero y vuelva a Francia.

Darcy, con delicadeza, le rozó la mejilla, pero también besó sus labios.

—Últimamente he pensado que quizás se aprovecharon, no sé si las dos, o solo Isidora o su esposo, pero la realidad es que cuando esa cláusula que ahora siento me persigue surgió, mi cabeza o la de la misma Heaven no estaban en el mejor lugar, y puede que ellos…

—Yo creo que no—la delicada voz de Dorothea lo llevó a sonreír—creo que ellos estaban mal, eran padres sabiendo que perderían a su hija en algún momento. Pienso que quizás sus corazones se vieron desesperados y te visualizaron sin Heaven. En ese momento te sugirieron lo que era mejor para ellos, quiero pensar que lo hicieron de buen corazón, como abuelos preocupados por sus nietos.

Darcy, con delicadeza, le rozó la punta de la nariz con la suya, fascinado por la bondad de Dorothea.

—Es ahora donde las cosas se han complicado y, si analizo a profundidad el actuar de Céline, siento que es por dinero, que quizás ya no tienen los mismos ingresos, y eso, para alguien que ha nacido y vivido en cuna de oro, debe sentirse como una declaración de muerte.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.