Todos yacían reunidos alrededor de ese agitado Darcy, que de rodillas le daba reanimación cardiopulmonar y boca a boca a su hijo. La desesperación del padre ante la inconsciencia del niño era clara; las hermanas lloraban, con Charlotte refugiada en Melisande, quien ahora yacía cubierta por las toallas que el personal había buscado para ambos jovencitos que sacaron al menor de la piscina.
Una ambulancia había sido pedida, pero nadie parecía poder moverse de su lugar. Dorothea estaba al otro lado de Darcy, quien la buscaba con la mirada, pero ella solo intentaba llamar al chiquillo, tocándole el rostro de manera delicada, llorando desconsoladamente mientras su padre hacía lo imposible por reanimarlo, por traerlo a la vida.
La respiración fue agitada, un solo jadeo, como el que el mismo niño tomó cuando al fin algo de oxígeno llegó a sus pulmones. Dorothea y el mismo Darcy lo acomodaron para que expulsara el agua que había tragado, pero la consciencia duró muy poco, con esa mano elevada hacia Dorothea, quien solo le negó.
—Mamá —susurró Benson antes de caer desmayado.
—Hay que llevarlo al hospital, Darcy, por favor...
Sin dudarlo, tomó a su hijo en brazos y buscó la salida. Para ese momento, la presencia de las invitadas era lo de menos, aunque ambos ya lo habían notado. La camioneta lujosa ya yacía estacionada afuera, y todos los empleados y niños fueron tras él, pero cuando Darcy se dio cuenta de que estaba en bata, no dudó en acomodar a su hijo en el asiento trasero y regresar al interior.
Se cambió en un minuto, buscando la salida para ir con su hijo y el chofer.
—Papá —lo llamó Millie, agitada.
—Mi amor, llevaré a Benson al hospital. Por favor, cámbiense y váyanse en el otro automóvil con Bernardo, que sabe conducir. Por favor, hija.
Ella solo asintió, pero terminó junto a Charlotte, refugiándose en el pecho de Dorothea, que ya tenía el camisón pegado a su cuerpo por la humedad del jovencito. Aunque el dolor en ella era profundo, no dejaba de entender que le tocaba cuidar de los demás niños. Tras limpiarse las lágrimas, se acomodó en cuclillas y las atrajo a su cuerpo, viéndolas a los ojos.
—Vayan a cambiarse, por favor, todos —miró a sus hermanos—. Tenemos que ir con Benny. Vayan, no se bañen, solo pónganse ropa seca y cómoda, que creo que estaremos un buen tiempo en el hospital.
Las dos niñas la abrazaron de nuevo y, tomadas de la mano, buscaron el interior de la casa, con los hermanos de Dorothea tras ellas. La joven solo suspiró, notando la mirada intensa e inquisidora de la mujer madura, que, aun cuando no conocía, podía estar más que segura de quién se trataba. Notó cómo la mirada de Céline se deslizó por su cuerpo, apenas luciendo decente, por lo que se cruzó de brazos ante ella, buscando el interior de la casa.
Cuando Céline la tomó del brazo, no dudó en zafarse del agarre. La miró con agudeza y le negó.
—Dudo mucho que quieras hacer una escena o empezar una discusión luego de lo que ha pasado —le soltó Dorothea de frente—. A las dos.
Isidora no dudó en arquear la ceja.
—Quiero pensar, deseo realmente creer que ahora mismo están aquí más preocupadas por Benny que por la idea de hacer acusaciones y defensas... —la miró a los ojos directamente a Isidora—. Y si no es así, les pediré de la manera más amable que puedo que se vayan, las dos.
Sin decir nada más, buscó las escaleras, pero se quedó a la mitad, dándole las órdenes a Bernardo de que preparara y sacara una de las camionetas para que alcancen todo. En ese momento, ese breve instante dejó muy claro que el papel de Dorothea en ese lugar no era el de cualquier ligue o la amante del momento, sino el de la señora. Ya no era siquiera la niñera la que hablaba y daba órdenes, sino la madrastra, la nueva figura de poder y maternidad en esa familia.
La vieron avanzar con rapidez cuando la joven escuchó el llanto ahogado de la niña. Dorothea, al pasar por la habitación, notó a Aurora luchando con las mantas que le cubrían el cuerpo y la cabeza. Cuando las retiró, el llanto fue más agudo, profundo y lastimero, dejando entrever lo mucho que la chiquilla había luchado con la manta. La tomó en brazos al ver su cabecita morada de la sofocación y, sin dudarlo, la empezó a balancear ahí mismo, intentando calmarla.
Pronto apareció la preocupada Melisande, pero tras ella, la abuela y tía de la menor.
—¿Qué le has hecho a mi nieta? —preguntó alterada Isidora.
—Nada, nada. Al parecer, jaló la manta que tenía en la cuna y se cayó sobre el rostro —Thea intentaba calmar a la bebé—. Ya, mi amor, ya. Ya, mi niña, por favor denme lugar, la sacaré a que tome aire.
—¡Estás loca si dejaré que toques más a mis nietos! —Isidora, de manera casi violenta, le arrebató a la bebé de los brazos, logrando el nuevo llanto agudo de Aurora.
—¡Abuela, no lo hagas así! —defendió Millie, recibiendo una mirada de acusación por parte de su abuela y su tía.
—Melisande, hija, no te metas —Céline agregó—. Esto es una cosa de adultos y claramente tu niñera no ha hecho bien su trabajo en las últimas horas...
—Tía, creo que eres la última que puede dar una opinión en este lugar —Céline abrió los ojos, sorprendida—. Después de todo, si no le has dicho a la abuela, fuiste corrida de esta casa el día de ayer porque te robaste... porque eso fue lo que hiciste: unas cosas que eran nuestras, de Benny y mías.
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Editado: 14.01.2025