Dibujó una sonrisa suave para su hija adolescente, quien le acomodó con cuidado el broche en las hebras, elevando cuanto podía el tulipán bonito que sobresalía entre ellas. Sentado en la sala de espera, el corazón le latía tan agitado que estaba seguro de que alguien más podía escucharlo. Intentó calmarse expulsando un pesado suspiro mientras observaba a sus hijos arreglándose entre ellos para presentarse ante ella.
Habían pasado cinco días. Al llegar el quinto, la incertidumbre sobre el estado de Dorothea había alcanzado su punto máximo. Sin embargo, los médicos aliviaron sus dudas, indicando que al siguiente día esperaban sacarla del coma inducido. El proceso había comenzado hacía horas, y aunque nadie había salido para darles autorización de pasar, sus hijos, la familia Winter y él estaban listos para reencontrarse con ella.
Tenía miedo. No lo decía para no arruinar la emoción que todos cargaban, pero sentía un miedo profundo. Había dormido mal, pese a haberlo hecho al fin en su casa. No solo había sentido la cama enorme, sino que también había odiado que las sábanas hubieran sido cambiadas y que el rastro del aroma dulce de su desastre hubiera desaparecido. Pasó muchas horas pensando en cómo sería ese primer encuentro, en lo que sucedería cuando sus miradas se cruzaran, en lo que iba a decir, o si simplemente lo mejor sería caer de rodillas y rogar, arrastrarse ante ella para obtener su perdón.
Sabía bien que en el momento crucial sus emociones, ya alteradas, habían manejado la situación con lo que parecía la mejor opción: herir a Dorothea con tal de salvarla de un destino que ni ella ni su familia merecían. Pero, cuando su mente se enfrió, la realidad cayó sobre él, cuestionándose si había utilizado la mejor estrategia. Comprendía y aceptaba que, en ese instante, había luchado por lo que más quería: sus hijos y ella. Que incluso, al cumplir lo que ella tantas veces le había pedido, esperaba que todo terminara con ella dándole una bofetada o una patada, pero yéndose, como había imaginado. No con ella en una camilla y con un diagnóstico incierto.
Aunque sabía que el tiempo no podía retroceder y sus acciones no podían cambiarse, mucho había sucedido desde aquel trágico sábado en el que las vidas de sus dos hijos y de su novia estuvieron en grave peligro. En ese momento, el mayor deseo de Darcy era adelantar el reloj lo más posible, para llegar al instante en el que los hermosos ojos de esa mujer, a la que amaba, a la que no quería perder, y con quien deseaba construir una vida, volvieran a mirarlo con ese amor profundo y único que siempre le había ofrecido.
Cuando sus hijos se acomodaron frente a él, les dedicó una sonrisa débil. Las tres niñas lucían hermosos vestidos rosados que reflejaban sus estilos. Benny había optado por un elegante traje, dejando de lado su corbatín para usar una corbata y un chaleco. Darcy también vestía de manera similar, guiado por el ojo experto de Melisande, quien parecía la más emocionada de todos. Aunque claramente, la ansiedad y la felicidad por saber que Dorothea regresaría eran sentimientos compartidos por todos los presentes.
Notó los tulipanes sobre las cabelleras de sus hijos, cada uno con colores vivos y brillantes, cargados de esa energía que Dorothea había traído de vuelta a sus vidas. En ese momento, sus pequeños tulipanes no eran los broches que llevaban en sus hebras, sino ellos mismos: la familia que se había nutrido y resurgido con raíces más fuertes y seguras, gracias a una mujer que llegó a cambiarles la vida con sus colores, estampados y energía.
Sin dudarlo, se puso de pie, tomó a Aurora en sus brazos y pronto todos sus hijos lo abrazaron, uniéndose en ese instante para aliviar la grieta que aún cargaba, esa que ella había dejado en su ausencia.
—Ya casi vuelve —murmuró Millie.
—Sí, mi amor, ya casi lo hace —respondió él.
Millie asintió, limpiándose las lágrimas con suavidad para no arruinar su delicado maquillaje.
Los Winter, preparados, ansiosos y llenos de felicidad ante la noticia recibida, miraron a los Jenkins reunidos, listos para recibir a esa joven que todos amaban: su Dorothea. Ese desastre precioso que había llegado a su rota y fría familia para llenarla de calor, emociones y amor que creían perdidos. Georgina miró a su esposo, quien, con delicadeza, le acarició la mejilla y le dio un beso en la cabeza.
Ellos también llevaban prendas elegantes, preparados para darle una bienvenida colorida a ese sol llamado Dorothea. Chase, cada vez que miraba a Millie, le regalaba una dulce sonrisa. Meyris y Benny se saludaban desde la distancia, y Édison tuvo que retener a su hijo, quien quería ir a jugar con Charlotte y con la pequeña Emily, que estaba junto a su madre. Los tres chiquillos se habían llevado de maravilla durante los días que habían compartido, tanto que Charlotte ya intentaba convencer a su padre de construir una habitación especial para ellos en su casa.
Todos esos corazones dieron un brinco cuando la puerta de la habitación donde Dorothea había sido llevada se abrió. El médico elegante salió ante ellos, observando a Darcy, que sostenía a su bebé en brazos, a Aurelio de pie junto a Georgina, y a todos esos niños reunidos, ansiosos por una respuesta.
—Se encuentra estable —dijo, provocando un jadeo de alivio generalizado.
Georgina no pudo contener sus lágrimas.
—La presión intracraneal disminuyó por completo y, con la medicina aplicada, más el tiempo cumplido, logramos filtrar la hemorragia que nos causaba ciertas dudas. Afortunadamente, después de la tomografía y los exámenes, no encontramos tejido ni coágulos que requieran cirugía. Ahora mismo empieza un periodo de rehabilitación. Claramente, no puedo darle de alta hoy, pero, en términos generales, la señorita Dorothea está bien.
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Editado: 14.01.2025