Las manos delicadas y algo pequeñas de la adolescente se movieron con comodidad mientras peinaban sus hebras. Su pequeña le dejó, al menos por ese momento, la diadema de flores pequeñas que su padre le había dado para ese día, mientras su madre preparaba en el baño los artículos necesarios para que pudiera parecer un poco más como ella misma. En la habitación solo estaban Georgina y Millie, cuidándola de maneras que llenaban el corazón de esa Dorothea que había despertado rodeada de médicos y enfermeras, pero que pronto se encontró envuelta en esa energía pura que todos le entregaban.
Sonrió a Millie cuando esta se separó, dejando que Georgina, con un cepillo, una botella de agua y un cuenco de plástico, le facilitara el espacio para cepillarse los dientes. Era incómodo hacerlo con la mano izquierda, pero la joven lo logró, sintiéndose muchísimo más limpia de esa manera. También aprovechó el enjuague bucal para potenciar esa sensación de frescura.
Su madre le limpió el rostro con toallitas húmedas; por el momento, no iban a poder hacer más hasta el día siguiente, pero hicieron lo mejor que pudieron con lo que tenían a mano. Dorothea se acomodó la bata, aunque esta sí se la cambiaron cuando decidió que era momento de hablar y escuchar lo que realmente había pasado por la mente del hombre que deseaba la arrullara en sus brazos, pero en quien también necesitaba volver a confiar.
—¿Tienes brillito? —le preguntó a Millie, quien sonrió.
—Sí, sí tengo.
La jovencita buscó en su bolso y sacó dos brillos labiales, dejando que Thea escogiera uno. Con delicadeza, ella misma se lo aplicó, sonriendo al verla más luminosa.
—Listo, mamá —dijo Millie, con el corazón emocionado, igual que el de Dorothea, quien pronto la abrazó de nuevo—. Te amo —le expresó dulcemente.
—Yo también te amo, mi niña preciosa —respondió mientras le rozaba el cabello. Georgina solo sonrió—. Mi valiente Queen Bee, qué inmensa te me has hecho en unos días, pero sigues siendo mi niña, ¿okay?
Millie asintió, y Dorothea continuó:
—Ahora ve con tus hermanos y llama a tu padre. Dile que podemos hablar ahora y que luego me traiga mi pollito frito.
La sonrisa de Millie fue inmediata. Le dejó un beso en la mejilla y salió de la habitación para cumplir las indicaciones de Dorothea, quien buscó la mirada de su madre. Georgina se acercó a ella, le acunó el rostro y la miró con esa añoranza de madre que comprendía que la vida seguía avanzando. Aquella que ayer había sido una bolita de vida completamente dependiente de ella, hoy estaba construyendo su propio hogar, uno que ya estaba cargado de vidas nobles e inocentes. Sin embargo, sabía bien que solo Dorothea habría podido con tal realidad.
—¿Me veo como si me hubieran atropellado hace seis días y hubiera estado en coma desde entonces?
Georgina, con una amplia sonrisa, negó.
—No, te ves como si estuvieras recuperándote de un atropello de hace seis días, y que por lo mismo estuviste en coma, pero no has perdido ni tu luz, ni tu energía, ni esa belleza que te hace única, mi niña.
Thea se quedó sosteniendo las manos de su madre entre las suyas. Georgina continuó:
—Cuánta inspiración has causado, Dorothea. La abuela siempre tuvo razón contigo: vas a cambiar el mundo, y lo hiciste —Thea solo hizo un puchero—. No solo el de nuestra familia, que sin duda no es lo mismo sin ti y en estos horribles días lo hemos experimentado. También cambiaste el mundo de tu otra familia, los Jenkins, esa que sé bien que has escogido, y donde ya sabes que perteneces.
—¿Y si lo nuestro no vuelve a ser igual? —preguntó Dorothea con incertidumbre.
Georgina suspiró, ambas voltearon cuando tocaron la puerta. La madre le levantó el mentón con suavidad y respondió:
—No lo será, porque cada relación tiene etapas que se van volviendo cimientos, y esos cimientos deben encajar para que ni el tiempo, ni las discusiones o diferencias tambaleen lo construido, o peor aún, provoquen grietas que terminen por hacer que todo se derrumbe —Georgina fue suave, pero firme—. No será igual, hija, pero creo que puede ser mejor. Creo que esa voz en tu cabeza, esa que se alimentó por días de una presencia maligna, dejará de hacer eco. Tu seguridad sobre dónde quieres estar será más clara, y tu futuro se verá más seguro para ti, permitiéndote entender qué deseas de la vida: como Dorothea, como mujer, y quizá, incluso, como futura madre.
Thea suspiró, y Georgina prosiguió con dulzura:
—Escucha como te hemos enseñado, con el corazón y la mente abierta, porque la comunicación no es solo soltar palabras; es aprender a entender. Nosotros no castigamos a quienes amamos para que se queden a nuestro lado, porque el amor no tiene espacio para el castigo, el maltrato, la humillación o el dolor, no si es amor de verdad.
Georgina le besó la mejilla con delicadeza y volvió a mirarla a los ojos.
—Y sé que amas a ese hombre, pero, sobre todo, como madre, sé que ese hombre también te ama a ti.
—Okay, mamá. Voy a escucharlo con mi corazón y mi mente abierta —dijo Thea con una ligera sonrisa.
Georgina sonrió también, pero pronto la curvilínea añadió con humor:
—Ojalá allá abajo no se abra más porque ahí sí no tendré escapatoria…
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Editado: 14.01.2025