Le arrugó el rostro a su madre, quien le llevó la nueva cucharada de avena, que para nada sabía rica porque no tenía azúcar, a su boca. La curvilínea ya se sentía muchísimo más cómoda sin la estructura en su pierna, que le retiraron el día anterior, y aunque se esperaba que ese día le dieran de alta, el doctor aún no lo había autorizado. Ya para ese momento, Dorothea solo quería dos cosas: salir de ahí y comer pollito frito, al menos unas diez piezas, por la dieta.
Suspiró, haciendo un piquito, a esa fresa que su madre le pasó en el tenedor y terminó tomando con sus dedos para comerla a pequeños bocados. En la sala, Édison, quien estaba de turno cuidándola, solo terminó negando y riéndose de ver a su hermana no solo siendo alimentada como a una enorme bebé, sino también haciendo pucheros y renegando bajito por el tipo de comida.
Pendiente de la película que su hermano mayor miraba, la joven solo abrió la boquita como un pajarito bebé, pero el bocado ya no llegó.
—Ya no hay, mi amor.
—Ay, mamá, pero eso apenas me llenó la muela —indicó Dorothea—. Mírame, ya bajé como cincuenta libras de belleza —se jalaba la bata que no solo estaba grande, sino también suelta, por lo que claramente había más holgura.
—Si estás pensando en comerte dos pollos fritos enteros al salir, ya pronto las recuperarás.
—Mamá, pégale a tu hijo, dile que no me moleste, que estoy enfermita.
Édison nuevamente se puso a reír, recibiendo esa sacada de lengua que Dorothea le dio. Tras dejar la mesita con la bandeja sucia de lado, Georgina empezó a arreglar las almohadas, las mantas y todo eso que le llevaron de casa. La habitación seguía decorada con flores, aunque ya algunas empezaban a perder sus vibrantes colores.
El cuarto día desde que despertó empezaba, y ya casi llevaba diez en ese hospital, donde la curvilínea ya era conocida por todo el personal que adoraba ir a atenderla. Siempre sacaba un chiste malo o alguna petición de meterle postres, pasteles y el famoso pollo entre las batas y medicina, sin que el doctor que la atendía se diera cuenta, pero para la desgracia de ella, nadie le había cumplido la promesa.
Cuando miró a su mamá, le tomó con dulzura la mano a la que le dejó un beso. Georgina, mimándola, le dejó un beso en la frente, acariciándole el cabello que ese día había logrado al fin lavar, por lo que estaba aún algo húmedo. Ella y su hijo mayor se quedaron haciendo guardia para la curvilínea, mientras el abuelito Aurelio terminó en la casa de Darcy con todos esos hijos adolescentes y nuevos nietos que le armaron en cuestión de minutos una pijamada con películas de suspenso y palomitas. Encantado, el hombre envió una fotografía de lo mismo.
—¿Papá te dijo a qué hora vendrían?
—Ya no deben de tardar —indicó Georgina, sentándose en el sillón ante ella—. Tengo entendido que vendrán él y los niños primero, con un chofer, porque Darcy ha salido súper temprano de casa con su amigo Clive y un par de señores que Darcy le presentó como sus abogados.
Dorothea suspiró con pesadez.
—Imagino que van a ver la situación de esas mujeres.
Thea volteó cuando miró cómo el televisor fue apagado, y Édison se acomodó hacia donde ella.
—Ayer, que hablamos un poco en la cena que tuvimos en la cafetería con los chicos antes de que se fueran, me dijo que esperaba que los juicios empezaran la otra semana, que ya estés dada de alta para entonces —explicó él mismo—. Además, es probable que te llamen y pidan declaraciones, porque, bueno, tú eras la niñera y estabas ahí cuando todo sucedió, además que fuiste quien encontró a Céline robando el segundo broche de Millie.
—Pero eso lo vi por el monitor de Aurora, uno que es de imagen real, o sea, no guarda nada —ella indicó, suspirando—. Además, yo no quiero volver a ver a esas dos, porque sé bien que me les voy a tirar encima —advirtió, logrando la sonrisa en su hermano y su madre—. Me da cosa la reacción que tenga, y debo admitir que he pensado que esa que tuve la noche del robo, con Céline, que fue agresiva y tan violenta, terminó de desatar en esas locas sus ideas macabras que pusieron a dos de mis niños en peligro.
Georgina no dudó en tomarle la mano a su hija.
—No puedes cargarte de eso, mi amor, porque no fue tu culpa. Para empezar, esa tarde defendías lo que era de tu Millie —Thea sonrió con debilidad—. Y también te defendiste a ti misma. Escuchamos cómo esa mujer te habló tan despectivamente y vimos cómo intentó golpearte más de una vez. De no haber sido por el actuar rápido de Darcy, se deja ir contra ti con ese tacón de aguja —recordó la madre—. Ellas ya tenían la mente alterada, desquiciada, y la falta de dinero las puso peor.
—Ahora tiene más sentido porque no querían que dejáramos la tienda, y luego que no querían que Darcy trabajara en ella...
—Te lo dije —Édison le indicó a su madre, poniéndose de pie—. Ayer le dije a mamá que, dadas las circunstancias, empezaba a sospechar que esa destrucción del módulo fue provocada por esa señora, la tal Isidora, con la intención de buscar cómo sacarnos más dinero —explicó su hermano, pronto Dorothea estuvo de acuerdo—. Porque yo revisé todo, y a ese baño no hace mucho se le había cambiado todo, porque cierta señorita lo bloqueó...
—¡Oye! —se defendió la alterada Dorothea, queriéndole dar una patada desde la camilla a su hermano—. ¡Sí fue mamá, por aquellos tacos que nos compramos!
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Editado: 14.01.2025