El desastre de Thea

79. Tulipancitos

No pudo evitar acunar el rostro que besó nuevamente en ese baño pequeño donde él se encargó de limpiarla lo mejor que pudo, con las toallitas húmedas que ya casi agotaban el paquete a su disposición. El beso fue dulce, pronto los tenía pegaditos, apretándose y dándose esa cercanía que, sin duda, habían necesitado tanto en esos diez días. Llegó como ella lo deseaba y como él tanto lo anticipaba, justo como lo suyo, en el momento exacto.

Le llenó todo el rostro de besos, pero la joven no pudo evitar sonreír al ver los labios de él llenos de brillantina. Sin dudarlo, le limpió los labios, pero le llevó el cabello hacia atrás, notando las canas. Incluso se dio cuenta de que había algunas cuantas más. Tantas cosas se decían en esas miradas, tanto exploraban de lo que habían vivido, pero también de lo que vivirían, de ese futuro que, unidos como una pareja, sin miedo, sin dudas o inseguridades, construirían al lado de esos niños a los que les escuchaban las risas y la conversación cómplice sobre lo vivido.

—Vamos a necesitar más de un baño —susurró ella. Él simplemente asintió, agrandando la sonrisa.

—Lo sé, debo revisar si por casualidad alguna traviesa viruta de brillantina te ha decorado la nalga. —Ella pronto lo empujó del pecho, pero él en ningún momento la separó de su lado.

Esas miradas estaban cargadas de una inmensa ilusión, de una luz que se colaba hasta en los poros, en esa parte donde quizás algo de oscuridad, por lo acontecido y el miedo vivido, podría haberse asentado. Pero ellos estaban ahí, con su cercanía, aliviando todo eso. Darcy la recorrió a mano abierta, desde esos brazos que ella colgó sobre su cuello hasta la cintura, desde donde la pegó a su pecho. La notó estirar su pierna derecha hacia un lado, para no darle soporte a la misma, pero elevada en puntillas con su izquierda lo besó.

—Te extrañé tanto, señor máquina —le susurró contra los labios—. Te amo, Darcy.

En ese delicado hilo de voz, Darcy solo pudo sentir cómo el peso que había cargado durante tantos días, ese incómodo temor de que ella saliera de su vida y no volviera a su lado, se desvanecía, convirtiéndose en nada. Se llenó de una luz tan profunda, tan clara y poderosa, que solo pudo apretarla, haciéndola chillar cuando la tomó de la cintura y la cargó con seguridad, besándola aún.

—Te amo, mi hermoso, dulce y maravilloso desastre.

Ella amplió la sonrisa, lo besó de nuevo y solo se separaron cuando tocaron la puerta. Desde el otro lado, Georgina, quien había intentado darles un mejor aspecto a los niños traviesos que fueron cómplices de tan enorme arrebato, les indicó que el doctor ya había llegado. Cuando Dorothea fue dejada en el piso, él solo le acunó el rostro con ambas manos, dándole un piquito.

—¿Ha sucedido algo malo? —consultó ella, preocupada.

—No, no, mi amor, no ha sucedido —él no pudo continuar, la besó de nuevo—. Vamos, estaré contigo cuando el doctor nos explique qué ha pasado.

La joven asintió, pero tras un suspiro salió de su mano. Apoyaba un poco la pierna derecha, renqueando en algunos puntos, pero no sentía mucho dolor, sino una incomodidad que nacía desde su mente al percibir cada movimiento de su rodilla. Sin embargo, al final llegó hasta la camilla, donde entre Darcy y su madre la acomodaron.

En la sala, estaban todos: Clive, que aún no podía procesar lo sucedido con la camioneta de Darcy; Édison y Diana, que llegaron con los más pequeños, encontrándose con unos chiquillos cargados de pintura y brillantina de la cabeza a los pies, siendo brillantes bolas de discoteca en esa sala mientras hablaban con soltura de lo sucedido. Aurelio buscó la mano de Georgina, pero todos vieron cómo Darcy atentamente acomodó a su novia, quien se recostó entre las almohadas. Al menos la ropa de cama y demás que usaban era de ellos, y se la podrían llevar así, manchada. Desde la distancia, Georgina solo negó, viéndole la brillantina en su ceja y el partido en medio que su hija usaba. Darcy brillaba como el mismo sol, y no necesariamente por la brillantina, sino por la realidad que representaba el perdón que su Thea le había otorgado.

La pareja se quedó pegadita, y los niños se ubicaron en un sillón e incluso en el piso, queriendo estar todos unidos. Édison tomó la mano de Diana, quien yacía acomodada en su pierna, mientras Georgina y Aurelio, más cercanos a la pareja, solo se miraron unos segundos, dándose un delicado besito, celebrando lo que ya conocían. Serían abuelos nuevamente. Su pequeño desastre, ese ser de luz que había alegrado sus vidas por tantos años, que había sido un imán de problemas, pero también de energía positiva y grandes vivencias, se convertiría en mamá.

—Okay, ya esta reunión me está preocupando —indicó Dorothea—. ¿Tengo algo malo? ¿Encontraron algo no correcto en mi cerebrito?

El doctor solo negó, avanzando hacia ella con una tibia sonrisa.

—No, los exámenes realizados han salido muy bien y te encuentras en óptimas condiciones, con una recuperación que claramente se vislumbra muy positiva y artística. —La joven no pudo evitar sonreír—. Pero hay algo que tienes que saber. Lo hemos hablado ya con tus padres y tu novio. —Ella buscó la mirada de Darcy, asintiendo.

—Muy bien, ¿qué pasó?

—Uno de los procedimientos rutinarios en pacientes femeninas es realizar una prueba importante antes de hacer cualquier procedimiento o administrar cualquier fármaco, y esa prueba es una prueba de embarazo...




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