El desastre de Thea

82. Dramática

La alegre voz de la adolescente la tenía envuelta en emociones, mientras recogía algunas prendas de la cama y le ayudaba a quitarse las joyas. La notó darle un besito a su bonito anillo de corazones, que dejó en la misma cajita en la que lo había recibido, junto a las otras joyas que yacían en una bandeja que cambiaba cada semana. Segura, cómoda y en confianza, Melisande le hablaba a su mamá sobre la increíble cita que había tenido con Chase.

Mencionó lo animados que los animales estaban en el zoológico, la experiencia de alimentar a unos pingüinos y cómo incluso se habían tomado fotos con unos monos bebés que ella quería llevarse en su bolso. Le enseñó una foto de Chase con tantas mariposas en su cabello que parecían una corona. Su voz tenía ese toque de magia que para Dorothea era lo máximo, porque, sin duda, eso era lo que ella deseaba para sus hijos: que vivieran momentos que se sintieran mágicos. Le encantaba saber que su hermano había logrado crear una cita tan bien planeada.

Ya cambiada, en pijama y con el rostro lavado e hidratado, Melisande buscó la cama, donde Thea se sentó a su lado, tomando su mano.

—Y fue tan dulce —indicó—, tan amable conmigo en todo momento. Me abrió la puerta y la silla, siempre me dejaba escoger primero. ¡Y, mamá, comimos un postre divino que era como una crepa, pero la incendiaron! —explicó animada—. Luego le pusieron helado, y se sentía delicioso. Tenemos que ir para que lo pruebes.

—Ese plan me gusta —Thea le dio un beso en el centro de la frente—. Me hace muy feliz verte feliz, mi amor. Me alegra mucho que Chase haya construido la cita que sé que deseabas…

—Fue mejor, muchísimo mejor. Por eso decidimos también cenar juntos. —Cuando Millie la miró a los ojos, se acomodó sentada en el respaldo para hacer una confesión—. Mamá, él me dio un beso, mi primer beso.

La sonrisa de Thea hizo que la suya se ampliara también. Pronto, las suaves manos de su madre le acunaron el rostro.

—Fue muy dulce, y me lo pidió con mucho respeto antes de hacerlo, en el zoológico. Y anduvimos tomados de la mano en todo momento, incluso cuando compramos bebidas —continuó sincerándose—. En el mariposario, le di uno yo, porque me sentía tan bien, y él se emocionó. Me gustó su sonrisa —Thea asintió, escuchando a su hija—. Todo el tiempo estuvimos tomados de la mano. Pensé que, al final, me pediría ser su novia, pero no pasó. ¿Tú crees que algo no le gustó?

—No, mi amor, no creo que sea eso —le dio un beso en la mejilla, apretando sus manos—. Es emocionante saber que tu primer beso fue tan dulce y, sobre todo, respetuoso, que ya sabes que eso es lo que siempre merecemos. Seamos mujeres u hombres, todos merecemos respeto hacia nosotros y hacia nuestros límites, sin importar nada más —Millie asintió—. Creo que él también se emocionó, que tuvo una velada hermosa, una cita que, al igual que tú, disfrutó. Y quiero pensar que quizás quiera ir un poco más despacio.

Millie la miró con confusión.

—Digamos que, primero, unas cuantas citas, compartir tiempo juntos, visitas a casa… y luego vendrá esa importante pregunta. Me gustaría que él te dé un momento especial también con eso, no solo que lo suelte porque sí o lo asuma porque ya se dieron un beso.

—También me gustaría que fuera especial —Millie amplió su sonrisa—. ¿Le dirás a papá que ya di mi primer beso?

Dorothea le rozó con suavidad la mejilla.

—Es una experiencia tuya, muy personal e íntima. Creo que el amor y la confianza que tu papá te ha dado merecen también un amor y una confianza similares hacia él, ¿no? —Ella asintió—. Díselo. Quizás no se emocione tanto como yo —las dos se pusieron a reír—, pero ese hombre te ama tanto que sabrá que tu felicidad es todo lo que importa.

—Está bien, le diré. Gracias, mamá, por todo.

Sin dudarlo, la abrazó de nuevo, refugiándose en ese espacio tan cálido donde Melisande se sentía cómoda, segura y bien. Donde no había ni una sola duda de que era una jovencita amada, respetada y especial, algo que el duelo y el luto le habían intentado arrebatar, pero que Dorothea había vuelto a iluminar desde que la notó en esa mesa, donde la hizo comer y luego atendió sus malestares menstruales sin un ápice de duda o rechazo.

Un par de besos fueron depositados en su cabellera antes de acomodarle la manta hasta el mentón. Cuando el celular vibró, la misma Thea lo tomó, viendo en la pantalla los mensajes de Chase, donde le deseaba buenas noches y le enviaba las fotografías que habían tomado. El jovencito, con su dinero, se había comprado un celular moderno y una cámara profesional que estrenó en esa cita. Ante aquello, la curvilínea se puso de pie y dejó encendida una lamparita de noche.

—Solo unos minutos más de celular. Debes descansar.

—Sí, mamá. Ya solo le digo buenas noches. Mañana te enseño las fotografías tan lindas que tomó.

—Está bien, mi amor. Te amo. Buenas noches.

—Buenas noches. Te amo.

Thea negó con la cabeza cuando la joven respondió sin mirarla. Tras un suspiro, salió de la habitación y buscó la de Benny, quien yacía bien dormido. Acomodó el reloj con su faja de madera en la mesita, dejó los lentes y le rozó el cabello antes de darle un beso en la frente.

—Te amo, mi valiente Benson —le susurró, notándole la dulce sonrisa.

—Te amo, mamá —respondió el niño, apretándose contra una almohada.




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