Acunó el rostro de su prometida y tomó su boca en un beso. Las respiraciones agitadas pronto les dibujaron amplias sonrisas en el rostro, y ella solo pudo suspirar con pesadez. Tras romper la unión, se tumbó en la cama con ese apuesto hombre a sus espaldas, quien comenzó a dejar besos delicados en su hombro y cuello. Luego volvió a tomar su rostro con una mano, dejando pequeños besitos en sus labios.
Cuando la sintió tiritar, no dudó en tomar la manta y cubrirlos hasta el cuello a ambos, apretándose en ese momento donde el amor se había hecho presente para empezar el día, como ya había sucedido en otras ocasiones. Permanecieron ahí, conteniéndose, besándose y rozándose antes de enfrentar sus obligaciones. Poco a poco, la curvilínea se dio la vuelta, haciéndolo reír al apretarle la pancita, que ya estaba bien crecida y formada en su abdomen.
—Me faltan aún un montón de meses, y ya pesan mucho —indicó ella, mientras él, con delicadeza, le acariciaba la panza—. Ya no peso doscientas libras de belleza; creo que he subido como cien más.
—Sabes que no es así, mi amor. Además, tu cuerpo no solo ha subido de peso, que me encanta, sino que también ha cambiado para hacer una casita perfecta para nuestros retoños.
Ella hizo un puchero que él le besó.
—Mi amor, eres la mujer más hermosa que han visto mis ojos, y ahora mismo, todo en ti es una oda completa a la belleza femenina.
—¿Todo en mí?
—Sí, todo en ti. Tu trasero —rozó suavemente la zona— está grande y perfecto; si vieras lo bien que se ve cuando me estrello en él… —ella abrió la boca, sorprendida—. Tus senos, que han crecido, se están volviendo un manjar perfecto. Cada noche o mañana me pongo como reto hundirme uno completo en mi boca.
Para ese punto, Thea, con ojos abiertos y sorprendida, solo lo miraba en shock.
—Tu pancita es encantadora, y sé que es el nido perfecto para esas dos vidas que estamos esperando con ansias. No me importa si subiste cien, doscientas, trescientas libras o muchas más; siempre, siempre voy a disfrutar de saberme aplastado por ellas.
—Eres un… —ella tragó saliva, rozando esa nueva barba que lo hacía lucir extremadamente sensual—. Eres un coqueto y atrevido señor máquina poderoso.
Darcy amplió la sonrisa y le dio un besito en los labios.
—¿En serio te pones como reto meterte uno de mis senos en tu boca?
—Sí —respondió con seguridad—. ¿Por qué crees que a veces me quedo ahí como un ternero recién nacido?
—¡Mi amor!
La risa de ambos fue encantadora. Dorothea pronto chilló cuando él la levantó y la apretó sin dudar, llenándola de besos en toda esa piel que ya había sido amada y acariciada de la mejor manera. Encantada de saber que aún podía ser cargada, ella se colgó de su cuello. Darcy la llevó en brazos al baño, donde, bajo una ducha tibia, avivaron los besos, los cuerpos y esa cercanía que tanto bien le hacía a la joven, quien notaba cómo su cuerpo había cambiado en esos meses.
Por supuesto que disfrutaba de esa travesía, del amor y el cuidado que Darcy y los niños le daban, así como el que su propia familia le ofrecía. Sin embargo, no dejaba de ser un evento que había transformado mucho en ella. Su forma de ver el mundo con ojos positivos y abiertos había cambiado un poco, enfrentándose a personas que decidieron hacer el mal por algo tan bajo como el dinero. También aprendió la importancia de la buena comunicación y la confianza, algo que seguía promoviendo y buscando con sus hijos y su prometido.
El clima estaba frío con el invierno que había llegado hacía unas semanas, trayendo la primera caída de nieve. Las vacaciones navideñas al fin habían llegado, y ese domingo tenían una reunión familiar, previa a las fiestas que celebrarían en ambas casas: una en la de ellos y otra en la de Édison, quien quería organizar su primera fiesta familiar en el hogar que estaba construyendo junto a Diana y sus hijos, incluido el que venía en camino.
Recién bañados, la pareja salió luciendo cómoda. Ella llevaba un cárdigan largo y pantuflas rosadas, mientras charlaba risueña con su prometido sobre la posibilidad, según la doctora, de al fin sentir a los dos pequeños creciendo en su vientre. Se sorprendieron al no encontrar a los niños en el comedor. Pensaban que seguían dormidos, pero entonces escucharon risitas en otro salón y se dirigieron hacia allá.
—Oh, por Dios —susurró Thea al ver la hermosa, aunque un poco desordenada, decoración.
—¡Ya despertaron! —anunció Charlotte.
Millie y Benny dejaron el árbol de Navidad, mientras Aurora chilló y se puso de pie con rapidez, dejando las hermosas pelotitas que pasaba a sus hermanos mayores. Los cuatro corrieron hacia ellos, abrazándolos y besándolos de inmediato, mientras les mostraban el hermoso gesto que habían hecho.
—¿Les gusta? —preguntó Charlotte, tomando sus manos para llevarlos al interior.
—Es hermoso, mi amor, es bellísimo —Thea miraba el techo; los arreglos eran, sin duda, especiales.
—Y miren el árbol. Lo estamos armando entre todos —indicó Benny, acomodándose los lentes.
Ahora, luciendo un nuevo color en las ligas de sus frenillos, a juego con las fiestas, que al fin le resultaban más cómodos de usar, Benson mostró orgulloso los avances en la decoración.
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Editado: 17.01.2025